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miércoles, 12 de mayo de 2004

03.30 Historia de un fracaso En realidad esta iba a ser una entrada en el otro blog, pero la hora (y quizás los mojitos) golpean mi cabeza recordándome que Ojos de gata debe ser, sino divertido, capaz de provocar sonrisas. Y hoy no va a ser posible. Existen fracasos, sí. Y lo peor de todo, existen fracasos anunciados. A veces, por los altavoces y las luces de neón, aunque cuando estamos inmersos e ellos no los vemos. Cada día se ponen en marcha cientos y cientos de historias que terminaran en fracaso. Historias de amor, humor, amistad, trabajo... Son como el fallido romance entre mi portátil y yo. Unidos por el destino o, en este caso, la cabezonería de mi padre, ambos sabíamos que no terminaríamos bien. Y así está siendo, claro. Algunos fracasos tienen algo en común, como la maldita manía que tienen de dejarme los chicos de los que me cuelgo. Da igual cómo, cuándo y por qué. En general coinciden con mis momentos más bajos de defensas, esos en los que piensas que todo es perfecto. Otros, ni siquiera los ves venir,aparecen de la nada, sin detalles, sin explicación, sin señales que anuncien el peligro. Como cuando una amiga te da la espalda, o tu jefe te anuncia que te va a despedir (eso sí, con los 15 días de adelanto que marca la Ley). Existen fracasos que se fraguan poco a poco, con el día a día. El mejor ejemplo son los divorcios que te pillan de sorpresa, como una patada en el estómago que te deja sin respiración. Ya sea tuyo o de un conocido o conocida. Otros, que están malditos desde el principio. Como cuando crees que puedes ser amante de tu ex sin problemas. Por norma general sólo pueden pasar dos cosas (con excepciones): que te tires los trastos a la cabeza, o que uno de los dos termine colgado, olvidando el pacto de no recordar que se compartió un pasado. Los fracasos son parte de nuestra vida, nos guste o no. Así que más vale que empecemos a darnos cuenta de ello, a integrarlos en nuestra vida. Y mientras escribo esto yo me preparo para el siguiente, el que veo acercarse poco a poco, pero sin cautelas. Le espero aquí, consciente de que esta vez no podrá tumbarme, porque ha avisado demasiadas veces ya como para que me pille de sorpresa. Hoy me he comprado un cuaderno, quizás mañana pueda hablar de ello.