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sábado, 31 de julio de 2004

18.15 Lo echo de menos Esta tarde he hecho una entrevista telefónica con un bailarín afincado en Nueva York. Argentino de nacimiento, y de pasión, es una de esas figuras del ambiente cultural que más me gustan. Desde hace unos años, no me pierdo un espectáculo suyo (espero no perdérmelo este año), y desde hace dos, le entrevisto cada verano. A las típicas preguntas sobre el nuevo montaje, le suelen seguir otras de carácter más general. Normalmente sobre la danza. Pero esta vez ha sido diferente. Quizás porque le situación daba para ello, o porque yo sentía la necesidad de respirar más esas atmósfera que habíamos logrado crear. El caso es que la entrevista ha durado unos 40 minutos y ha sido genial. No ella, que ya veremos cuando la transcriba, sino la sensación de estar haciéndola; de estar charlando de tú a tú con alguien a quien realmente admiro (y no sólo por cómo baila). Al colgar, despidiéndonos hasta finales de agosto, o hasta el próximo año, la nostalgia se ha quedado flotando. Hubiera querido seguir, pero no podía. Al salir del despacho en el que estaba, mi primer impulso ha sido transcribir la cinta, volver a escuchar la conversación, apuntar mis fallos y enorgullecerme de los aciertos. Tratar la entrevista con el cariño que en ese momento me provocaba. Pero no podía ser. Tenía que regresar a mi mundo de puntos, comas y tildes (o acentos ortográficos). Septiembre queda lejos, y mis esperanzas, más aún. Realmente, por mucho que despotrique a veces, lo echo de menos...

jueves, 29 de julio de 2004

12.15 Estoy bien Parece ser que mis últimas entradas de blog han despertado un cierto revuelo y preocupación. Os lo agradezco, pero es innecesario, chicos y chicas. Estoy bien, de verdad. Es cierto que he tenido unos pequeños apuros económicos, pero Santa Nómina se me ha aparecido por fin. Y sí, tengo conjuntivitis aguda en los dos ojos y no me han dado la baja (tampoco la he pedido, que sabía la respuesta), pero mis jefes me dejan tomarme las cosas con calma. Y bueno, sí, tuve unas horas de retiro espiritual y examen de conciencia, pero ya dije que eso no era malo en absoluto. Además, cuando lo fue, allí estaba Dwymorwen para sacarme de casa. Eso sí, al final no conseguí arreglar nada, porque adopté la postura Scarlett O’Hara, esto es, “ya lo pensaré mañana”. O más bien, ya actuaré en otro momento, que ahora: a) no me apetece y b) el tiempo me ha demostrado que hay cosas más importantes por las que preocuparse (y no, yo no soy protagonista de ninguna de ellas). En definitiva, estoy bien, razonablemente bien. Y si no sonrío en exceso se debe a que ando algo preocupada por otras personitas. Pero os agradezco a todos el interés, las preguntas y los mimos ofrecidos y dados. Ahora, por favor, centrémonos en cosas más importantes, que las hay. Y acabo de acordarme de que hoy no me he ocupado de mis desarreglos hormonales... Mierda, mierda, mierda. ¿Y ahora qué hago yo? Supongo que de eso también tendré que ocuparme más tarde... Igual pasa con mis vacaciones. Aún no sé si me darán los días de agosto que he pedido, tiene que venir mi jefe para aprobarlos. Sólo espero que no me ponga problemas. Porque, aunque no voy a salir de Madrid esos días, no me vendrían nada mal. Y septiembre, donde tengo 15 días en los que tampoco haré nada, queda muy lejos... Y siguiendo con este cajón desastre, reconocer que el martes fui consciente de lo lejos que vivo. Me levanté con los ojos fatal, tenía que ir al médico, y tenía dos opciones: el hospital del pueblo en el que vivo, o el hospital de Madrid donde siempre voy (en Moncloa). A ninguno podía ir en coche, y la opción que más me seducía (por aquello de lo malo conocido) era la de Madrid. Tuve que bajar en Metro. Hora y media de trayecto con los ojos hinchados, sin ver los carteles de las paradas, y llorando por lo mucho que estaba tardando (genial para la conjuntivitis). Y luego bronca con mi madre por ese y otros temas. Se me pasó. No, no vivo cerca. No vivo cerca de nada, aunque sí de algunos. ¿Me arrepiento? A ratos sí. Otros, pienso que no podría haber hecho otra cosa. Hay momentos en los que miro mi casa, sus tres habitaciones, y me pregunto que para qué quiero yo tanto espacio. Ulises y yo nos perdemos en tanto espacio. Y, dado que está todo el rato pegado a mí, me pregunto si realmente necesitamos tantos metros cuadrados. Pero preguntarse cosas así no tiene sentido ya. No hay vuelta de hoja, y más vale que me acostumbre a las luces apagadas y el silencio solo roto por un ronroneo potente. Y no os preocupéis, sólo son reflexiones que, de vez en cuando, me asaltan. En absoluto deben ser motivo de preocupación para NADIE, ni siquiera para mí. Lo dicho, que volvamos nuestra mirada hacia aquellos que nos necesitan estos días, se lo merecen, y, sobre todo, aunque lo demanden menos de lo que debieran, lo necesitan, y mucho. Un abrazo a todos.

viernes, 23 de julio de 2004

12.15 Novedades Novedades en el blog, se entiende. Hay nuevos enlaces (ya era hora) y nueva mirada (que también iba siendo hora ya). Sólo quedan un par de cositas por actualizar, y un par de entradas por escribir. Y estoy de acuerdo con Impe, las sardinitas que molan son a la plancha, al estilo tradicional, y mejor si las comes mirando al mar...

jueves, 22 de julio de 2004

16.40 La alarma Hay pocas veces en que mi cabeza me grita "para". O, al menos, hay pocas veces en las que yo escucho atentamente y acato su orden. Hoy ha sido una de estas veces. En realidad creo que lleva ya un tiempo gritando y haciendo sonar una alarma interna, de hecho hace más o menos una semana tuve un aviso, pero no hice demasiado por escucharlo o acallarlo. Simplemente, lo dejé de lado. Y, claro, la alarma sigue sonando, y lo de hoy ha sido brutal. Hasta me ha enseñado la señal de STOP, roja y blanza, a tamaño gigantesco. Así que he decidido pararme y tomar aire. Sí, eso significa que este fin de semana no acudiré a la barbacoa planeada. El examen de conciencia que debo hacer me impediría disfrutar al 100%, así que mejor me quedo en casa, con Ulises. Eso no quiere decir que no os vaya a echar de menos, o que no me gustaría estar con vosotros. Más animado seguro que será, pero a veces, como alguien dijo alguna vez, "un hombre ha de hacer lo que ha de hacer". En este caso es una mujer, pero da lo mismo. La máxima sigue siendo válida. No hay nada grave en esta decisión, ni en las cosas a las que tengo que dar vueltas. Pero sé que este, el fin de semana, es el momento de hacerlo. No sé lo que va a durar, dependerá de lo sincera que pueda ser conmigo misma, pero no creo que más de un día. El sábado debería ser suficiente para cantarme las verdades a la cara, reflexionar sobre ellas y buscar soluciones. O al menos empezar a buscarlas. Sé que hay cosas que estoy haciendo mal, muy mal de hecho. Otras, a las que no presto demasiada atención, o les presto la que no es, y sus beneficios se van perdiendo en la lejanía. Lo peor, que estoy repitiendo viejos errores, cayendo en los mismos comportamientos que juré dejar de lado. Y eso tiene malas consecuencias. Quisiera saber por qué lo hago, aunque quizás eso me lleve más de un día. Hay malos hábitos que es difícil quitarse de encima. Por ahora, deberá bastar con identificarlos, ver a dónde me llevan, saber si eso es lo que quiero y, si no es así, introducir cambios y nuevos parámetros que mejoren el presente y el futuro. Quizás no consiga cambiar nada, o descubra que las posibilidades que ahora se me abren no son tan malas (aunque sólo sea por comparación a lo que podría pasar), pero lo que no quiero es poder reprocharme después que fui alertada del peligro y no hice nada.
15.10 A veces... ...estamos tan pendientes de algo que está lejos que no nos damos cuenta de lo que tenemos frente a nosotros. Me siento como una imbécil. Tengo ganas de darme cabezazos contra la pared, pero me cuesta hasta levantarme de la silla. Tantos esfuerzos que quedan borrados de un plumazo, aunque sólo sean de manera temporal. Tanto empeño puesto en algo que no lo merece, que olvidamos lo que es realmente importante. Tengo ganas de... no sé de qué tengo ganas. Pero sólo me salen unas pocas palabras: lo siento, lo siento mucho.

miércoles, 21 de julio de 2004

17.15 Falsa modestia y otras historias Ayer mantuve una interesante conversación telefónica en la que se incluyó esa mal, ¿menor?, que cito en el título. Siempre he pensado que la falsa modestia era algo malo, a saber: X sabiendo que es bueno, por ejemplo en un juego de ordenador, dice que no lo es a la espera de que quien le escucha le dé palmaditas en la espalda diciéndole que sí, que es muy bueno. Obviamente este ejemplo es aplicable a cualquier cosa que se sea (alto, guapo, divertido...) o se sepa hacer. Nunca me ha gustado esta actitud, porque implicaba una falsedad de carácter que siempre me ha repugnado. El caso es que ayer, en esa conversación, la otra persona me dijo que lo mío era falsa modestia. En estos momentos no recuerdo muy bien a qué vino, pero supongo que a algo que la otra persona daba por supuesto de mí, y que yo negué. Desde ayer ando pensando, a ratos, en eso. ¿Realmente lo mío es falsa modestia? ¿De verdad niego cosas que sé ciertas sólo para recibir mi sardinita? Supongo que, como todos, alguna vez lo habré hecho. Pero no me preocupa lo puntual de un comportamiento, sino que éste se convierta en hábito. He estado recordando situaciones, conversaciones en las que yo haya dicho “no”, para ver si podía ser falsa modestia. Y no he encontrado ninguno (eso no quiere decir que no los haya y nos los recuerde). De hecho, me han venido bastantes ocasiones en las que sí he afirmado que tal o cual cosa se me daba bien (sin ir más lejos, ayer en la comida con mi madre). Aún así he hecho un segundo examen de conciencia, preguntádome no ya si lo hacía por esos motivos, sino si las respuestas tipo sardinita me molaban o no. Lo siento. La respuesta es no. Es cierto que a veces me cuesta reconocer si algo se me da bien o no. Pero no lo hago para que los demás me digan que sí, de hecho cuando lo dicen suelo azorarme, ponerme nerviosa y pierdo mi capacidad para salir airosa de la situación. Si encima ya no es sobre algo que haga bien, sino sobre algo que “soy”, la cosa se pone muucho peor. Y no, no es falsa modestia. Es baja autoestima, que no sé qué es peor. Así pues, anoto en mi cuaderno mental una tarea más sobre la que trabajar: apreciarme en lo que valgo, mucho en algunas cosas o regular en otras (no nos engañemos, en informática soy un zote). Nota para los lectores: no busco sardinitas con esta afirmación. Sólo me desahogaba. Y cambiando de tema, hoy me he llevado una buena bronca en el trabajo. Todo por un pie de foto “políticamente incorrecto”. ¿Por qué? Muy sencillo, se me ocurrió mentar la palabra “cárcel” en él. Y claro, estaba prohibida aunque nadie se tomó la molestia de decírmelo. el caso es que, después de agachar las orejas como me aconsejaba mi geniecillo prudente, me ha entrado un cabreo de mil demonios. Las razones, tres: 1. La historia y el pie de foto los pasé a los jefes a las nueve y media de la noche del viernes. Sólo tenían que haber leído con atención para haberse dado cuenta y ordenar el cambio. 2. Nadie expresó que la palabreja en cuestión no pudiera ser usada. Y yo aún no soy adivina. 3. Y más importante: la libertad de expresión no existe. Menudo notición, ¿verdad? Bueno, pues lo siento, pero es algo que me cabrea y mucho. Pasan los años, sigo dedicada a esta profesión y no consigo que la indignación del primer día se me pase. La libertad de expresión es un Derecho contemplado en la Constitución y en el sistema judicial de este país. Los medios de comunicación, y los periodistas, somos sus garantes. Y nuestros jefes se la pasan por el forro. Genial. Simplemente genial. Ya está mal que no se toquen ciertos temas, y ciertos ángulos, pero que encima se prohiban palabras... Y no se hace porque sean falsas las afirmaciones, como en mi caso, sino por no dañar las relaciones, personales o no, con el sujeto noticiable en cuestión. O bien se obliga a usar ciertos enfoques y ciertas palabras para beneficiar a terceros... Ayer Impe afirmaba que la mía era una de las pocas profesiones chulas que podían existir. Hoy discrepo absolutamente de ti. Mi profesión es una mierda, escudada bajo un aura de supuesta pureza y servicio social, nos dedicamos a manipular a los pobres incautos que deciden confiar en nosotros (también es culpa suya por no contrastar). Ejercicio sumamente didáctico es el de coger un día todos los periódicos (los de tirada nacional bastan) y comparar las mismas noticias en cada uno. Si lo alargas una semana el resultado es para asustarse y echar a correr. Alguna vez lo he hecho (durante un año entero como ejercicio de clase) y es de lo más aleccionador. Algún día, quizás y si estoy de humor, lo haga en el blog, explicando las diferencias entre los titulares y las historias, aunque con los primeros bastan. Y no sólo las evidentes, sino también las más sutiles que nos enseñan en la facultada y que a la mayoría de los mortales, oh desgraciados, se les pasan por alto. Por ahora, me voy a rumiar mi cabreo mientras leo sobre las pirámides y su construcción.

martes, 20 de julio de 2004

10.15 Mi familia y otros animales Además del título de una maravillosa y divertidísima novela autobiográfica que todos deberíais leer, es la frase más cercana a lo que me va a ocupar hoy: la relación de mi familia con los animales. Sobre la segunda parte dela trilogía literaria, Bichos y demás parientes, escribiré en otro momento. En mi vida casi siempre ha habido animalitos: hamsters, tortugas de orejas rojas, periquitos... Pero los más curiosos, por su comportamiento, han sido (y siguen siendo) los tres gatos (Carbón, Gaspar y Ulises), dos perros (Can y Stanley) y un conejo (Tomás). Con todos ellos, salvo con Ulises mi padre tiene una curiosa teoría: en mi familia amariconamos a los animales. Y cada vez estoy más convencida de que es así. Can fue el primero en llegar a casa. Yo debía tener unos 7 u 8 años. Era un precioso pastor alemán, hijo de la perra de mis tíos. Le trajimos a casa cuando a penas contaba un mes, por lo que hubo que devolverle con su madre un tiempo. Al principio yo le daba de comer en biberón, y se acostumbró tanto a estar en mis brazos que incluso quería lograrlo cuando ya era un señor perro. De cachorro siempre que podía se tumbaba en mi regazo, y lo lograba muchas veces dada mi costumbre de sentarme en el suelo. Lo que no sé es cómo no me rompió una pierna... Pero que fuera cariñoso conmigo o con mis padres es, dentro de lo que cabe, normal. Lo que no lo era tanto es que perdiera el culo por los mimos de los desconocidos. Si alguna vez alguien hubiera entrado a robar a mi casa, Can se habría limitado a tumbarse panza arriba demandando caricias... Por eso cuando tuvimos que darle a otra familia (el perro podía conmigo y yo era la que más tiempo pasaba con él) no le costó nada irse con ellos. Sé que luego nos echaba en falta, pero nada grave. Luego llegó Carbón, un gato blanco y negro (parecía que llevaba frac) que cogimos del trabajo de mi madre para una amiga suya. pero claro, estuvo 15 días en casa y yo ya no quería dejarle. Mi padre, muy a regañadientes aceptó (luego le llegó a querer mucho). Cuando le cogimos, lo hicimos porque de todos los que había en el patio, él era el más independiente (la amiga de mi madre pasaba mucho tiempo fuera, así que era lo mejor). Pero fue llegar a casa y cambiar radicalmente. Se comportaba más como un perro: me seguía a todas partes, no hacía más que pedir mimos, y jamás se mostró desagradable con nadie, ni siquiera con desconocidos. Lo mejor de todo su comportamiento venía por la noche. Carbón tenía un cojín en un escalón para dormir. Cuando nos acostábamos todos subía allí, y se hacía el dormido. Esperaba a que todos hubiéramos apagado las luces, y que nuestra respiración se relajara al ritmo de los sueños. Entonces, sigilosamente, bajba las escaleras y se apostaba en el marco de mi puerta. Con cuidado, subía a mi cama, a los pies. Y allí se quedaba hasta que yo volvía a dormirme, momento en el que ascendía a la altura de las rodillas. Cada vez me despertaba, y cada vez esperaba a que volviera a dormirme para dar el siguiente paso: tras las rodillas iba el regazo, luego el cuello (zona de la nuca), la cabeza coronilla) y, finalmente, se acababa metiendo en mi cama, con su cabeza apoyada en la almohada y una patita saliendo de entre las mantas. Era más mono... Carbón se escapó tras un infernal viaje camino a Sotillo. Le he visto alguna vez, y siempre se ha dejado acariciar... Años más tarde, en 1996, llegó Stanley, mi querido perro alfombra. Se supone que es un cazador, pero no cazaría ni una mosca... Mis padres decidieron llevarle a adiestramiento, sólo para educarlo, nada de ataque, dijeron. Pero ya puestos, ¿por qué no enseñarle a defendernos? dijeron los dos. Yo me negaba, pero daba igual: yo era quien le acompañaba en el adiestramiento. No sé si es que él pasaba de todo, o qué, pero el caso es que la educación en ataque no tuvo ningún efecto. Se limitaba a mover el rabo, echarse patas a rriba y jugar con el que se suponía que me estaba atacando... Un desastre pedagógicamente hablando, pero yo le quise más por su pasotismo. Hoy día, sigue igual de alfombra... Gaspar fue el siguiente. Un gato callejero, blanco, al que recogí tras ser atropellado. Mis padres estaban de vacaciones, y mi perro Stanley estaba con ellos. Cuando volvieron, mi padre me miró mal, y mis animales se alegraron de tener mútua compañía. Era genial verlos jugar, el gato sobre el lomo del perro, lamiéndose, compartiendo comida y cunco del agua (Stanley era el que compartía, realmente). Finalmente, cuando me fui a Córdoba, hubo que regalarlo. Hoy vive en Toledo, en casa de una amiga de mi madre. Y vive como un rey. Tomás llegó a mi vida desde una carnicería. Estaba metido en una caja, bajo un cartel que ponía conejos frescos. 1.000 ptas. (lo sé, el cartelito se las traía...). Yo estudiaba veterinaria, y me pareció una crueldad, así que entré y le pedí al carnicero que me diera al animalillo, previo pago de su importe, y le dejara la cabeza donde estaba. Me lo llevé a casa, bueno, a la de mi ex. Y allí, en una jaula, estuvo varios meses. Le sacaba cuando yo estaba por allí, y así al menos me hacía compañía. Al tiempo, parecía un perro, y si le llamabas, acudía. Se restregaba como un gato y buscaba las caricias. Por distintas razones que no vienen al caso, tuve que llevarle a casa de mis padres, y mi progenitora le soltó en El Pardo. No sé qué ha sido de él. Y el último es, como ya sabéis, Ulises. Él es el culpable de esta entrada, el que me a ha sugerido. ¿Cómo? Muy sencillo: probad a lavaros los dientes con la mano derecha, mientras un pequeño y mimoso gato negro descnasa sobre el brazo izquierdo, que está haciendo un ángulo de 90º con respecto al cuerpo, y en parte del antebrazo, que hace otro ángulo de 90º con respecto al brazo... O intentad escribir al ordenador con un minino encima del teclado (claro, como le haces más caso al teclado...); o hablar por teléfono mientras intenta ponerse entre el micrófono y tu boca... Lo mejor es que al irme le he dicho que me dier un beso... ¡¡y lo ha hecho!! En fin, que no sé si la teoría de mi padre es o no cierta, pero desde luego que un poco raritos les volvemos...

jueves, 15 de julio de 2004

16.20 Las llamas Finalmente no he podido volver a mi antigua casa. Y no podré hacerlo hasta mañana, si me fío de los informes recibidos desde el terreno. El fuego se ha adueñado de parte de mi antiguo barrio, y mientras conducía para allá sólo deseaba que no se quemara mi casa. Mi ex casa. Ya no me queda nada en ella. Sólo polvo y una nevera que limpiar. Pero dentro, incombustibles, están mis recuerdos. Todo un año encerrados en cuatro paredes, en un espacio más bien pequeño. Según sé no ha pasado nada en mi edificio. Las vigas de madera siguen en su sitio, y los recuerdos siguen allí dentro. Pero por un momento, según me acercaba con el coche, he temido por todo ello. Las lágrimas pugnaban por salir, pero no las he dejado. No tenía sentido. Ni siquiera ahora entiendo por qué me ha afectado tanto, incluso cuando sabía que no había sido en mi casa. Han sido 12 largos meses. Más de 365 días allí dentro. Con mis sueños, mis alegrías, mis frustraciones y mi día a día. Deseando, en ocasiones, escapar de allí. Pero esa casa se ha quedado un pedacito de mí. Los primeros meses no estuvieron mal. Los de en medio fueron fatales. Y los últimos... esos han sido muy buenos. Ha sido una buena casa. Que me acogió antes incluso de que me hiciera a ella. Que ha cambiado con el tiempo, pero con la que siempre he encajado. Cerraba la puerta y estaba en casa. Daba igual cómo hubiera ido el día de mal, allí estaba a salvo. La echaré de menos. Y la recordaré mucho. Las llamas siguen arrasando el edificio. Y siento que a cada embestida algo me separa un poco más de esa antigua vida. Porque me doy cuenta de que la despedida pudo ser trágica, de haber sucedido de otra forma, pero que, en cualquier caso, es definitiva. Y sí, lo he elegido yo. Pero me apena igual separarme de las verdes paredes y las vigas vistas. Y mientras escribo esto pienso en otras cosas que tengo que decir. Lo primero, que el polvo que crían las cosas en mi casa (en la nueva) o fuera de ella, lo crían única y exclusivamente por mi culpa. Soy yo la descuidada. Dos, que me preocupa que la gente espere a John Cleese y su guión absurdo, aunque no tenga nada que ver conmigo. Es uno de los inconvenientes de comerse demasiado la cabeza: me preocupo por todo y por todos, aunque no tenga nada que ver conmigo. Tres: agradecimientos. A Gorpik, Luiyo, FaHsS!!! y Athair por llamar o mandar mensaje para ver si estoy bien. Sois un encanto. Lo cuarto y último, que necesito unas vacaciones. Pero de verdad, no de las de tener a mi madre en casa y montar estanterías y muebles. También creo que necesito unas vacaciones de blog, nada definitivo, pero estoy algo cansada de medir palabras y buscar temas. Por ahora sigo pensádolo.
11.45 Mudanzas, gatos, ordenadores y... La mudanza está hecha y terminada, o eso creo. Ya sólo falta limpiar la antigua casa, colocar de verdad libros y cds, comprar un cuadro, o dos, y terminar de empapelar y tapar la terrible cenefa de la cocina (el baño lo dejo para septiembre). Algunas cosas no caben, la mesa de estudio es centímetro y medio más larga de lo que debiera (he tenido que cambiar su ubicación) y otras combinaciones no terminan de gustarme. Pero hay tiempo, no me voy a agobiar con eso. El caso es que la casa está. Y Ulises está en ella. Su presencia es, a un tiempo, deliciosa y molesta. Sí, porque que se tumbe en tu regazo mientras escribes al ordenador, o mientras ves una peli, es genial. Le oyes ronroneando cuando entras en una habitación y se te cae la baba. Pero que te despierte a las 7 de la mañana porque quiere comer, y no quiere hacerlo solo, es mosqueante. Más si al prepararte un té descubres que no te queda la variedad para el desayuno. Pero bueno, no me quejo, los momentos buenos son más que los malos, y los superan en calidad. La única pega es su antigua dueña. Ayer me llamó porque quería ver al gato (cosa que me parece muy bien) y quería que le diera mi dirección (cosa que no me parece tan bien). Tuvimos una conversación muy muy desagradable. En realidad fueron 3 a lo largo de la tarde. En todas me acusó de estar escondiendo algo, de tener encerrado al gato en una jaula, de no darle de comer, de no haberle sacado del trasportín ni darle agua desde el mediodía del martes, e incluso de estar experimentando con él. Y ahí ya me cabreé, y mucho. También me dijo que no entendía por qué desconfiaba de ella, y le contesté que, simplemente, la estaba pagando con su misma moneda. Lo mejor fue cuando le dije que el gato se quejaba mientras hablábamos porque quería que le cogiera en brazos y no podía. Su respuesta fue “¿pero qué va a querer que le hagas mimos?... ¡¡Si ni siquiera me los pedía a mí y a ti no te conoce!!”. No dije lo que pensaba, pero me faltó un pelo. Y mi portátil está muerto. O hibernando, que para el caso es lo mismo... No funciona. Plutarquete estuvo en casa y le echó un vistazo, pero no sirvió de nada. Sigue sin querer encenderse cuando aprieto el botón de on. Mierda, mierda, mierda. Formatearlo para esto... Y lo peor es que he pedido el ADSL y necesito el jodío ordenador. ¿Alguien sabe cómo despertar un portátil durmiente y está dispuesto a trasladarse a mi casa a cambio de una cerveza y algo de comida? En casa de mis padres, el domingo, recuperé unos viejos cuadernos. Mis diarios de adolescencia. De los 13 a los 19/20 años, más o menos. Dudé entre quemarlos o leerlos, me convencieron para lo segundo, y ahora (cuando voy por los 16 años) creo que debería haber hecho lo primero. He dejado de leerlos. Me deprimen. Fui una adolescente veleta, caprichosa y bastante tonta. Sí, ya sé que todos lo fuimos en algún momento, pero lo mío era pasarse. No me gustaba nada, y ahora tampoco me gusto a esa edad.Y no, lo que era no me ha traído aquí. Si lo ha hecho algo ha sido lo que me pasó después, a partir de los 19 años, y la persona en que me convertí con los golpes. La adolescente de entonces no habría llegado hasta aquí. Jamás os hubierais hecho amigos suyos, lo sé. Yo tampoco habría podido. La casa es grande. Demasiado grande a veces. Sobre todo cuando me invade la nostalgia, la morriña, o la tristeza. Ulises ayuda, pero a veces no es suficiente estar detrás de un gato para que no se suba a mi cama. Pero, sobre todo, la casa está lejos de todo y de todos. Y los pocos kilómetros que me separan de la ciudad se me hacen eternos. Saber que iba a pasar no ayuda en absoluto. Las noches son frías y las distancias se antojan altos muros casi infranqueables. No quiero ponerme así, no me gusta. Menos cuando hay más gente diciendo que algo malo va a pasar. Mientras, una carta, que cada vez me parece más absurda y futil, descansa en un cajón esperando tiempos mejores. Cría polvo. Como otros objetos que aún no están en la casa, y otros que aún no han salido de ella. Hay cosas, mías, que empiezan a lastrar el alma. Palabras que no me han dicho crean pesados silencios en mi salón. Augurios desagradables me invaden y la tristeza empieza a ganar la partida, aunque sepa que no debo dejarla. Hoy vuelvo a mi antigua casa. Cuatro paredes que me traen demasiados recuerdos, que eran un auténtico refugio. Sólo han pasado unos días, pero qué distinto es, no sólo parece, todo ahora...

domingo, 11 de julio de 2004

20.30 Estoy en casa El sol busca una rendija (y alguna hay en mi destartalado toldo) para colarse en mi salón. Frente a mí, la página en blanco abierta en el ordenador, y tras ella, la televisión, emitiendo noticias. Mientras intento no escucharlas en exceso, pienso en levantarme del sofá y poner algo de música. Paso, estoy demasiado vaga. Ayer fue mi mudanza, ¿a que no lo sabíais? Y hoy estoy en casa. Tengo más de 80 metros cuadrados para pasearme a mi aire, para llenarlos de libros, para recubrir de buenos momentos. No hace tanto que pensaba que nunca podría decir que tenía una casa. Y ahora, con permiso del banco, puedo decirlo. Firmé los papeles el lunes pasado, comencé a llevar muebles y hacer pequeñas chapuzas ese mismo día. Y, sin embargo, no era mi casa. Hubo momentos en que ni siquiera me gustaba. Ayer estas paredes se convirtieron en lo que esperaba desde hace tiempo. En un sitio que podría llamar "hogar". Y no lo hizo cuando terminamos de sacar las cosas de las cajas. Ni siquiera cuando estuvo todo colocado. Empezó a convertirse en "mi hogar" en torno a las 21.30. Cuando, de pronto, todos estabais allí, no para llevar cajas, sino para celebrarlo conmigo. Quizás por eso, o porque aprendí rápidamente la lección más importante del día (no estoy sola, y no tiene pinta de que lo vaya a estar en mucho tiempo), el caso es que me relajé. Y disfruté, casi por primera vez, de una fiesta que organizaba yo. Las cosas dejaron de importar, sólo un único pensamiento llenaba mi cabeza: mis amigos estaban allí, conmigo, y era genial. Contar toda la fiesta, o de la mudanza, sería absurdo, casi todos los que me leeis estabais allí. Y, sin embargo, la tentación de hablar de vosotros es tan grande... Lo haré, si os parece, en orden alfabético. - Athe. Tenerte cerca siempre es genial, ya lo sabes. Mil millones de gracias por la compra, por la cómoda, y, ante todo, por los abrazos que me diste a lo largo del día. Me encanta ver que el osito de peluche no ha cambiado. - beor. Lamento no haber tenido chocolate negro ;) Prometo que la próxima vez habrá. Gracias por cargar y trasladar. Lástima que nos viéramos tan poco, o eso me pareció a mí. - Cassandra. Lo único que siento es no haber podido ayudarte en tu mudanza. Mil gracias por venir, más aún por quedarte. Genial tu paseo con los pantalones remangados tras el chapuzón de ron. ¿Sabes? Es genial verte sonreír. - Dwymorwen. Niña, espero que gestionar los carnets de la piscina sea rápido, y así pueda tenerte de okupa ;) Gracias, gracias, gracias por el kit-kat de media mañana en busca de tranquilidad. Gracias por la conversación en la comida. Creo que nunca te lo he dicho, aunque lo sabes, pero me caes mejor que bien. Me encantan las maratones televisivas planeadas contigo; las conversaciones (absurdas o no) que mantenemos cuando nos vemos. Todavía tenemos pendiente una noche de cachondeo revival. Y alguna cosa más que ahora no puedo recordar. Hay tiempo, y estoy segura de que podremos cumplir cada promesa. - Earendil. Encantador, como siempre, fue el primero en presentarse. Y de los últimos en irse. Gracias por el pequeño masaje matutino. Me encantó que, finalmente vinieras a la fiesta. - FaHsS!!! Vale, tus chistes no son los mejores del mundo, pero consigues que siempre me ría con ellos. Tampoco hace tanto que nos conocemos, pero has sabido hacerte un huequito junto a todos estos. Y te advierto que salir de ahí es muy muy jodido. - Gorpik. No puedo leer tu blog, casi no sé de ti si no es por otros... Y, sin embargo... ¡¡¡leñe, qué difícil es no encariñarse contigo!!! Además de que haces unos rollitos deliciosos. Gracias por enseñar a Athair, te estaré eternamente agradecida. - Imperator. Siento el grito que te metí... Pero sé que me lo perdonas, para eso eres un emperador clemente, de vez en cuando ;) ¿Tengo que decirte que te quiero? No, sé que lo sabes ;)Por cierto, nunca te lo dije, aunque algunos ya lo saben: mil millones de gracias por las galletitas dejadas en mi blog en forma de comentario cada vez que me quejaba. No sabes lo que ayudaron... Aunque sólo fuera por eso, te mereces un gran hueco en mi vida. Además, con mi nueva mesa de comedor no tienes excusa... es genial para que hagas de master ;) - Jofán. Junto a Kilmenir, aunque tú antes, me hicisteis cambiar mi opinión sobre los militares. Nunca pensé que puderan ser tan dulces ;) Gracias mil por derribar prejuicios y hacer que volviera a tener la mente prudencialmente limpia de ellos. Eres, sencillamente, encantador. Y un auténtico cielo. - Kilmenir. Después de un tiempo de parón parece que hemos retomado la amistad con fuerza, y no te haces una idea de lo que me alegra... Gracias por tu regalo de mudanza, fue genial, además, la forma de dármelo. - Rapunzell. Niña ¿de verdad tengo que decir algo? Eres de lo mejor que ha pasado por mi vida. Agradezco cada minuto que pasas conmigo porque tener a mi lado alguien como tú es... un auténtico placer. Sabes que me tienes ahí para lo que quieras. Pero hoy quiero agradecerte la comprensión mostrada ayer ante mis preocupaciones. Y que te llevaras a Athair cuando empezaba a convertirse en cajito. - Relatividad. Estupendo que finalmente pudieras venir, genial la conversación sobre relaciones en la terraza. Gracias por los abrazos. - Shelob. Arañita, arañita... qué gusto recibir abrazos de 8 patas a un tiempo. Gracias por estar ahí cuando te necesitaba, gracias por el desayuno, y por las risas, los abrazos, las lágrimas compartidas, por confiar en mí y dejarme entrar en tu antro. - Tomber. A pesar de tu gran tamaño, y de que dices que estás hueco, eres un pedazo de pan... Y tan, tan, tan abrazable... Y sí, me faltan dos personas pero, lo siento, ellos van a parte: - Capitán. Te conocí ayer, aunque tengo la sensación de conocerte de hace mucho, de tanto que me han hablado de ti. Quizás por eso estaba tan predispuesta a que me gustaras. Sin embargo, aunque no lo hubiera estado, habría sido imposible que me cayeras mal. Dijiste las palabras mágicas, y caí rendida ante ti. Desde ahora tienes una asidua lectora más, y una mano para cuando la necesites. - Athair. Esto... ¿hay algo que no te haya dicho ya? Eres de lo mejor que hay en mi vida, estoy tan agradecida a los masters de Efeyl por hacer que nuestros caminos se cruzaran... Eres un cielo, y nunca podré agradecerte lo suficiente que estés ahí cuando te necesito, que me abraces cuando lloro al despedirme de una casa, que te preocupes por mí, por tenerme en cuenta. Siento enfadarte de vez en cuando, pero lo intento, no lo dudes. Y poco más. Faltaron algunos, a los que se echó de menos. El Tindrichuzos inaugural fue un éxito, y los vecinos se portaron. El verano es largo, así que espero repetir en breve. Mi casa no sería mi casa sin vosotros, en todos los sentidos, así que espero que también disfrutéis de ella. Hay tantas cosas por celebrar, tantas citas inesperadas, tanto por compartir y tantos maratones (televisivos o no) por hacer...

martes, 6 de julio de 2004

13.50 Últimamente me llueven hostias por todas partes. Y la mitad ni me las espero, la verdad. Como la última. Resulta que un buen amigo me acaba de contar que una buena amiga va contando por ahí que últimamente, literalmente "de un tiempo a esta parte", no le hago ni caso y voy a mi bola. Y que para qué me lo va a comentar... Ahora resulta que un "cari, me encantaría quedar contigo pero tengo que irme a Ikea a mirar los muebles de la casa" es ir a mi bola. O un "mierda, claro que me gustaría ir a tu cena, pero es viernes y no sé a qué hora voy a salir de trabajar" (y salir finalmente a la una de la mañana) es pasar de ella. Genial. Creo que me voy a meter en la cueva de nuevo. Da igual que no haga las cosas de mala fe, como me dijo alguien hace no mucho, al final las hago mal. Y acabo haciendo daño.
13.00 Miscelánea Ayer firmé la compra de mi nueva casa. Y la hipoteca, claro. Me dijeron que me sentiría eufórica, y no fue así, en ningún momento. Como norma, los nervios pueden conmigo y ayer no fue una excepción. Recuerdo que salí del notario sintiéndome mucho más pesada que cuano entré. Hasta se me doblaba la espalda sin querer. Luego, entré en lo que va a ser mi nueva morada. Estaba vacía. Tanto que daba sensación de desolación. Y la única habitación con muebles estaba tan llena que asustaba. Al final tuve que empezar a tomar decisiones sobre ellos, y parece que la cama de invitados desaparece. Pero siempre habrá un futón. Y dos sofás. También habrá dos mesas de estudio. La esperanza, le llaman. Aunque igual es solo cabezonería y no me doy cuenta. O quizás hoy estoy algo más sensible. Pero me cuesta no estarlo, de verdad. Llevo lichando contra un horrible diablillo desde el sábado, pero no se va el tío, ni con cubos de aceite hirviendo. Nada de lo que preocuparse. Creo. Faltan pocas cosas por comprar. Detallitos como 3 lámparas, los focos del salón, la freidora y las cosas para Ulises, al que recogeré el lunes si Cassandra no dice lo contrario. También tengo que llamar a los de la luz, el gas, el agua, el teléfono... Pero me da tanta pereza empezar... Creo que lo haré mañana. Eso si no encuentro una excusa mejor para posponerlo. Mi querida progenitora quiere empezar la mudanza el sábado a las nueve de la mañana. Hora a la que tendré que empezar a hacer cajas, porque hasta entonces no tendré sitio en mi casa. Y luego habrá fiesta, espero. Aunque no tengo ni comida ni bebida que ofrecer. ¿Será fiesta hobbit? Depende de vosotros. El diablillo dice que siga escribiendo, pero no lo voy a hacer. Me llevo mis miedos y malos rollos a otro sitio donde sí tienen cabida. Aquí solo hay una cosa importante: Ulises y yo ya tenemos casa. Aunque él llegue más tarde.

jueves, 1 de julio de 2004

13.30 Lo que me gusta, lo que no me gusta y un test Me gusta: el helado de limón, las frambuesas deshaciéndose, frescas, en mi boca. El sabor de la sandía. El olor de las lilas y el que queda en el campo tras una buena tormenta. Escribir y exorcizar así los malos rollos. Leer y vivir otras vidas. El ronroneo de un gato cuando le acaricias la tripa. Notar como su lengua rugosa (la del gato) recorre una mano en una original muestra de higiene y cariño. La alegría de mi perro al verme. Despertarme cada mañana y ver el sol. Aprender con, y de, mis amigos. Verles disfrutar del tiempo juntos. Las sonrisas sinceras y las muestras de afecto. Los abrazos cargados de palabras nunca pronunciadas y siempre sabidas. Despertarme con un beso. Recordar buenos y malos momentos con mis compañeros de vida, mis amigos, y reírnos de todos ellos, ahora en la distancia. Pensar que mañana puede ser un gran día, y que lo sea gracias a los pequeños detalles que me rodean. Buscar el regalo perfecto. Escuchar a los demás y aprehender su esencia. Un ramo de rosas blancas, o tulipanes rojos, saludándote desde un jarrón. Escuchar música, cerrar los ojos y soñar. La calidez, la sinceridad y los besos en el viento. Dublín. El olor de un buen libro. No me gusta: las coles de bruselas, el olor del bacalao. Los truenos si estoy sola. Despertar de mal humor, y que el día no mejore. La rutina y la monotonía en mi vida. Los malos rollos. La hipocresía y la falsedad. Las palmaditas en la espalda mientras se busca el punto más flaco. Las lágrimas de tristeza. Los abrazos contenidos. Los reproches que no se hacen y se enquistan. El egoísmo. El imperio contraataca. Los falsos cumplidos. Una tarde de bochorno sin lluvia. Las serpientes. No poder ayudar a los que quiero. El dolor de los cercanos. El olor de los hospitales. El tacto del desconsuelo. El test: Describe yourself: I Still Haven't Found What I'm Looking For How do some people feel about you: Sweetest Thing How do you feel about yourself: Rejoice/Stranger in a Strange Land Describe your ex girlfriend/boyfriend: Out of Control Describe your current girlfriend/boyfriend: Even Better Than The Real Thing Describe where you want to be: Where the Streets Have no Name Describe what you want to be: Summer Rain Describe how you live: Mysterious Ways Describe how you love: The Unforgettable Fire Share a few words of wisdom: Some Days Are Better Than Others