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martes, 31 de agosto de 2004

15.45 Rediseñando Estoy intentando cambiar el aspecto del blog. El viejo me tenía algo cansada. Por ahora no hay gran cosa, y lo que hay es provisional, como la Imagen del día. En fin, poco a poco. Creo que además cambiaré el color del fondo, pero no me decido por ninguno. POr lo demás bien. Llevo unos días haciendo cosas que dije que no haría (no es malo), y me siento extraña. Pero es todo cuestión de acostumbrarse. O eso dicen ¿no? Y me siento bien. Algo aburrida, pero bien. Aunque en el trabajo haya habido, una semana más, movida con algo mal editado. Y esta vez no sé si es responsabilidad mía. En fin, no quiero pensar en ello. Luego, quizás, más.

lunes, 30 de agosto de 2004

00.25 Fahrenheit 9/11 ESte ha sido, en general, un buen fin de semana. Malas noches por culpa de pesadillas, vueltas en la cama y descanso en un sofá por un malentendido, pero con muchas horas de diversión, comprensión, cariño y buena comida. Para rematarlo, y como no quería volver a casa demasiado pronto (por aquello de caer en la cama rendida, y no antes), he decidido ir al cine. Me han acompañado mis padres, y hemos elegido la V.O.S. de la película cuyo título encabeza este post. Ha sido duro. Muy duro. Pero ha merecido cada céntimo que he pagado por verla.Me ha hecho reir, a veces por desesperación o incluso rabia. Me ha hecho llorar, no sólo dentro del cine, también de camino a casa. Me ha hecho darle tantas vueltas a tantas cosas... No, no es una película, o documental, fácil. Y no, no han sido dos horas agradables. Pero han sido intensas, y realmente merece la pena. Al llegar a casa no he podido evitar seguir dándole vueltas en la cabeza. Y cuando las ideas empezaban a asentarse, he escrito un mail. Un mail en el que me dolía cada palabra escrita, cada recuerdo rememorado, cada pizca de rabia y miedo compartido. Y, sin pensármelo dos veces, lo he enviado. No sé si Michael Moore lo leerá. No sé si le importará algo lo que yo haya escrito esta noche. Pero sentía que debía hacerlo. Quizás el artículo de Manuel Rivas que publicaba hoy en EPS haya contribuido a despertar en mí esos sentimientos. Rivas hablaba, entre otras cosas, de la culpa que parecen sentir algunos supervivientes del 11M por no haber hecho más. De la que parecen sentir voluntarios, policías, médicos... Y yo, aunque no me incluyera. Porque no hay día que no pase en el que no lo recuerde. Y en el que no me pregunte si pude hacer más. Si lo que escribí entonces pudo ser de otra forma, si pudo ser más respetuoso, si pude ayudar algo más a los que tenía cerca. O a los que estaban un poco más lejos. Sé que entonces pensaba que no, que en todos los campos estaba dando lo mejor de mí. Pero hoy, en la distancia, no lo tengo tan claro. Y creo que por eso sigo teniendo miedo a no estar haciendo todo lo que puedo ahora que algunos necesitáis apoyo. Quizás si hoy doy el 1.000% de mí pueda perdonarme que entonces, si es verdad que pude hacer más, no lo hiciera.

jueves, 26 de agosto de 2004

13.15 Explicación a la entrada anterior Pues eso, que parece que me explico muy mal y estáis entendiendo lo que no es... Imaginad la siguiente escena. El protagonista (tú) está en un bar lleno de gente, o en una habitación muy poblada. Además, el resto de individuos no paran quietos. De pronto, recibes un pisotón. Sabes quién ha sido, pero no sabes si ha sido por despiste o a propósito. Tienes dos opciones: quejarte y preguntar qué ha pasado o devolver el pisotón. Las dos opciones son perfectamente comprensibles y defendibles ante cualquier tribunal. Ahora bien, ¿a dónde conducen? Si preguntas y expresas tu disgusto, puede ser que obtengas una disculpa. Cuando menos, una explicación. No dejará de doler el pie, pero al menos comprenderás lo ocurrido. Si devuelves el pisotón, tu pie tampoco dejará de doler, y no obtendrás satisfacción a tu dolor. Sin embargo, sí has causado un dolor que podrías haber evitado. Además, puede ser que de los pies se pase a las manos... y se cause más daño. Bien, estas semanas he estado en esa encrucijada. Y he tomado la segunda vía. Desde luego, no era la correcta. Pero no me voy a flagelar por ello. Ha pasado. Punto. Lo lamento, pido perdón y me prometo que la próxima vez estaré más atenta. Porque las mismas cosas pueden hacerse, o decirse, de mil formas distintas. Y hacer daño o molestar a alguien nunca fue mi estilo. Bueno, alguna vez sí lo fue, pero eso ha quedado atrás y es otra historia.

miércoles, 25 de agosto de 2004

19.10 No hay peor sordo que el que no quiere oir Ni peor ciego que el que no quiere ver. O peor torpe que el que no se quiere dar cuenta de su torpeza. Y eso es algo que siempre me ha dado mucha rabia, que me ha puesto muy nerviosa, y que me ha hecho enfadarme con gente en algún momento. Hasta que, claro, resulta que el sordo, ciego y torpe es uno mismo. Y te das cuenta de que llevas toda tu vida, o los últimos tiempos, comportándote como tal. Llevo unos meses lanzando una serie de quejas al viento. Pensando que las razones para las cosas eran unas muy determinadas. Y me estoy dando cuenta de que no es así, que no tenía razón, y que la única culpable de todo lo que me pasa soy yo. Y no por ingenua o por buena, no. Nada más lejos. Simplemente por torpe, por tener unas ideas equivocadas, por meter la pata y hacer mal las cosas. He sido injusta, incoherente, mala persona. He sido caprichosa, desdeñosa y torpe, profundamente torpe, en mis relaciones con los demás. Y no, no lo he hecho a posta. Pero las señales estaban allí, y yo no quería verlas. No he sido consciente de estar haciendo daño, pero aún así lo he hecho. Y, lo que es peor, no me he planteado mi comportamiento incluso cuando sabía las consecuencias. Lo lamento. P.D. No, no he tenido un buen día.

martes, 24 de agosto de 2004

16.10 Días cambiantes Ayer me desperté de muy buen humor. Sé que en buena medida se debió a que el domingo me acosté de mejor humor aún. Y no sé por qué. La verdad, esperaba estar algo triste por la vuelta al trabajo. Pero la perspectiva de un agradable desayuno, y una comida aún mejor, debieron ayudar a que empezara el día con buen pie. Todo fue según lo previsto. Muy agradable. Grata relectura, mejor compañía y un estómago a prueba de bombas y deseoso de recuperar lo perdido. Hasta que llegué al trabajo y, aburrida, decidí hacer unas cuantas llamadas. Concretamente a 3 personas que decidieron ignorarme. Me sentí fatal, por si estaban mosqueados conmigo (dada la historia reciente con ellos no era en absoluto descartable). Estuve un rato dándole vueltas a cosas que había decidido no hacer más caso. Y en esas me di cuenta de que mi comportamiento era absurdo, y de que mi conciencia debía estar tranquila. así que lo alejé todo, salvo el poso de amargura que hoy aún me queda. Y es que me pregunto si los amigos de verdad se comportan como han hecho ellos, o si, simplemente, a algunos les gusta tomarme por idiota y joderme el día de vez en cuando. Luego llegué a casa y descubrí que ciertas compañías deben tener la nota de tonta del bote junto a mi ficha de cliente. Genial para mi autoestima ¿eh? En fin, atraco a despensas ajenas y punto final de la historia. Por ahora. El día, que amenazaba con torcerse justo al final, se arregló. Dos llamadas de teléfono, un viaje en coche y visitas inesperadas hicieron que volviera el buen humor. Me dormí con mejor ánimo que el domingo. Sólo que me he despertado mucho peor. El día ha ido transcurriendo tranquilo, sin complicaciones. Hasta hace unos 10 minutos, más o menos, en que me han insinuado una noticia que, por esperada, no deja de escocer. Mi jefe, bueno mi ex jefe, ha venido a hablar conmigo. Qué tal el verano, la nueva casa... ya sabéis, esas cosas. Y luego que si estaba bien, que si estaba contenta... Yo feliz, porque se acerca septiembre, el mes en el que se supone que debería volver a mi antiguo puesto. Y claro, pensaba que iba por ahí. Tras unos minutos de charla me ha quedado todo muy claro: me quedo donde estoy. ¿Hasta cuándo? De forma indefinida. Mi gozo en un pozo. Mis sueños en el cajón más escondido, y mis aspiraciones profesionales, de momento, en el cubo de la basura. Y es que el trabajo es tedioso, aburrido, monótono, sin ningún tipo de chispa ni de interés... Y, sobre todo, me cierra todas las puertas a cualquier sitio, porque los contactos hay que mantenerlos, y ahora mismo yo no puedo. Vamos, que estoy jodida. Ahora mismo necesitaría uno de esos abrazos de los que hablaba hace unos meses. Unos mimos, un beso en la frente, y que alguien me susurrara al oído “no te preocupes, todo va a salir bien. Vales mucho, y algún día todos se darán cuenta”. Mientras, me limito a decírmelo yo misma, pero ¿por qué suena mucho menos convincente?

domingo, 22 de agosto de 2004

21.00 Estoy malita... y aburrida Llevo cerca de una semana con el estómago bastante del revés. Creo que sólo ha habido un par de ocasiones en que lo ingerido no ha vuelto a salir con una rapidez pasamosa. Y ayer, encima, empecé con fiebre. No sé si mucha o poca, la verdad es que no me he puesto el termómetro, pero no lo necesito para saber que estoy mal, y con la temperatura por las nubes. Desde pequeña ha habido siempre un par de indicios que aseguraban al espectador ocasional que mi temperatura corporal se había disparado. El primero, una profunda ansiedad por beber zumo de naranja de brick. Si tengo fiebre soy capaz de beberme las existencias de un gran supermercado. Por desgracia esta mañana se ha terminado el único litro que había en mi cocina, y no he tenido fuerza para bajar a comprar. Y Ulises aún no está entrenado en el arte de hacer la compra... El segundo era la actitud compulsiva en dos actos: contar hasta cien a toda leche, o cantar ininterrumpidamente el estribillo de Yellow submarine. Afortunadamente ninguno de estos dos actos se han producido en las últimas horas. El tercero era el que más asustaba a mi madre cuando era pequeñas. Y es que tenía la costumbre de quedarme como muerta en el sofá. Y no responder ante ningún estímulo, salvo al de una ducha de agua frío y hielos. Este creo que tampoco se ha dado. Tengo una monísima bola de pelo negro que me ha hecho compañía todo el día, y que me hacía mimos incluso cuando el Sr. roca y yo manteníamos amistosas conversaciones sobre el contenido de mi estómago. Ha sido un auténtico cielo. He recibido, además, unas cuantas llamadas telefónicas interesándose por mi estado, y mandándome mimos por el no siempre apreciado, invento del señor Bell. Es genial sentir la reocupación de otros. Pero ahora la fiebre ha bajado, el estómago sigue sin aceptar nada sólido, y yo me aburro. No sería capaz de aguantar ni diez minutos en una discoteca, y menos el olor a alcohol (lo siento chicos, en serio), pero mi casa me aburre y no quiero dormir más. En fin, que me estoy recuperando (a tiempo para la vuelta al cole) y mi inquieto esqueleto me pide compañía. Creo que haré una llamada. Estos días de vacaciones han sido algo movidos. Mi idea de descansar y dedicarme a cultivar mi, algo agarrotado, lado cultural se han ido al garete. Pero no importa. He visto a gente a la que echaba de menos. He recibido inesperados regalos que me han llegado muy dentro. He mantenido interesantes conversaciones y me he reído con algunas de ellas. También he descubierto que, a veces, no está bien ser el único peón en tirar de una cuerda. Y que otras hay que saber soltar a tiempo para que no te estropeen las manos. Hay lastres que hay que dejar atrás (ver la entrada anterior), y hay puertas que cerrar, porque las escenas que suceden tras ellas han dejado de incumbirte. También hay situaciones en las que permanecer neutral es el error. Hay veces en las que hay que tomar partido, aunque no sea fácil, y actuar en consecuencia. Aunque a veces lluevan golpes y te encuentres cansada en medio del camino. Pero nada de eso es malo, ni triste. Simplemente sucede, así hay que aceptarlo. Y mejor si es, como hago yo ahora, con una sonrisa en los labios, y agradecimiento en los ojos.

lunes, 16 de agosto de 2004

22.00 Lo que realmente importa El sábado hubo fiesta en casa. La gente no lo pasó mal, o eso quiero creer. Sin embrago, no fue la mejor de mis fiestas. Tampoco fue la peor, que conste. Durante 8 años he intentado huir de un pasado triste, a veces lo he conseguido, otras no. Y el sábado me cayó encima como una pesada losa. Supongo que tenía que pasar, algún día, sólo lamento que fuera en el cumpleaños de dos buenos amigos que, ese día también, demostraron porque lo eran. No sólo ellos, claro. A todos quiero agradeceros vuestro comportamiento. Los abrazos, las pequeñas broncas, los mimos, los oídos prestados, la comprensión mostrada. Una pena no haberme desahogado con el vaso amarillo... De todo lo que me dijisteis entonces hay algo que se me ha quedado grabado, más que nada porque uno de vosotros lleva diciéndomelo 4 meses: lo importante es el ahora, el hoy. No el pasado. Y es cierto. Llevo varios meses pensando en lo que ocurrió, en cómo ocurrió y en cómo solucionarlo. Meses en los que no me he dado cuenta de que eso no se puede cambiar, sólo mejorar el presente puede hacerlo menos doloroso. Esta ha sido una semana difícil, espero que la que hoy empieza sea mucho mejor. Y que mi actitud ayude a que lo sea. Sé que me porté mal, lo siento y ya he pedido demasiadas veces perdón por ello. Ahora, sólo queda mirar hacia delante y construir un futuro más alegre, más cariñoso, más combativo por lo que quiero y por los que quiero. Si vosotros sonreís yo también lo hago, y al revés ¿no? He releído las respuestas al test de las 14 preguntas. Sonrisa, Fuerte, Luchadora son algunas palabras que usasteis para describirme. Y son las que me van a servir de bandera para esta nueva cruzada. Porque las cosas realmente importantes son las que merecen un esfuerzo, una lucha y una sonrisa en los labios. Porque los 8 años han pesado demasiado en mi ánimo y, aunque me dijerais que era normal, ya estoy cansada de ese peso en la espalda. Porque hay preguntas absurdas cuya respuesta sé con sólo mirarte a los ojos. A veces las haré, cuando tenga dudas (tendremos que encontrar el punto medio), pero intentaré hacerlas con una sonrisa y un beso en los labios. Porque a veces el miedo intentará ganar la batalla, pero sé que mi valor y vuestras espadas podrán con él. Porque tenerte a mi lado (y a mis amigos también) hace que las cosas parezcan más fáciles de vencer. Porque cuando lo necesito, me dais la fuerza para seguir. Y si yo no la tengo, ¿quién os dará ánimos a vosotros? En fin, que el pasado está bien tenerlo en cuenta, pero ya no quiero que sea lo que determine mi conducta. Y sigo sin encontrar qué leer, ahora porque me debato entre dos trilogías. Una nueva y prestada, y otra más vieja y cargada de recuerdos. Pero, si me decido por la última, y éstos aparecen, prometo quedarme sólo con los buenos. Porque esos son los que merecen la pena, los que han hecho que estemos donde estamos. Y los que deben animarnos a continuar. Los de entonces y los de ahora. Adiós Pasado, te recordaré con cariño. Hola Presente, bienvenido a mi vida.

viernes, 13 de agosto de 2004

13.25 Nada, que no aprendo En estos momentos mi cabeza está a punto de explotar de cabreo mientras me pregunto por qué narices no soy capaz de recordar nunca las leyes de Murphy o, al menos, por qué no soy capaz de sobrellevarlas con cierta filosofía. Y es que no tenía que haber cambiado las vacaciones. Un día más, sólo 24 horas y todo hubiera sido perfecto... Ahora ya no me dejan volver a cambiarlas (normal). ¿Qué a qué viene esto? Muy sencillo. Esta mañana, al llegar al trabajo he hecho lo de siempre: encender el ordenador, abrir los programas de correo, abrir Internet e irme a por un refresco. A mi vuelta de la máquina de bebidas he repasado las bandejas de entrada y ¡oh, sorpresa! había un correo invitándome a algo. Sin mucho ánimo lo he abierto, la curiosidad, más que nada... y ahí estaba... El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona me invitaba a asistir a . ¿Qué qué es? Es la Fiesta Internacional de la Literatura, que reunirá a escritores, críticos y lectores del 14 al 19 de septiembre. Y yo he cambiado mis vacaciones ara que comiencen el 20... A lo máximo que llegaría sería a los actos del sábado 18... Mierda, mierda, mierda... Aunque aún hay una esperanza ¿no?

lunes, 9 de agosto de 2004

02.00 Resistir, aprender y levantarse de nuevo Es demasiado tarde para intentar escribir algo coherente. Y, sin embargo, algo me empuja a hacerlo. Incluso a pesar de haber dicho que me iba a la cama. He pasado una semana mala, realmente mala. Y lo peor que puedo decir de ella es que no he sido la mejor compañía que podía desear (ni para mí ni para otros). Ni siquiera he sido la mejor amiga que podía necesitar. ¿Qué quieres mierda? Pues toma dos cubos... A día de hoy esa parece haber sido mi filosofía estos días. Salvo honrosas y deliciosas excepciones. Hay buenas noticias. La más importante ocurrió el miércoles. Y, aunque no lo creáis, es buena. Después de 1 año y 9 meses conseguí algo que me estuvo amargando un tiempo: llorar. Llorar por mi abuelo. Hay cerca de mi trabajo una pequeña tienda donde venden pan, bollos y otros alimentos envasados. La regenta un ancianito muy simpático con el que siempre acabo hablando de otras cosas, además del tipo “deme un donuts de azúcar”. El miércoles, no sé por qué, le pregunté por las vacaciones y él se enzarzó en un maravilloso monólogo sobre las vacaciones disfrutadas con su esposa. Al salir de la tienda supe por qué me caía tan bien ese hombre. Y es que se parecía tanto a mi abuelo cuando estaba bien... En ese momento no pude más, y me eché a llorar. Tuve que sentarme en la acera (no era plan de llegar llorando al trabajo). Y me sentó bien. Por fin pude reconocerme que le echaba de menos, tanto como el resto de mi familia. Aún ahora recuerdo su sonrisa. Y, sobre todo, sus ojos empañados de lágrimas el 5 de diciembre de 1991, el día de sus bodas de oro, cuando le demostramos, a él y a mi abuela, cuánto les queríamos todos los de la familia, y cuánto bien habían hecho. Siempre he pensado que lo suyo, lo de mis abuelos, era un milagro. Más de 60 años juntos. Mi abuela recorriendo media España, en plena guerra, para estar junto a su cama en el hospital. Varias veces. Vistiendo un hábito para cumplir una promesa, pidiendo que regresara a casa sano y salvo. Y los 8 hijos. Sacarlos adelante con el sueldo de un militar retirado. La ayuda a los nietos. Y siempre, siempre, esa mirada en los ojos que demostraba cuánto se querían, a pesar de todo y de todos. A pesar del tiempo, las penurias y la enfermedad que poco a poco se lo fue llevando de nuestro lado. Pero hoy sé que no fue ningún milagro. No pudo serlo. Ninguno dura tanto tiempo. Hoy sé que esos 60 años de felicidad, que la familia que crearon, no se han debido a la “intervención divina”. Hoy sé que fue el fruto de muchos años de esfuerzos. De trabajo en equipo. De perdonar y olvidar. De apoyarse en el otro en los malos momentos. De decirse que se querían en los buenos. De confiar en que la persona de al lado no iba a retirar la mano jamás. Fue el fruto de lograr que las cosas merecieran la pena, de no dejarse abatir en las tormentas, y permanecer unidos. De hablar las cosas, de dedicarse tiempo, de darse espacio y libertad. De respetarse y admirarse mutuamente. Sé que los dos tuvieron miedo alguna vez. Muchas veces, posiblemente. Y sé que miraron al miedo a la cara y no se dejaron vencer por él. Estoy segura de que mirarse a los ojos les daba la fuerza necesaria para enfrentarse a lo que les echaran, para curarse las heridas y seguir día a día caminando juntos. Aunque no fuera fácil. Aunque no fuera cómodo. Aunque a veces pensaran que no merecía la pena, o que el otro estaba mejor en otras compañías. Sé que su amor les hizo ser cada vez mejores personas, dar más y, por lo tanto, recibir más. Aunque las cosas no fueran fáciles y las personas fueran difíciles, muy difíciles. Porque sé que ellos sabían que, a veces, hay cosas que realmente merecen la pena. Cosas por las que hay que luchar hasta el final. Por las que hay que resistir, aprender y levantarse de nuevo, espada en mano, para enfrentarse a los nuevos ogros. Sé que las hay. Sé que hay cosas por las que la lucha, aunque sea muy casada, debe continuar, hasta erigirnos en vencedores de nuestro propio destino. Sólo hace falta confiar en quien tenemos a nuestro lado, en que nos va a curar las heridas, en que, aunque a veces meta la pata, desea nuestro bien. Aunque a veces no lo veamos, aunque se necesite más de una oportunidad. Confiar en que, cuando nos vea a punto de rendirnos, ocupará nuestro lugar en la batalla, dedicándonos antes una sonrisa, unas palabras de aliento y un “te quiero”. Porque a veces el peso de una espada es demasiado grande para soportarlo solo, pero es increíblemente ligero cuando puedes mirarte en los ojos de la persona a la que quieres y encontrar la fuerza que te falta en su sonrisa. Esta entrada es para ti, mi paladín, para que me dejes compartir tu carga y protegerte, como tú has hecho conmigo todo este tiempo.

martes, 3 de agosto de 2004

00.25 Ley de Murphy Nº ? Hay días en los que es mejor no levantarse de la cama. O en los que, si realmente tienes que hacerlo, lo mejor es que te mantengas apartada del mundo, o, al menos, de aquellos a los que más aprecias. Hoy he tenido uno de esos días. Y no he seguido ninguna de las máximas anteriores, con resultados bastante deplorables. Todo empezó hace unas 24 horas, cuando el día a duras penas empezaba. Una conversación telefónica fallida que trajo consigo una noche no muy buena. Demasiado calor y demasiadas vueltas en la cama. Al levantarme, una buena noticia, pero que no salió del todo bien. ¿La razón? Yo. Yo y mi estado de ánimo, no demasiado bueno. Luego, descubrir que me he dejado en casa (por orden de importancia): las gotas para los ojos, las llaves de mis armarios en el trabajo y el libro que estaba leyendo, y que me iba a hacer falta en la espera hasta la comida. En medio, recordar que tenía que llevar a Ulises al veterinario. Para amenizar la espera decido ir a una tienda en busca de una prenda de ropa interior que necesitaba. ¿Crecen ellas o encojen ellos? Cabrada con la talla, lo dejo donde estaba. Y mientras camino hacia la puerta... ahí está. El abrigo que busqué infructuosamente todo el invierno pasado: tres cuartos, de pana, rojo... Lo pruebo. Me queda bien. Miro el precio, no es caro. Y cuando estoy a punto de llevármelo, lo recuerdo... el veterinario y las vacunas. Lo dejo donde estaba. Mierda, mierda, mierda. Bueno, no pasa nada. Seguro que este invierno no pasaré frío de todas formas. La comida empezó mal, siguió a regular y terminó en ¿bien? No lo sé, eso espero, al menos. Luego, una aburrida jornada laboral en la que no hacer nada, salvo recibir dos noticias, cuando menos, desagradables. La primera, que igual no me dan los días de agosto, porque otra compañera los pidió antes (se repite la historia). La segunda, que no han podido tramitar mi petición de ADSL porque mi línea telefónica no existe. ¿Increíble? Puede, pero también totalmente cierto. La pregunta es, si no existe, ¿pueden facturarme el consumo telefónico? Estoy segura de que sí. Las cosas empezaban a darme vueltas en la cabeza, comiéndome un poco la moral. No pasa nada, me dije, mejor es distraerse con otras cosas. Mala idea, o mala elección de “cosas”. Eso tampoco salió bien, y no sé muy bien por qué. Más cosas en mi cabeza, y pocas formas de soltarlo. Y aunque las hubiera habido, ¿habría sabido hacerlo bien? No, no lo creo. No hoy. Vuelta a casa. Sin ningunas ganas de hacerlo, pero el deber llama. Por lo menos tengo el abono transportes. Buena noticia para mi movilidad, mala para mi saldo bancario. No dejo que me amargue. Me voy a casa. Pienso en qué cenar, y al final, no lo hago. La cocina estaba demasiado lejos. Quedada para unas cañas mañana, ¿qué dirá el banco de eso? Da igual, no tengo planes de vacaciones, así que podré ahorrar esos diez días. En un descanso de la serie del día me ducho rápidamente. Error, gran error. El parche se despega, arrugado, casi inservible (no ya hoy sino desde que estuviera arrugado). ¿He tirado por el desagüe el tratamiento de este mes? Es probable. ¿Se puede saber qué hago ahora? El folleto tiene la respuesta: cómprate otra caja antes de 24 horas y casi seguro que no pasará nada. Pienso en mi cartera, recuerdo las malas caras que me ponen en algunas farmacias. Miro el parche. Lo desdoblo y lo vuelvo a pegar. Lo siento chicos, es lo que hay. Termina la serie. Y nuevas meteduras de pata. Una detrás de otra. Parece que mi boca tenga vida propia. Y da igual que nunca sea con intención. Es. Ocurre. Demasiado a menudo. Lo intento y no tardo en fallar de nuevo. Tres en cuatro días. Creo que estoy batiendo mi propio record. Y no puedo explicar qué me pasa hoy porque no lo sé. Lo achaco a algunos acontecimientos de la jornada y lo reafirmo asegurando que hoy no he tenido un buen día. Da igual si es así o no. Da igual si es o no es por eso. Lo he hecho. Otra vez. Y volveré a hacerlo antes de irme a dormir. Ni siquiera sé si, ahora mismo, vuelvo a hacerlo. Parece que hay algo dentro de mí que me empuje a hacer estas cosas. A aconsejar bien y a actuar mal, no siguiendo mis propios consejos. Y acabo estropeando las cosas. Lo sé. Una vez más estropeo lo que tengo, que es genial, por estupideces. Por no saberme callar a tiempo. Y lo siento tanto... Pero lo intento y no lo consigo. Y sólo temo que los demás, los que lo sufren, se harten. Fuera hace calor. dentro de mi cabeza no deja de resonar el estribillo de una canción que he escuchado de camino a casa y que, ya entonces, sabía que se iba a ajustar perfectamente a mi noche de hoy: And it’s gonna be a long night And it’s gonna be cold without your arms And I’m gonna get stage fright caught in the headlights It’s gonna be a long night And Iknow I’m gonna lose this fight