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martes, 30 de marzo de 2004

18.50 De la autocompasión Sí, me confieso, alguna que otra vez (con más regularidad de la que me gustaría) he caído en este comportamiento. Sí, lo he hecho, y no me siento orgullosa de ello. Sí, alguna vez me ha parecido más fácil regodearme en lo mal que me sentía que buscar soluciones. En cierto modo, puede que buscara formas de justificarme a mí misma lo mal que me sentía. Darme razones para creer que yo estaba en lo cierto. Puede incluso que alguna vez haya buscado la mirada cómplice de alguien aunque, la verdad es que no lo creo. Pero existe la posibilidad, y no ha de descartarse. Sí, a veces me he quejado de tonterías (probablemente, como alguien me dijo no hace mucho, para ocultar otras cosas), y otras he magnificado, consciente o inconscientemente, lo que me ocurría. Hasta ahora me parecía difícil salir del círculo en el que me había metido. Romper con todo y dejar de compadecerme porque tenía razón en hacerlo. Y no, no me siento orgullosa de haberlo hecho. En absoluto. Pero no voy a quedarme aquí, escribiendo lo mucho que me compadezco de mí misma por haberlo hecho. Voy a hacer algo mejor: voy a cambiar eso. No sé si el comportamiento desaparecerá del todo, pero desde luego que yo pondré todo mi empeño en conseguirlo. Y creo que, ante todo, hay un primer paso que quiero dar. Y es asegurar, aquí y ahora, que mi vida me gusta. Vale que no se parezca mucho a lo que soñaba de niña. Vale que, si apareciera un geniecillo de una lámpara, cambiaría unas cuantas cosas. Pero el genio no va a aparecer, así que tengo que cambiarlas yo, si es realmente lo que quiero. Ya está bien de esperar algo que todos sabemos que no va a ocurrir. No tengo pareja, pero, no nos engañemos, tampoco he hecho nada por llenar ese hueco en los dos últimos años. Y tengo grandes amigos que mitigan la soledad. Puede que haya perdido a unos cuantos por el camino, sí, pero he ganado otros. He trabajado por algunas amistades, y sé que ha dado su fruto. Ya es hora de que todos empecemos a disfrutarlo en vez de lamentar pérdidas de confianza que, por otro lado, son más que naturales. Sí, he tenido un jefe horrible. Pero conseguí plantar cara al problema, pedir el cambio y hacerme valer. Tanto por él como por otros muchos compañeros que cada día me animan. Si bien mi trabajo no es exactamente le que quería, lo cierto es que me da más satisfacciones de las que a veces valoro, como que un señor al que no conozco, me llame desde A Coruña para felicitarme por mi artículo y pedirme que le ponga en contacto con cierta asociación de la que hablo en él (meses después ese mismo señor me llamó para agradecerme esa gestión y contarme cómo, después de casi 60 años, por fin iba a poder enterrar, como él quería, a su tío). He trabajado para poder hacer lo que hago, y no lo hago mal. Sé que si quiero algo tengo que luchar por ello, así que basta ya de quejas si no hago nada por solucionarlo. (Sobre todo basta de decir a los demás lo que tienen que hacer en este terreno si yo me dedico sólo a quejarme). Y, por último, pero no menos importante, sí, tengo un problema hormonal. Algo que, lejos de ser una completa tontería, no por ello (y por ahora) me deja llevar una vida normal. Puede que tenga que dejar de fumar en unos 3 años, y puede que algunas cosas, llegado el momento, me cuesten más que a los demás. Pero la palabra imposible aún no ha aparecido en mi vida junto a este problema. Queda la esperanza de que si trabajo, de que si realmente pongo empeño (tal y como estoy haciendo ahora), pueda superarlo. Y si no, hay muchas otras opciones. Así pues, queda dicho. Me gusta mi vida, en general. Y las pequeñas cosas que me molestan puedo cambiarlas, o al menos intentarlo. Me he hartado de quedarme en el arcén, esperando a que algo cambie mi vida, y quejándome de que no llega. Y sí, lo intentaré. la próxima vez que tenga un contratiempo fuerte, pediré ayuda de la mejor manera que pueda. No va a ser fácil, pero poco a poco lo lograré. Estoy segura. Cuento con vosotros para que, cuando pierda el norte (que sé que lo haré) me llaméis al orden. Para que, si vuelvo a antiguos hábitos, me lo hagáis ver. Aunque con el tiempo espero ser capaz de darme cuenta yo sola.
11.55 Fin de semana inolvidable y otras cuestiones Hasta ayer por la tarde tenía muy claro qué iba a escribir hoy, y cómo iba a hacerlo. Tenía en mi cabeza la crónica de estas mini–vacaciones, pero ayer se esfumó. Y hoy, al leer los comentarios de la entrada anterior he visto que cierta afirmación ha creado algo de polémica, aunque crea que esta palabra es demasiado rimbombante para lo que realmente ha ocurrido. Así pues, escribiré sobre el fin de semana, y luego haré una pequeña aclaración. El fin de semana ha sido inolvidable, sí, pero no siempre por las cosas buenas que han ocurrido, aunque de casi todo he conseguido sacar las dos caras. Para los que no lo sepan, viajé a Málaga en compañía de amigos y desconocidos para asistir a la presentación de la primera colección de un amigo diseñador. La lluvia amenazaba con fastidiar el fin de semana, y casi lo consigue. Después de evaluar muchas posibilidades, y de una discusión con mi madre, decidimos ir en coche. Aunque sólo iba a conducir yo, estaba tranquila y confiada. No teníamos prisa y podía parar las veces que hiciera falta. Pero la tranquilidad duró hasta llegar a Granada. Después de un viaje tranquilo, y de un agradable paso por Despeñaperros, la incorporación a la Autovía que debía llevarnos a Málaga casi nos cuesta mucho, demasiado. La lluvia, la peligrosa incorporación y, según algunos, lo estrechas que son las ruedas del coche de mi madre, hicieran que perdiera momentáneamente el control del mismo. Casi acabamos contra la mediana (y eso con suerte). Afortunadamente pude controlar el coche y frenarlo justo al borde de la isleta que formaban la carretera y la incorporación. La parte mala de ésto es evidente, la buena, que supe reaccionar y que mis amigos me apoyaron en todo momento. Eso sí, el miedo que pasé no me lo quita nadie. Obviamente, después de eso no pasé de 80 Km/h. Al llegar a Málaga descubrimos que el mal tiempo iba a acompañarnos todo el fin de semana, lo cual nos cabreó bastante. De lo ocurrido esos días, viernes y sábado, sólo resaltaré otro hecho, el resto es aburrido. La tarde del sábado mi madre acudió con una amiga a una plaza de toros donde se celebraba una corrida benéfica para la que les había conseguido entradas. Estaban frente al toril, en un sitio estupendo, según ellas. estupendo hasta que uno de los toros decidió que no quería ser toreado y salió con tanto ímpetu que consiguió sobrepasar el burladero, y casi se encarama a las gradas. Justo por donde estaba mi madre. Con el susto, la tiraron al suelo y le pisaron la cabeza. Por suerte, un cable de acero impidió que el toro cumpliera sus deseos y encontrara a mi madre en la peor de las posiciones. ¿Lo bueno de ésto? Que no pasó nada. Luego llegó el desfile (domingo noche) y todo fue perfecto. Los modelitos eran preciosos y quienes los pasaban, gente muy agradable (no profesionales). Pero esa tarde me enteré de que alguien a quien quiero mucho lo estaba pasando mal, y yo no podía hacer nada por estar demasido lejos. Lo sentí, y lo siento, mucho. Espero ser de más ayuda ahora que estoy cerca. El lunes fue un día tranquilo, y el viaje transcurrió sin sobresaltos. A las 6 estaba en casa de mis padres, para alegría de mi madre, que llevaba todo el fin de semana sufriendo con las lluvias. Y entonces se decidió a contarme la peor de las noticias: el hijo de unos amigos, de 15 años, estaba en coma profundo desde el jueves. Una furgoneta le había atropellado mientras montaba en bici, con tan mala suerte que se había golpeado la cabeza con el espejo retrovisor. No sabían nada, y los médicos no se atrevían a hablar. “Mierda de vida”, dijo mi madre. Y yo no podía decir nada, sólo lloraba en silencio mientras pensaba en cómo yo había salvado la mía, y la de mis amigos, mientras él no podía hacer nada. Por la noche nos contaron que, dentro de lo malo, había alguna esperanza. Seguiría en coma inducido unas semanas (tiene lesiones en el tronco cerebral) y lueo intentarían eliminar el derrame. Sólo queda esperar. Pero es tan jodidamente triste...La familia de este chico convive cada día con la muerte, sabiendo que la vida de uno de ellos depende del grado de locura de unos desconocidos. Pero para ésto nadie estaba preparado. Y sólo tiene 15 años... Y ahora viene la aclaración: tema psicólogos. personalmente sé que hay buenos profesionales. He estado en tratamiento 2 veces. La primera vez salí un día de la consulta anunciando que no iba a volver. La segunda, finalicé la terapia con estupendos resultados. Pero desde esa primera psicóloga que me trató me queda un resquemor, una desconfianza generalizada que sé que no es justa. Independientemente de que su método no fuera mi preferido, su actitud y profesionalidad quedó en entredicho cuando, siendo mayor de edad, le pedí que, antes de dar el diagnóstico a mis padres, me lo comunicara a mí, y no lo hizo. Luego, cada palabra que yo decía era, o bien malinterpretada, o bien no creída. Sé que generalizar no es bueno, pero cuando me dijeron de ir a un psicólogo en la primera persona que pensé fue en ella (es lo que me pasa siempre que se habla de estos temas) y, claro, la reacción no fue en absoluto positiva. Pero, insisto, sé que hay estupendos profesionales que hacen muy bien su trabajo. No en vano salí durante 3 años con un psicólogo y yo misma he estudiado algunas asignaturas en la UNED.

martes, 23 de marzo de 2004

13.00 Retazos de un día Ayer mi querida shelob me hizo notar que llevaba demasiado tiempo sin escribir. Y tenía razón, claro. No sólo eso, me hizo darme cuenta de que lo echaba de menos. Así que me puse a pensar en que si las cosas eran así, qué hacía que no escribiera. Falta de inspiración, estado de shock, sensación de no tener nada que contar (¿desde cuándo eso ha sido un motivo?), cansancio... Y no, queridos lectores, no llegué a ninguna conclusión, pero sí a plantearme un arriesgado propósito: intentar buscar pequeñas cosas sobre las que escribir aquí en las siguientes 24 horas. Y debo decir que he encontrado algunas. No son todas divertidas, pero es lo que hay. Madrid, 22 de marzo de 2004. Sobre las 5 de la tarde Sentada en mi mesa de la redacción observo pasar el tiempo mientras espero una llamada telefónica que parece no llegar. Para sentir que hago algo útil, y no perder el contacto con la realidad, decido abrir la página de últimas noticias de un diario digital (paso de la publicidad encubierta o descarada). La primera noticia que veo me deja casi sin aliento. En 11 días los psicólogos han atendido 18.000 consultas relacionadas con el 11–M. Como no tengo otras situaciones para comparar decido que, aunque es una cifra muy elevada, es algo normal dada a magnitud de lo ocurrido. Familiares, amigos, voluntarios, vecinos... todos parecen haber necesitado hablar con alguien en algún momento. Creo que no puedo explicar la tristeza que me embargó al leer estas líneas. Y luego, la sorpresa. Los psicólogos del Colegio Oficial de Madrid recomendaban que los periodistas que cubrieron el suceso también acudieran a una consulta. ¿Los periodistas? ¿Yo entre ellos? Estos tíos están locos, pienso. Y mientras se lo cuento (divertida) a mi compañera de redacción veo cómo le cambia la expresión. Muy seria me dice que ella ya lo había pensado, que quizás me viniera bien poder hablar de ello con algún profesional... ¡¡¿Eh?!! ¿Se puede saber qué está pasando? Vale lo de la mención en la columna de mi jefe, pero esto ya es pasarse. Y entonces... bueno, vale, quizás no esté tan loca mi compañera. Quizás es cierto que desde entonces esté algo más triste, pero ¿no lo estamos todos? Además, el fin de semana lo pasé bien, pude divertirme, ¿eso no quiere decir nada? No. Y lo sé perfectamente. Pero se me da tan bien engañarme a veces...Y sí, vale, que lo pasara bien es buena señal, pero que no sea capaz de pasar por Atocha (y esté dispuesta a hacerme 600 kilómetros yo sóla por no coger un tren en esa estación) no lo es tanto. Aún así, aparto estos pensamientos. Sé que no iría a un psicólogo si no me agarraran de la oreja, cosa que no va a pasar esta vez. Lo siento, es algo visceral y muy, muy personal. No puedo racionalizarlo. Madrid, 22 de marzo de 2004. Sobre las 8:30 de la tarde Después de un día de trabajo bastante infructuoso, y de un ratito en el ciber, llego a casa pensando en si cenar chino o hamburguesa. Abro el buzón y, en vez de encontrar una factura (as usually) me llevo una agradable sorpresa. ¡La Junta Directiva de la Asociación de la Prensa de Madrid me ha admitido como miembro de ésta! Vale, sí, mi cuenta corriente no se alegra tanto, pero podré mantener a mis médicos sin necesidad de mentir. Y si tengo problemas, no dependeré de los servicios jurídicos de mi empresa (bastante desastrosos según han demostrado últimamente). Vale, gana la hamburguesa. Madrid, 23 de marzo de 2004. Sobre las 12 de la mañana Voy camino de la redacción después de una visita al médico (no tengo nada grave). Paso al lado de un gran, y emblemático, edificio. Entre sus paredes reside el sueño de mi padre. Su meta profesional, lo que siempre ha querido ser. Hacía mucho que no pensaba en ésto. Su sueño... evaporado por la injusta decisión de alguien a quien él conocía. Su ambición, frustrada a pocos metros de llegar a la meta. Y es que estuvo tan cerca de conseguirlo que cada vez que pienso en ello me lleno de rabia. Y pienso en si es más doloroso renunciar a un sueño cuando alcanzas a ver que es imposible o cuando lo rozas con los dedos...

viernes, 12 de marzo de 2004

13.55 Sin palabras Ayer me sentía incapaz de hablar, de escribir, de convertir en algo mensurable y comprensible los sentimientos que me embargaban. Simplemente no podía hacerlo. Era todo demasiado grande. Tampoco sé si hoy podré hacerlo, pero empiezo a necesitar sacar fuera algo, por pequeño que sea, de lo que empieza a enquistarse. Ayer tuve un ruidoso despertar, aunque no entendí por qué asta 15 minutos después, cuando la radio empezó a desgranar la historia del horror. Pronto empezó la lucha entre la periodista y la ciudadana asustada. Ganó la primera, aún no sé por qué. Quizás porque empezaba a creerme aquello de que si quieres que algo se haga bien (en este caso que cambiara la forma de hacerse), lo mejor es que lo hagas tú mismo. A quien acuñó esa frase se le olvidó una coletilla: si estás preparado. La calle era un caos. Nadie sabía nada, nadie decía nada. Sólo los efectos más visibles daban idea de lo ocurrido. Los nervios empezaban a adueñarse de todos, a pesar de que unos cuantos, los profesionales de la información tratábamos de mantener la calma, de buscar datos que ofrecer a los demás, de intentar hacer nuestro trabajo de la mejor forma posible para aportar algo de luz en tan sombría mañana. Encontré amigos y conocidos ayer por la mañana, hablábamos en voz baja, fumábamos en silencio y, sobre todo, nos mirábamos con ojos horrorizados pensando sólo en una cosa: “¿por qué?”. Un estallido seco, respingos y algún grito apagado nos devolvieron a una realidad no del todo olvidada, a un miedo que luchábamos por no dejar entrar en nosotros. Luego llegaron los relatos. Aquello que habíamos visto de lejos emezaba a tomar cuerpo ante nosotros. Yo casi no podía contener las lágrimas de dolor e impotencia y el “¿por qué?” dio paso al “¿cuántos?”. Reunidos en pequeños grupos, en los que nunca faltaba algún miembro de los servicios sanitarios, buscábamos consuelo e intentábamos comprender lo que había ocurrido. Por supuesto en vano. Y entonces llegó mi fotógrafo. Con decisión me hizo seguirle, quería enseñarme algo. Ójala no lo hubiera hecho. La ceniza depositada en mis ventanas habría sido suficiente para que no olvidara el día de ayer. Lágrimas, náuseas y falta de respiración fueron mis reacciones. Y no necesariamente en ese orden. Me retiré del lugar dispuesta a no describir nunca lo que había visto. Y aguardé, junto a mis compañeros, que llegaran noticias. Pero sólo llegaban coches fúnebres. A la una menos cuarto me retiré del lugar, mi cuerpo, y mi mente, no podían asimilar más horror. Pero a lo largo del día lo siguieron haciendo. Después de una mañana infame, llegó una tarde horrible, que llegó a su punto álgido cuando, a las siete de la tarde, tuve que ponerme a escribir la crónica de lo sucedido. No me salían las palabras. Los recuerdos se agolpaban, y buscaba la única forma de contarlo que me parecía correcta: con respeto, dolor, rabia y ausencia total de morbosidad. Si no lo conseguí no fue por no intentarlo. Ya entrada la noche me tocó poner texto a las imágenes del día. Enfrentada de nuevo al horror me sentía flaquear, y de nuevo busqué las palabras más adecuadas. Al llegar a casa, bien entrada la madrugada, no pude dejar de notar que habían desaparecido los universitarios y sus risas. En su lugar, ocupaban las calles un silencio denso y triste, y un olor especial, desagradable, que golpeaba no sólo en la nariz, sino en el corazón. El murmullo intermitente de las ambulancias y sirenas que resonaban en mi cabeza me acompañaron hasta que caí rendida en un sueño intranquilo. Seguían ahí al despertarme, al igual que la ceniza en las ventanas, las televisiones en la calle y el olor en el aire. Aún hoy sigo llorando.

miércoles, 10 de marzo de 2004

14.20 Sin título El lunes pasado me escapé del trabajo por la tarde. Cual estudiante de instituto, aproveché un descuido de los profes y salí sin llamar la atención. Necesitaba una tarde libre, por salud mental. Bueno, y porque tenía que arreglar algún papeleo. Al terminar mis obligaciones no laborales, decidí darme una vuelta por los cines que hay al lado de mi casa, y ver si me daba tiempo a disfrutar de una sesión. Tuve suerte, y cinco minutos después estaba cómodamente sentada en mi butaca esperando a que empezara la última de Tim Burton, Big Fish. La película es genial, me gustó mucho y consiguió que saliera con una sonrisa en los labios 2 horas después. Pero, como parece ser costumbre últimamente, lo más curioso ocurrió antes de empezar la proyección. Esta vez no fue un trailer, sino un anuncio. El nuevo anuncio de un modelo de coche de Honda. Si os explico cómo era no le haría justicia, así que no lo haré. Pero sí diré que tuvo a toda la sala pendiente de la pantalla, y que al terminar, el público aplaudió. Realmente era muy muy bueno. Lo he buscado en Internet, pero como no recuerdo el modelo aún no he conseguido nada. Después de la película me fui a casa, donde vi Trabajos de amor perdidos. No me gustó la primera vez que la vi, y me gustó aún menos en esta segunda ocasión. A pesar de que, en mi modesta opinión, Kenneth Branaghan recita a Shakespeare como nadie, las canciones desafinadas y los bailes ñoños estropean lo que hubiera podido ser una buena película. Por otro lado, ayer volví a quedar con los Athechuzos. Ya tenía ganas, ya. La verdad es que fue genial reencontrarme con vosotros, volver a beber mojitos y caminar por un Madrid desierto a las 3 de la mañana. Y ya para terminar, una imagen. Una foto mía (¡¡chicos, estoy cambiando!!) del sábado 28 de febrero, la famosa noche del escote. Si queréis entender por qué me sentía como me sentía, y todo aquello que puse en el post del lunes 1 de marzo, sólo tenéis que pinchar aquí. Seguro que después de verlo me comprenderéis.

viernes, 5 de marzo de 2004

12.14 La amistad La referencia en el post anterior a la amistad me he hecho acordarme de algo que llevo tiempo queriendo comentar. Hace un par de meses, por esas casualidades que tiene la navegación en Internet, acabé en una página que ofrecía recuperar el contacto con ex compañeros del colegio. Por curiosidad me registré, y miré la lista de los que se suponía habían ido conmigo a clase. A algunos no les recordaba, a otros sí, y hubiera preferido no hacerlo, y con otros aún mantenía algo de contacto. pero entre todos había un nombre que me llamó muchísimo la atención. Se trataba de David B. Mi único amigo en la época en que prefería leer en el recreo, o, en el peor de los casos, correr detrás de un balón hacia una portería a jugar con las barbies. Le recordaba con cierto cariño, con esa nostalgia especial hacia los tiempos que (erróneamente) consideramos mejores. Recordé cómo jugábamos a Indiana Jones, hablábamos de cine o nos reíamos de la cursilería de las niñas. También recordé la patada en toda su virilidad que se llevó cierto día en el recreo (no recuerdo por qué). Y me acordé de cómo poco a poco nos habíamos ido alejando, hasta el punto de que no sabría decir en qué año se fue del colegio. La nostalgia llegó y se quedó allí el tiempo suficiente como para darme el valor de escribirle un mail. No sabía si se acordaría de mí, y mucho menos qué decirle. Tardó un tiempo en contestar, luego supe por qué, y pensé que no me recordaba. pero no era así. Él también se acuerda de nuestros juegos, de las ganas de ser arqueólogo, denuestras opiniones sobre Spielberg... En este tiempo hemos cruzado muchos mails, y todo ha sido mucho más fácil de lo que pensaba. es como si no hubiera cambiado nada, como si volviéramos a tener 7 años. Nos separamos hace mucho, sí, pero el muro lo derribamos en el tercer mail, cuando empezamos a hablar de sueños no cumplidos, de esperanzas, de tristezas y alegrías. Ahora, 20 años después, hemos descubierto que seguimos teniendo muchas cosas en común, y que hablar sigue siendo fácil. Dentro de poco daremos el siguiente paso, quedar para tomar algo y poder ver su colección de fotografías (he visto algunas y son muy buenas). 20 años después he recuperado una amistad gracias a Internet. Quizás, de otro modo, jamás habríamos vuelto a saber el uno del otro. Pero lo que más me llama la atención, es lo fácil que ha sido todo. La sensación de confianza que nos dan los mails, el saber de forma irracional que quien nos lee nos va a entender, porque ya lo hacía cuando teníamos 7 años y éramos los bichos raros del colegio. ¿Es por eso, por haber sido los excluídos, que ahora podemos recuperar las conversaciones de entonces? ¿O es, sencillamente, que las amistades que forjas en los primeros años son más reales? Se dice que los niños dicen la verdad, quizás tengan razón, y que esa falta de máscaras haga más sencillos y duraderos los lazos que te unen a las personas. Quizás quien te conoció a los 7 años te conocerá siempre.
11.57 La cena Finalmente conseguí grabar parte de la ceremonia de los Oscar, parte que incluye el video de presentación y las canciones de Billy Cristal. Lo he vuelto a ver, y me ha gustado tanto como la primera vez. Ayer envié a medio Madrid a distintos actos culturales. Siguiendo la tradición todos los jefes de prensa organizaron algo para la noche del jueves, casi a la misma hora. Al principio pensé que, como viene siendo habitual, no podría ir a nada, pero me equivoqué. A las ocho de la tarde/noche me fui a la Real Fábrica de Tapices, para asistir a una cena y entrega de premios de literatura infantil y juvenil. No conocía a nadie personalmente, pero aún así lo pasé bien. Como siempre pasa en estas cosas no era la única un poco desubicada, y acabé congeniando con la responsable de publicidad de una revista de libros (qué envidia...). En mi mesa se sentaron, además de Mónica, un conocido periodista y escritor, su mujer, el responsable de Recursos Humanos y el Director Financiero de la editorial, y dos chicas que trabajaban en el Instituto Francés. Dispuesta a pasar una noche lo más agradable posible intenté ser extrovertida, y me lancé al ruedo con una broma sobre los departamentos de Recursos Humanos (el hombre en cuestión decía que no le gustaba el nombre y que lo iba a cambiar, siguiendo el ejemplo de una conocida marca de yogurt, por el de Relaciones Humanas. Y yo le dije que se pusiera el sobrenombre de Celestino). Afortunadamente la gente era agradable y hablamos de literatura, cine, telebasura y periodismo. Todo ello aliñado con curiosas anécdotas del periodista en su función de profesor de un conocido Master. Y hubo un amago de iniciar una conversación sobre el tema de moda la boda y la novia, pero se quedó en eso al descubrir que nuestro plumilla compañero de mesa era amigo suyo. Casi al final de la noche me percaté de que entre los periodistas que habían ido a trabajar se encontraba una ex compañera mía, a la que por supuesto saludé. Además me permitió conocer a una serie de escritores a los que admiro (y disfrutar visualmente de uno en concreto). Me reí mucho, y si el postre no hubiera sido una (supongo) deliciosa pirámide de chocolate, todo habría sido perfecto. Eso sí, con el cava podías jugar a adivina quién no ha ganado esta noche. La cara de decepción de algunos de los presentes era tan evidente que hasta daba mal rollo. Sobre todo cuando la persona en cuestión llevaba un traje carísimo y muy, muy de vestir que, probablemente, había comprado para la ocasión. Mientras, las ganadoras iban muy discretitas, como si realmente no esperaran subir al escenario. eso sí, el peor modelito lo llevaba la esposa de un secretario de estado: in-descriptible. Aunque sólo sea por no haber heredado ese gusto en el vestir me alegro de ser de izquierdas.

miércoles, 3 de marzo de 2004

17.15 Tropezar con la misma piedra Debería haber aprendido la lección, sí. Después de tantos años (6) de profesión parecía que había conseguido aprenderme las reglas básicas. Lo parecía, pero ya se sabe que cuando más seguro estás de dominar algo, más posibilidades tienes de fallar en ello. Y es lo que me ha pasado. El 2004 prometía ser movidito profesionalmente. Elecciones generales, la boda, olimpiadas, Año Dalí, Forum Barcelona.... En fin una serie de actos, a cada cual más importante, que me iban a tener pegada a la redacción. así que me propuse no hacer planes a largo plazo. Una medida que ya llevo unos años poniendo en práctica. Lo incumplí una primera vez, con un rol en vivo que finalmente he tenido que abandonar (las elecciones). Después de esa experiencia decidí esperar hasta ver las fechas del resto de eventos. Una vez fijadas todas, o la inmensa mayoría, y anotadas en mi agenda, decidí que podía empezar a planear algún fin de semana. Fue entonces cuando Shelob me habló de la Estelcon 2004. "Buen plan", pensé entonces. Miré fechas, no coincidía con nada (bueno, con una fiesta) y decidí pedirme un día de vacaciones para poder ir. Pagué la inscripción y empecé a hacer planes. Grave error. Sí, un grave error. Porque había un hecho con el que no contaba: los planes de rediseño de la revista. Llevaban más de un año trabajando en ello, así que creí que no corría prisa. Pero las cosas se han acelerado en los últimos tiempos. Y, claro, han decidido que el mejor día para estrenarlo es el 22 de marzo, el lunes siguiente a mi planeado viaje. Y sólo una semana después de las elecciones. Total, que esa semana sólo tiene 4 días laborables, 3 y medio en realidad porque el lunes 15 no entraremos hasta por la tarde. y si me cojo un día de vacaciones sólo trabajaría 2 días y medio en una de las semanas más importantes del año para la publicación. Resultado: no cogeré vacaciones esa semana, trabajaré muchísmo y, con una alta probabilidad, no podré ir a la excursión. Mierda. Si es que no aprendo...

lunes, 1 de marzo de 2004

12.34 De escotes, Oscars, tradiciones y por qué es mejor mantener la boca cerrada El pasado sábado rompí una de mis reglas de oro. Cumpliendo una promesa que di, me levanté pronto para acudir a una cita con mis nuevas estilistas. El objetivo era comprar un escote que debía lucir aquella noche. En mi favor debo decir que cumplí mi palabra. Pero eso no quiere decir que lo pasara bien haciéndolo. A pesar de que bailé e intenté comportarme como si no pasara nada, lo cierto es que me sentía bastante incómoda con el modelito. Afortunadamente no tendré que volver a ponérmelo. Aunque, eso sí, no sé qué voy a hacer con lo que en principio compré para la boda de mi primo... Ayer, sin embargo, conseguí cumplir con una de mis tradiciones anuales: ver la gala de los Oscar. Cuando era pequeña la escuchaba por la radio y cuando mis padres se abonaron al conocido canal de pago de este país, empecé a pasar la noche en vela. Desde que no vivo en la casa paterna he podido verlo en casa de amigos (gracias chicos por permitirme no dormir en vuestras casas). Ayer (u hoy, que ya no sé qué día es) le tocó el turno a shelob. La verdad es que la sesión ha sido genial, empezando por la sobredosis de capítulos de Sexo en Nueva York, y las discusiones por quién era quién en cada episodio. La gala no ha sido nada del otro mundo, para qué lo vamos a negar. Los premios estaban cantados y si bien ESDLA quizás no se los merecía todos, lo cierto es que de alguna forma tenían que reconocer el gran trabajo del equipo. Poca emoción, pues, y pocos discursos encendidos. Quizás los famosos 5 segundos han pesado demasiado. De lo mejor, la vuelta de Billy Cristal. Nunca debieron sustituirle. Pero, indudablemente, lo más memorable de esta noche ha sido el comienzo. Tanto el montaje de Cristal y las películas, como su presentación inicial, al ritmo de conocidas bandas sonoras. Michael Moore aplastado con su cámara al hombro mientras proclamaba la irrealidad de un conflicto bélico cinematográfico, Jack Nicholson ataviado como Gandalf, Cristal como Gollum y, sobre todo, ese élfico movimiento de melena. Muchas risas con el montaje, una pena que no lo grabáramos. Y definitivamente he perdido, no sé si el norte, pero sí la capacidad de hablar con ciertas personas muy cercanas. A estas horas planea sobre mi cabeza el peligro de una conversación no muy agradable mantenida hace solo una hora. Y su posible continuación. ¿Cómo es posible que, a pesar de tener las mejores intenciones, todo salga mal? ¿Qué hace que, aunque la añoranza sea grande, parezca que las palabras y los actos digan justo lo contrario? No sé qué está pasando. Me gustaría poder dar marcha atrás unos meses y recuperar la amistad que había entonces. Porque ya nada es igual, aunque nos empeñemos en desmentirlo. Porque hay un muro contra el que nos damos cada poco tiempo, y mi cabeza empieza a resentirse. Me gustaría que las cosas fueran como antes, o que encontremos el camino para mejorarlas.