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lunes, 30 de septiembre de 2002

15.38 Hoy es mi último día de becaria en la revista. Bueno, no sólo en la revista. Legalmente hoy debería ser el último día de mi vida como becaria, creo. De hecho no tengo muy claro si el matricularme en el doctorado me devuelve a la clasificación de "potencial becaria-pringada". Divertido ¿verdad? Pero lo que está claro es que hoy, a las ocho de la tarde (más o menos) dejaré de ser una de las becarias de la revista. Mañana, a las diez de la mañana, volveré a engrosar la lista de colaboradoras (esta vez, según mi Jefe de Redacción con el calificativo de "de lujo" detrás). Lo que significa ésto exactamente es muy fácil de explicar. Trabajaré más o menos las mismas horas (alguna tarde libre tendré), cobraré más y no tendré Seguridad Social. Bueno, si la pago sí, pero no puedo con lo que voy a percibir a fin de mes. Así que tendré menos cobertura sanitaria que un ilegal, que ya es bastante escasa. Además, todos mis médicos especialistas son de la privada, gracias a un acuerdo con la Asociación de la Prensa. Pero ésteo no me cubre en la actualidad. Hasta este año, la filiación de mi padre cubría a toda la familia, pero yo he tenido la mala idea de cumplir 25 años y licenciarme en Periodismo el mismo año, así que si quiero médicos, me los pago yo. No es que sea muy alta la cuota (y te cubre también la asistencia legal) pero, la verdad, a mí me hace un "roto". Tendré que elegir entre médicos-abogados o el teléfono móvil. Difícil elección, aunque no lo creais. Por lo demás poca cosa. Veo que hace 5 días que no escribo, pero es que haciendo memoria no consigo encontrar ningún recuerdo medianamente reseñable, será por eso por lo que no me paso por aquí. Por eso y porque intentar sacar reportajes de donde no los hay es un poco complicado. Ahora estoy buscando en el listado de fundaciones del Ministerio de Cultura, por si descubro algo. Por ahora mis hallazgos se reducen a una serie de coincidencias "divertidas" en cuanto a la filosofía y domicilio de algunas fundaciones. Eso y que durante un par de años un grupo de señores tuvo un desmedido interés por fundar asociaciones (es para no repetirme) de una línea ideológica muy determinada. En fin chicos, esto, a veces, también es el periodismo. Buscar datos, establecer relaciones entre ellos y preguntarte si esos lazos son o no insignificantes. Y si no lo son, tirar del hilo para ver qué sale.

miércoles, 25 de septiembre de 2002

16.06 Cuántas veces he comenzado esta nueva primera línea sin saber qué poner. Cuántas veces la he borrado en los últimos días. Cuántas cosas por contar y qué pocas ganas de hacerlo. Como si al ser sólo pensamientos no existieran de verdad y fueran las palabras escritas en este blog las que le dan vida. Cuántos malos rollos en una semana, y también cuántas buenas noticias en ese tiempo. Aunque la mayoría hayan sido de otros. Hoy, por ejemplo. He hablado con una amiga, compañera de fatigas en la carrera. Tenía una entrevista de trabajo esta semana y he llamado para que me contara qué tal. En tres días le han ofrecido 2 trabajos distintos, posiblemente compatibles. Uno lo empieza este fin de semana, el otro tardará algo más. Me alegro por ella, mucho. Aunque me mire a mí y me vea siempre en el mismo puesto, siempre en la misma situación de la cuerda floja. temiendo que se rompa siempre por el eslabón más débil, yo. Como ya ha pasado otras veces. También tengo otra buena noticia que dar, aunque esa llava más tiempo callada. Y no por falta de ganas, sino porque no sabía cómo hacerlo. El novio de mi mejor amiga (parece el título de una mala palícula americana) hizo un corto con clics (de Playmobil) sobre inmigración. Lo mandó al concurso de cortos de Canal+ (viva la publicidad encubierta) y se lo han seleccionado. Lo van a pasar dos veces en una semana. La primera (el estreno) con entrevista incluida al "artista" será el sábado 5 de octubre, por la tarde. Aún no sé la hora. La segunda, el viernes 11 dentro de un especial sobre inmigración (o algo así) que prepara Canal+ Francia. Tampoco sé la hora ni el nombre del programa. En fin, cuando ves que la gente que quiere obtiene justa recompensa por su esfuerzo no puedo por menos que sentirme feliz y pensar que, a veces, en el mundo sí hay justicia. Y yo me he (pre)matriculado de los cursos de doctorado. Todo un paso adelante...

viernes, 20 de septiembre de 2002

13.32 Siempre me pasa lo mismo, y es que aunque tengo 25 años, a veces parece que tengo 13. O menos. Nunca he controlado el tema de los "tempos" de una relación. Nunca sé qué hay que decir y cuándo, cómo se debe actuar en cada momento. Quizás es que sea demasiado incosciente, o demasiado impulsiva. O demasiado sincera como para controlar cada paso que hay que dar. Y así me va. Cuando se supone que hay que ser, digamos, modosita, yo soy una especie de huracán que propone mil y un planes para quedar y ver a "esa" persona. Y cuando hay que ser más lanzada, yo me escondo en mi caparazón y no muevo un dedo. Lo peor que puede pasar es que, en el primer caso, les asustes. Y en el segundo, les desanimes aunque no haya razón. Y ahora estoy de nuevo en esa brecha en la que no sé muy bien cómo tengo que actuar. He mandado un mail a, llamémosle X, y ha contestado al punto en un tono bastante correcto, pero a mi entender carente de ningún entusiasmo. Sí hay algún halago, aunque los considero más fruto de la cortesía que de cualquier otra cosa. También alguna referencia a futuras salidas, una con más gente conocida y otra para acudir juntos a una tertulia literaria (algo que yo le pedí). Pero nada específico. Y claro, como soy como soy, he tenido que meter la pata y lanzarme de nuevo a una piscina sin tener muy claro si el agua que contiene iba a impedir que me abriera la cabeza. he mandado un mensaje a su móvil diciendo que el lunes o el martes me tenía que pasar por su lugar de trabajo, que si no tenía nada mejor que hacer podíamos tomarnos un café. Su respuesta, dentro de los más absolutos términos de la corrección diplomática ha sido "claro, por qué no". En fin, lo que debí imaginarme hace tiempo. O más bien, de lo que debí convencerme. Conclusión, olvidaré a X. El lunes o el martes haré por allí lo que tengo que hacer y volveré a mi puesto de trabajo, sin café ni conversación. No volveré a escribir un mail hasta que no lo haga él, ni mantendré ningún tipo de contacto por voluntad propia. Si nos volvemos a ver, no haré nada que le pueda hacer pensar que me gusta. Y desde luego, no propondré ningún plan. Cuando he recibido su mail esta mañana estaba contenta. Ahora lo estoy menos, y va in crescendo. No es sólo que él me haya rechazado, sino la larga lista de rechazos que ya tengo a mis espaldas. Volveré a mi caparazón, del que, desde luego, no debí salir. Y esta noche tengo una cena, que cada vez me apetece menos. Si no fuera por que sé que encontraré algún amigo....

jueves, 19 de septiembre de 2002

11.51 Vuelvo a la normalidad de escribir con frecuencia tras una semana de intensa actividad. Alternar semanas de bajo rendimiento con otras en las que cada día debes correr una maratón no es bueno. Casi estoy segura de que Lobezno (mi matasanos particular) no lo aprobaría. Ayer tuve una experiencia un tanto rara, pero muy divertida. Después de dos meses de intentos, salí a cenar con dos ex compañeros de clase y, aquí va lo raro, nuestro ex profesor de Historia. Es un chico joven (27), inteligente y bastante culto. Y debe ser el único hombre sobre la faz de la Tierra que tiene esos detalles de abrirte la puerta del coche cuando vas a bajarte. Machista, sí, pero he de reconocer que me encantó (aunque sólo fuera por la novedad). Estuvimos hablando de cuando aún éramos sus alumnos, de otros profesores, anécdotas de la carrera (de esas que todos tenemos dos mil), de su vocación y la nuestra, de los trucos para copiar en los exámenes (no en los suyos), de trabajo, de mujeres, de Historia, de las relaciones profesor-alumna o profesora-alumna, de la actualidad, de la situación argentina y el ataque a Irak... En fin, de todo lo habido y por haber. Consiguió que yo dejara de llamarle de "Usted", que olvidáramos que una vez habíamos estado en lados distintos del pupitre y, sobre todo, que en ningún momento yo deseara estar en otro sitio. Lo cual, dadas mis circustancias actuales, es todo un logro. En definitiva, rompimos muchos de mis esquemas y los cuatro pasamos una noche muy agradable y divertida que estamos deseando repetir. Con el mismo esquema (cena y copa) o con cualquier otro que nos permita pasar unos ratos como los de ayer. La nota "rutinaria": como cada fin de semana de los últimos meses, acabamos en Chueca. Y es que parece que a mí me hayan prohibido visitar cualquier otra zona de Madrid. Menos mal que Chueca me gusta y lo paso estupendamente allí. Hay que ver que bien me he quedado después de soltar este rollo. En el fondo, echaba de menos mi blog.

jueves, 12 de septiembre de 2002

18.01 No sé si ha sido la profunda reflexión de ayer, las copas ingeridas en compañía de Rapun y cierto joven que siempre quiere emborracharnos o el desinteresado ofrecimiento de mi bebedora de Martini preferida de prestarme la estructura de su futón. Sea lo que sea, el caso es que hoy me he levantado, además de con un humor excelente, con el espíritu de una decoradora de interiores con extra de vitalidad. Conclusión, he cambiado de lugar casi todos los muebles de mi modesta habitación. Todos, salvo el armario, que pesa mucho. La operación me ha llevado hora y media y el sudor equivalente a unas cuatro horas de gimnasio. Afortunadamente he conseguido arreglarlo y colocarlo todo en ese tiempo, no sólo los muebles. Los libros están ordenados, los cd's encajados en su lugar, la televisión y la cadena de música dispuestas y los millones de adornos que tengo, encima de la cama esperando mi regreso cuando cerremos esta "bendita" revista en la que trabajo. He llegado a la redacción cansadísima y he pasado momentos de pánico pensando que me quedaba dormida encima del teclado (con la de jugo que se le pueden sacar a las palabras de Bush y Annan de hoy en la ONU...). Pero feliz. Mi habitación ha quedado mucho más amplia, ahora sí puedo decir que es mía de verdad. Además, la descarga de energía y el cumplimiento de la "misión" me han dejado una agradable sensación de triunfo. Pero mucho más divertido que todo ésto es alguna de las cosas que escuché ayer por la noche en boca del susodicho peligro que nos acecha a Rapun y a mí cada vez que quedamos a tomar una (y sólo una) copa. Su frase "algo debe de tener, porque todos los que van no vuelven" (en relación a la homosexualidad masculina) nos dejó a las dos heladas y deseando tener a mano un cuaderno y un bolígrafo para anotarla. Sabiduría popular lo llaman algunos. Hubo más perlas de éstas, pero mis conexiones neuronales no son lo que eran. Y las que están, tratan de averiguar qué tipo de cajas de cartón le pegan más a la decoración actual de mi cuarto. Definitivamente hoy es uno de esos días en que, aunque un libro como "El nombre de la rosa" te parezca interesantísimo y muy estimulante, tú no puedes hacer ni la o con el canuto. El ejercicio físico es sanísimo para el cuerpo, pero fatal para la mente. He dicho.

miércoles, 11 de septiembre de 2002

11.43 11 de septiembre de 2002. Ha pasado un año y hemos sobrevivido. Bueno, algunos lo hemos hecho. Otros, como aquellos afganos que celebraban una boda, no lo han conseguido. Hoy debería ser un día para la reflexión (yo voy a hacerlo), pero no para esa reflexión que promueven desde el "nuevo imperio". Sino para una mucho más profunda que nos afecta a cada uno de nosotros. Será que desde ese día yo he cambiado mucho, o más bien que en el último año lo he hecho y he cogido el 11 de septiembre de 2001 como referencia porque es una fecha que difícilmente olvidaré. O la del 7 de octubre de 2001, cuando Bush bombardeó por primera vez Afganistán. Quizás es porque las dos fechas van enlazadas a cosas que me ocurrieron personalmente. O no. Pero son una referencia. Fue por aquellos días cuando mi vida se puso del revés y aquello que había jurado que no volvería a pasar, pasó. Siempre es peligroso estar muy muy convencido de algo. Ahora sé que es porque cuando mayor es el grado de certeza, mayor es el riesgo y la casi seguridad de que te estás equivocando, y algo te va a demostrar que tu visión "totalitaria" de la realidad no es correcta. Creo que eso fue lo que pasó entonces. Por un lado, la potencia mundial por excelencia descubrió, cuando menos lo esperaba, que era vulnerable. Y yo descubrí que podía ser más fuerte de lo que pensaba y a la vez más indefensa de lo que había sido nunca. Conseguí quitarme varios lastres de una vez, y empecé a arrastrar otros que había dejado abandonados por el camino. Y aprendí a llorar de nuevo. Gracias a tí, que lo hiciste posible, que lo cambiaste todo. Un año después de todo ésto he conocido gente nueva. He descubierto amigos donde creí que no había. He redescubierto la generosidad y el calor de los que me rodeaban. Me he reencontrado con gente, y conmigo. He descubierto un cosquilleo en el estómago, unos impulsos perdidos. Y mi vida está, ya lo he dicho, patas arriba. A veces, me cuesta levantarme por las mañanas porque no sé qué me voy a encontrar, ni cómo voy a afrontarlo. A veces creo que antes, la vida era más fácil. Pero la máquina del tiempo no existe, y la de neutralizar sentimientos tampoco. Así que tengo que vivir con todo lo que llevo a cuestas, aprender a relacionarme con ello. Y voy a hacerlo. Porque, desde hace un año, me he hecho más humana. Porque, desde hace un año, no me arrepiento de ninguna de las decisiones que he tomado. En eso he cambiado yo. Y me gustaría pensar que tú, sea quien seas, también.

lunes, 9 de septiembre de 2002

15.49 Hoy he ido a la peluquería a cortarme el pelo. Sí, ya sé que quien esté leyendo ésto pensará que menuda gilipollez de apunte. Y sí, la verdad es que tengo que darle la razón. Quizás yo tampoco me leería algo que empezara así, si no me hubiese pasado lo que ahora contaré, y si ese hecho aislado no me hubiera hecho reflexionar. Como decía he ido a la peluquería. Exactamente a una que hay cerca de mi trabajo y a la que no había ido nunca. Mientras esperaba a que me atendieran he echado una ojeada a revistas de peluquería (buena idea si no sabes qué hacerte y mala si lo tienes claro, en el primer caso siempre encontrarás un par de propuestas y en el segundo acabarás hecha un lío sin saber cómo cortarte...) para no ponerme en manos de la peluquera sin decir yo nada. Al principio había elegido un corte para pelo ondulado, casi con tirabuzones, pero la peluquera me ha hecho desistir, afirmando sin complejos que mi pelo no era como el de la modelo. Y estoy de acuerdo, el suyo era rubio. Finalmente ha decidido (yo no tenía ni voz ni voto) hacerme un corte que lucía una modelo (también rubia) de pelo más bien liso. Yo he intentado explicarle que mi pelo era rizado, que no me cortara mucho, esas cosas. Ella me miraba con incredulidad, y yo, claro, he dejado que hiciera lo que le diera la gana. A la hora de peinar le he pedido que me lo dejara rizado (soy buena y sé lo que cuesta alisarme el pelo) pero ella ha insistido en que no, en que me lo alisara que además ya estaba acostumbrada. Una vez más, la he dejado hacer. Pero de pronto me ha sorprendido con una cara de angustia y una petición ("¿Dejamos las puntas para afuera?") que demostraba hasta qué punto nunca se había topado con un pelo tan rebelde como el mío. 45 minutos después seguía alisando pelo, la pobre, mientras exclamaba "¡Pues sí que lo tienes rizado! ¡Si hasta te salen tirabuzones!". Yo, me he regodeado en mi pequeña venganza. No había querido creerme y ahora pagaba su justo castigo. Pero claro, estas venganzas no duran mucho. Cuando ha terminado de peinarme ha afirmado (será mala pécora...) que me quedaba mucho mejor el pelo liso, que el rizado no me favorecía nada. Al punto me he encontrado discutiendo con ella métodos para desrizar el cabello y dejarlo más liso que el de Isabel Preysler. Ella me proponía un tratamiento y yo alegaba que era demasiado caro y que, además, quemaba el pelo. Al final, he salido de la peluquería convencida de que el pelo rizado me sentaba como una patada en los mismísimos y que lo que debía hacer era quemarme la cabellera y acabar con el azufre de la misma. Y aquí es donde tú, oh lector, pones un curioso mohín y sigues opinando que menuda sarta de estupideces. Bueno, pues ahora no te doy la razón. Tengo 25 años, llevo 25 años con el pelo rizado (unas veces más y otras menos) y nunca había pensado en hacer ninguna barbaridad con él. Es cierto que a veces me quejo, y que a veces (sobre todo con la humedad) resulta molesto. Pero me gusta mi pelo, me siento cómoda con él, y muy rara cuando me lo aliso. Pero hoy he dudado y he estado a punto de cometer una barbaridad. Y cuando he "despertado" he entendido cómo deben sentirse (en cierta medida) aquellas personas que se someten a operaciones de cirugía estética no por salud, sino por mejorar su aspecto, por cambiarlo. O las anoréxicas que dejan de comer para dejar de tener curvas. Todos dependemos mucho de lo que los demás opinen de nosotros, nos guste o no, queramos admitirlo o no. Es verdad que algunos tienen unos círculos de influencia más grandes que otros, pero todos tenemos personas cuya opinión nos importa, incluso nos puede hacer dudar de nuestra valía. Si yo casi me abraso el pelo por una tía a la que no conozco de nada, ¿qué no haría si se tratara de mi madre? ¿O de mi mejor amiga? ¿O incluso de mi pareja? Y yo he podido resistir a la tentación, pero ¿y alguien con menos autoestima? ¿con menos capacidad crítica? Siempre pensé que quien hace barbaridades para cambiar su aspecto tenía problemas, pero no me había dado cuenta de que quizás el problema no era sólo suyo, sino que a lo mejor los demás también tenían parte de responsabilidad en las barbaridades. Recuerdo ahora un anuncio de ¿mayonesa? ¿queso desnatado?...no sé, de una marca de productos "light" (eso seguro). Dos chicas están en una terraza tomando un aperitivo. Una se mira al espejo mientras enumera la retahila de críticas que su chico hace a su cuerpo (que si tengo poco pecho, mucho culo, tripita...). Al final, se da la vuelta y afirma con una sonrisa que ella se encuentra "estupenda". Y las dos se ríen bromeando con el olvido del susodicho criticón. Bueno, pues esa es la actitud que hay que tener cuando te dicen "no me gusta tu nariz" o tus piernas, o tu pecho, o... Dicho de otro modo, "si no te gusta, no mires". Y, en cualquier caso, no criticar por criticar. Pensar que lo que tenemos delante es una persona a la que nuestros comentarios pueden herir más de lo que creemos. Nunca hay que mentir, pero tampoco llegar a crearle un trauma porque a nosotros no nos guste algo de ella. Cuando se quiere a alguien se hace con lo bueno y con lo malo. ¿O no?

jueves, 5 de septiembre de 2002

12.09 Me duele hasta el último músculo de mi cuerpo, incluidos esos que piensas que no te pueden doler o los que ni siquiera sabes que existen. Pero aunque teclear estas líneas me está exigiendo un esfuerzo sobrehumano, estoy muy alegre. Cansada, pero feliz. Todo comenzó a las ocho de la noche de ayer, día cuatro de septiembre. A esa hora llegaba yo al teatro Lope de Vega de Madrid. Curiosos, alborotadores, invitados y personajillos a la busca y captura de una entrada se agolpaban en la escalera. Del interior sólo se veía un brillo azulado, el resplandor de algunas velas y un humo blanco que cubría los pies de los que ya estaban dentro. Mi acompañante y yo decidimos entrar cuando Leo Bassi aprovechó la congregación de la multitud para publicitar su espectáculo, a hombros de 7 jovencitos voluntariosos. No quise quedarme a escucharle, me pareció bastante hipócrita su actitud de rechazo a todo, pero aprovechándolo para darse notoriedad. Pero sigamos. Dentro la iluminación era escasa. Telas negras, cirios en enormes candelabros de metal invitaban a los asistentes a sumergirse en la atmósfera mágica del musical. Las butacas rojas del teatro contrastaban furiosamente. Ocupamos nuestras localidades (fila 7) y todos nos dispusimos a soñar, reir y llorar durante dos horas. A los primeros acordes el público estaba entregado. Con la primera canción no se oía ni una respiración en la sala. Y así durante la hora que dura el primer acto. Con el intermedio llegaron los cigarros consumidos a toda prisa y los primeros comentarios de elogio. Los de la productora oscilaban entre el orgullo, el miedo y los nervios, siempre traicioneros. Entre los espectadores despistados, uno de excepción: el autor de la adaptación teatral. El rumor de que estaba allí se iba propagando, pero pocos eran los que podían preciarse de conocer su rostro. El equipo artístico anglosajón iba de un lado a otro, cuidando que el segundo acto estuviera también milimetrado. Carreras, empujones y algún grito pidiendo dos minutos más para los actores. Una voz por megafonía nos anunció que estaba a punto de comenzar el desenlace. Corrimos todos a ocupar nuestras butacas, incluso aquellos que llegaron tarde al principio de la obra. Y volvieron las lágrimas, las risas, la música y los asombrados murmullos cada vez que descubríamos un detalle más del montaje. Otra hora y la oscuridad se hizo en el escenario. Cayó el telón, se encendieron las luces y los ánimos de los espectadores. Los menos tímidos nos pusimos en pie, y el resto nos secundó poco a poco. Las palmas dolían y habían adquirido ya el tono de las butacas, pero poco importaba. Firmes, todos queríamos ver al artífice de aquella maravilla que nos había sumergido en la atmósfera de principios de siglo pasado. Y no nos decepcionaron. Un saludo no ensayado arrancó más silbidos, gritos y aplausos de los que ese teatro recuerda. Poco a poco abandonamos la sala, y entre copas de vino y canapés los protagonistas de la noche recibieron las felicitaciones de quienes habíamos llorado y reído, amado y odiado con ellos. Cansados y con la sonrisa puesta no terminaban de creerse ninguno de los halagos recibidos. Con un asomo de temor en los ojos aún preguntaban cómo serían las críticas. Se jugaban mucho y lo sabían. Pero habían dado lo mejor de sí y habían conseguido conmocionar y levantar a 1.400 personas. Esa será su recompensa las próximas noches. Aún lloran cuando lo piensan. Tras el acto público, la intimidad. Una fiesta privada para celebrar no sólo su éxito, sino los meses de duro trabajo que ya llevan a la espalda, y los que les quedan. Pero esa, ya es otra historia...

martes, 3 de septiembre de 2002

16.28 ¡¡Por fin tengo Internet!! Después de un viaje de tres días, alejada de la pantalla de mi Mac (del trabajo), y con escasa conexión, llegué el lunes a la redacción para descubrir que sa habían caído los servidores y no podíamos acceder. ¿La solución? esperaban que para esa tarde, pero como pasa siempre que se habla de una reparación, el tiempo se alargó y no he podido hacer nada hasta hoy a mediodía. Resultado: un blog desatendido, cuentas de correo a punto de estallar y síndrome de abstinencia bastante acusado. Supongo que habrá sido el síndrome postvacacional, que este año ataca con más fuerza que nunca. Y sé lo que digo, porque hoy casi no salgo viva del metro. Eran las 10 de la mañana, una hora bastante decente a mi entender, y el vagón estaba hasta arriba (acostumbrada a la soledad de agosto me he quedado un poco perpleja, la verdad). No me preocupaba no poder sentarme, pero sí no tener espacio suficiente para poder abrir mi libro, verdadero protagonista de esta historia. Se trata de "Sin noticias de Gurb", de Eduardo Mendoza. Sí, ya sé que es viejo, y que me lo he leído una docena de veces, pero después del fin de semana necesitaba algo ligero. Es una novelita corta completamente surrealista con la que me río a carcajadas siempre, así que sabía que no me iba a fallar. Y tenía razón. A cada línea mi sonrisa se iba ensanchando, hasta que no he podido más y he estallado en una sonora carcajada. Claro, no había medido yo las consecuencias de semejante osadía en un vagón de metro, un martes a las diez de la mañana y camino del trabajo. Las miradas de mis compañeros de viaje iban desde la compasión (pensarían que estaba loca) hasta el asesinato ("¿cómo puede reírse esta *&/%/&&/?"). Afortunadamente entre la primera carcajada y mi estación de destino no mediaba mucho rato, por lo que he salido indemne. Supongo que estarían todos afectados por ese indeseable síndrome mencionado con anterioridad. Claro, si fueran como yo, si no tuvieran vacaciones, eso no les pasaría (dice mi madre que quien no se consuela es porque no quiere y yo la creo). Bastante tengo ya con soportar mis horas encerrada en la redacción con un jefe que ahora no me habla, un subdirector que me pide cada vez más (sobre todo tras enterarse que en la "revista de prensa" del lunes en la SER hablaron de mi entrevista, bueno la citaron) y el miedo a llamar a Gibraltar por si me han declarado "persona non grata". Pero bueno, tampoco me pasé demasiado. Es sólo que creyeron que una periodista joven y española no tendría ni la visión ni la documentación necesaria para evitar una "tomadura de pelo", y claro, se equivocaron. No por ser mejor que nadie, sino porque llevaba un mes preparando la entrevista y eso te da mucho margen. Por otro lado el viaje me ha demostrado que cada vez me da menos miedo subir a un avión, aunque aún no ha llegado a ser mi medio de transporte preferido, la verdad. Pero es agradable constatar que aún sigo sorprendiéndome a mí misma. Y hoy no puedo dejar de citar a mi futura directora de Tesis, si alguna vez llego a hacerla, que me ha enviado un mail que terminaba con "Ánimo, que tú vales mucho". Gracias Pilar, hoy me has animado el día. Y ahora a seguir con lo mío. Esta semana, desmontar la teoríadel "Gibraltar español". A este paso o me exilio o me declaran "heroina nacional", sólo que no sé de dónde.