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miércoles, 30 de octubre de 2002

17.58 Por fin voy a hacerlo. Por fin he encontrado el valor, y el dinero, necesarios para llevar a cabo uno de mis, podríamos llamarlo así, sueños. Desde hace años sueño con pisar sus calles, con respirar su aire. Con conocer los lugares, las calles, los bares que tantas veces he imaginado. Por fin podré ver cara a cara a los descendientes de aquellos que quedaron inmortalizados. Por fin podré comprender por qué quien se marcha, no lo olvida. Por qué cada año miles de viajeros se desplazan hasta allí en pos de innumerables celebraciones, todas diferentes. Voy a poder conocer su casa, sus calles, los paseos recordados que le dieron la inspiración. Por fin voy a conocer la ciudad de la que salió para no regresar (volver una vez por un espacio de tiempo corto no cuenta). Por fin voy a poder fijar en mi retina los paisajes reales que recordó siempre. Por fin voy a poder conocer la cuna de ese loco alcohólico, tuerto y temeroso de las tormentas que tuvo a bien regalar a la humanidad una obra de arte extensa, incomprensible, inalcanzable, una basta muestra de lo que un ser humano es capaz, si se pone a ello. Mientras pasee por sus calles, siguiendo las indicaciones fijas en el pavimento recordaré sensaciones, momentos, envidias antiguas que por fin hallarán consuelo. Recordaré lo que sentíais cuando estabais allí, pensando en mí, que me estaba cada vez más lejos de mi sueño. Pero por fin podré tocarlo, disfrutarlo, saborarlo, olerlo y fijarlo en mi memoria como el tesoro que es. Años después lo he conseguido, en unos días (12 para ser exactos) estaré en las calles de Dublín, sin poder creerme mi suerte. Hasta entonces mi imaginación ya se ha marchado al número 7 de Eccles Street.

lunes, 28 de octubre de 2002

13.42 Pues ya está. Me he hecho mayor. Irremediablemente. Supongo que debí escuchar los avisos de mi cuerpo en forma de molestos pelos blancos entre mi negra cabellera, pero no lo hice. Y hoy, hace poco más de un par de horas he sido terriblemente consciente de ello. Y me gusta. ¿Las razones? Muchas, supongo. Que una buena amiga haya encontrado piso para irse a vivir con su chico, que esté planeando mis primeras vacaciones (un desastre porque no hay hoteles libres en ningún sitio), que haya solicitado los papeles para ingresar en la Asociación de la Prensa de Madrid y en su servicio médico (antes me lo cubría la cuota de mi padre), que empiece a intentar planificar algo más que las siguientes 48 horas de mi vida, que tenga, por fin, un círculo de amistades con las que soy capaz de pasar más de 12 horas seguidas y no aburrirme ni un solo instante. Y, sobre todo, la noticia que he recibido hoy, hace unos 10 minutos. A partir de hoy, soy "doctoranda". Es decir, me han admitido en los programas de doctorado de mi facultad. Mi directora puede estar orgullosa. Estoy contenta, muy contenta. A pesar del miedo y las dudas. Porque soy capaz de sacar adelante un deseo contra viento y marea, porque he podido enfrentarme a quien pensaba que no era una buena idea y demostrarles que sí, que si era lo que quería eso debía bastar. Porque he sido capaz de descubrir una de mis "virtudes" y luchar por ella. Porque todo esto me enseña que, si quiero, puedo hacerlo. Porque por fin he entendido de verdad la frase de un anuncio que tengo colgado a mi espalda en la redacción "La única barrera eres tú. Sólo tienes que aprender a saltarte". Esta vez lo he hecho, y me siento tan feliz, que no me importa haber dormido tres horas. Bueno, no me importa por ésto y por lo que me mantuvo despierta hasta tan tarde. Y para celebrarlo, cambio de tipografía en el blog. Que lo disfrutéis. Besos a todos los que, alguna vez, confiastéis en mí.

jueves, 24 de octubre de 2002

11.24 Se me había olvidado lo bien que sabe un desayuno (en mi caso una dosis de cafeína) en la cama, en buena compañía. Me ha devuelto el buen rollo y buena parte del optimismo que había dejado arrinconado en las últimas semanas. Tanto, que ahora no soy capaz de escribir mi reportaje (que debe tener mucha mala leche) y mi jefe me va a matar. Pero no me importa. Casi no he dormido, tengo la cara hinchada, pero una sonrisa en los labios y una mirada un punto pícara. Gracias chicos, por hacerlo posible.

martes, 22 de octubre de 2002

11.58 Hoy tenía intención de escribir algo de buen rollo. Algo animado, como hizo Rapun en su blog ayer. Así intentaría que la gente que se ha preocupado por mí estos días pudiese dejar de hacerlo, que no entrasen en el blog con un cierto miedo a ver qué se encuentran. Pero mis intenciones se han ido al garete. Cuando comienzo a remontar algo, cuando el viento comienza a soplar en otra dirección, se enfurece y derriba otro árbol. Dice Rapun que la verdadera fortaleza es la de aquel que se sabe vulnerable, lo dice, recibe un golpe y se levanta. Y Beor lo ratifica. Bueno, pues yo estoy harta de recibir hostias y levantarme con buena cara, fingiendo hacia los demás que no pasa nada. Estoy harta de parecer vulnerable y tratar de esconder lo que duelen los golpes en una coraza. Podría decirse que estoy a medio camino entre el caballero de la armadura y el nudista que se pasea por el mundo. Admito siempre que soy vulnerable, pero jamás dejo ver cuánto daño me hacen las cosas. Y estoy harta. Se acabó. Me duele mucho que mis amigos lo pasen mal. Me duele mucho que mi vida sentimental sea un absoluto fracaso. Me duele mucho que nadie quiera estar conmigo. Me duele mucho que no se valore mi trabajo. Me duele mucho ver a mi abuelo en el estado que está. Me duele mucho no poder tender una mano porque no sé cómo hacerlo. Me duele mucho no poder pedirla. Me duele mucho no tener a nadie a mi lado a quien llamar a cualquier hora. Me duele mucho levantarme sola y acostarme sin un beso de buenas noches. Me duele mucho sentirme sola. Me duele mucho sentir que no encajo en ningún sitio. Ya está, ya lo he dicho. No volveré a decirlo. No volveré a insistir sobre ello, pero necesitaba soltarlo. Una buena noticia, han colgado de cierta web cierto reportaje que escribí sobre cierto musical.

jueves, 17 de octubre de 2002

20.04 Conozco una niña que llora mientras ríe. Que confunde el sabor salado de las lágrimas con la dulzura de un abrazo. Que cuando quiere sonreir se entristece. Que cuando quiere llorar, dice que ve el cielo color azul. Conozco una niña que ha aprendido a vivir con ello. Que una vez pidió ayuda, y no se la dieron. Que pasó tanto tiempo sola, que ya no sabe que a su lado, si quisiera, podría haber gente. Que intenta ayudar a otros, pero que no sabe ayudarse a ella misma. Y que no quiere que la ayuden. Conozco a una niña a la que una vez rompieron el corazón, y no supo arreglarlo. Que se pasea por el mundo con un remiendo en el pecho. Conozco una niña que no quiere que le den puntos, no sea que, al quitárselos, la herida siga abierta. Conozco un caracol que no lleva su casa a cuestas, porque no la encuentra. Que vagabundea perdido, desorientado, con una brújula estropeada en el bolsillo. Conozco un caracol sin concha, porque se la aplastaron sin darse cuenta. Conozco un caracol que por las noches tiene frío, pero que no tiene boca para pedir una manta. Conozco un caracol que un día, buscando su casa, encontró otros caracoles. Que pensó que le entenderían, pero a los que realmente cree no dio la oportunidad. Y ahora, mientras permanece entre ellos, se pregunta cómo alejarse sin hacer ruido. Sin echarles de menos. Que se pregunta si podrá terminar a tiempo la cáscara tanto tiempo trabajada. Que quisiera saber si, aunque incompleta, cuando esté solo le quitará el frío. Que mira hacia arriba preguntándose si alguna vez será lo suficientemente fuerte como para resistir los pisotones. Conozco una niña que es caracol, y un caracol que es niña. Conozco una niña-caracol que se pregunta si podrá seguir los pasos del lobo.
18.32 Aviso a navegantes. Mi dosis habitual de estrés está a punto de alcanzar cotas nunca vistas. Mi único deseo en estos momentos es gritar muy, muy fuerte y luego, una vez desahogada, meterme en la cama y no levantarme en dos semanas (exactamente las mismas que llevo en este estado). Pero no hay nada que temer. Me lo tragaré durante un par de días y luego volveré a ser la de siempre. Por si acaso, en este tiempo de digestión, no escribiré en el blog. Aunque siga leyendo otros.

martes, 15 de octubre de 2002

19.04 "Cuando yo digo que no, es que no". La frase no es mía, sino de un guionista de cine. Concretamente del que parió "Los amantes del círculo polar". Aunque a veces me va tan bien que dudo que no me oyera decirla en algún momento, en algún sitio. Y es que es así. Si yo digo que no, da igual lo que el resto del mundo opine, da igual las pruebas que me pongan delante de las narices. Cuando yo digo que no, es que no. Hoy podría pensar que es que sí. Que las sensaciones que tengo desde el jueves pasado son falsas. Que el no se ha convertido en sí. Pero da igual cómo o cuánto lo intenten. Para mí sigue siendo que no. Quizás porque no me interese que sea que sí o, porque como dije ayer el miedo se haya agarrado demasiado a mi garganta. No es sólo que no pueda cantar. Es que esta vez tampoco me permite hablar ni, por lo tanto, cambiar el no por un sí. Sigo buscando el camino, pero cada vez con menos ganas. Ya ni siquiera me apetece caminar, no digamos correr detrás de un imposible. "Cuando yo digo que no, es que no".

lunes, 14 de octubre de 2002

12.01 La teoría dice que los fines de semana se hicieron para descansar, pero la práctica me dice que en mi caso no es así. Después de una semana terrible, esperaba el descanso, al menos el dominical, como agua de mayo. Pero se me olvidaba que yo jamás descanso, algunas veces por mi culpa y otra por un cúmulo de circustancias de la que nadie, y digo nadie, es responsable. Así que, por favor que quien lea esto no se sienta mal, que ya soy mayorcita y si hago las cosas es porque me da la gana. Pero primero, la semana. El jueves (mal día para mi revista) un fallo de comunicación con el informático provocó la desaparición de todos mis archivos. Es decir, del trabajo de año y medio. Mi desesperación os la podeis imaginar. Al final estuve en la redacción hasta las doce de la noche repasando 734 documentos para descubrir al final que había perdido casi toda la documentación recabada en este tiempo, así como buena parte de las listas de contactos que guardaba en el ordenador. Un desastre. Y el fin de semana me ha servido para descubrir que gente muy cercana a mí, gente a la que quiero, no lo está pasando bien. Y yo me siento impotente, porque lo único que puedo hacer es decirles que aquí estoy para lo que quieran, que voy a intentar hacer lo posible para que recuperen la sonrisa. Pero me siento inútil, porque no sé como hacerlo. A veces hablar de ello es suficiente, pero otras no, y me da la sensación de que ésta es una de las situaciones en las que, por desgracia, prima la segunda opción. Me gustaría hacer más de lo que hago, pero no sé qué. Y me duele la cabeza de tanto darle vueltas a las cosas sin encontrar solución. Sin saber mejor que ayer qué es lo que puedo y debo hacer. Y escribir mi "famosa" columna no me ha ayudado. Debía ser graciosa cuando tenía ganas de llorar, y no sé cómo ha salido. Ni sé qué dirá mi director cuando la lea. Ni tampoco sé si me importa. Descansaría feliz si supiera que este fin de semana no he hecho daño a nadie, si supiera que de verdad he ayudado un poco. Si tuviera la certeza de que una de las sonrisas que han esbozado en estos días ha sido por mi actitud con ellos. Si supiera que he servido para algo. El miedo sigue agarrado a mi garganta, y no creo que, esta vez, me deje. Lo siento por tí, que acabas de conocerme y a lo mejor crees que podría salir bien, pero ahora mismo no puedo. Estoy convencida de que saldría todo mal, de que no puede ser. El miedo, una vez más, es más fuerte que yo. Lo siento.

jueves, 10 de octubre de 2002

11.13 De vuelta ya en Sierravalle, intento retomar mis antiguas responsabilidades. Por desgracia, cierto personaje ha ido con el cuento de mi traición al rey, y ahora me encuentro en una situación harto desagradable. Por un lado, intentar convencer a su "majestad" de mi fidelidad a los asuntos de estado que nos preocupan, por el otro, hacerle ver que no son sólo éstos los que deben preocuparnos, sino que la formación integral de la persona también se basa en conocimientos de tipo cultural. Para evitar ser degollada por mis superiores jerárquicos, tendré que dedicarme durante un tiempo a rastrear la vida de algunos personajes y poder presentar, el martes como muy tarde, un completo informe sobre sus actividades hace 20 años. Sólo agradecer a los habitantes de Uthgard, y a los dueños de la posada y encargados del alojamiento, el fin de semana tan especial que me han hecho pasar. Gracias por dejarme retroceder varios siglos y dejar en el camino mis preocupaciones. Sois los mejores.

viernes, 4 de octubre de 2002

13.42 38,5 de fiebre. Dolor de cabeza, pesadez en las articulaciones, agujetas en cada músculo del cuerpo. Tos, sudores y estornudos. Estómago machacado. ¿Os suena? Estoy segura de que sí, es nuestra maravillosa amiga, la gripe anual. Esta semana he recibido su visita y aún hoy, cuando ya estoy casi curada, me siento como si me hubiese pasado un camión por encima. Supongo que si hubiera podido pasarla en casa, acostada y sudando como recomiendan las madres, hoy estaría algo mejor, y la cabeza esta semana no se habría parecido tanto a la lavadora en el programa "centrifugado". Pero no. Además de estar enferma he tenido que acudir a trabajar cada día, sin faltar ni uno sólo. El martes, cuando pensaba retirarme a mi hogar (no tenía trabajo pero sí fiebre) mi jefe decidió encargarme un bonito marrón que, si en condiciones normales me hubiera costado quebraderos de cabeza resolver, imaginad en mi estado... Todo un espectáculo digno del mejor circo. Aunque no sé si en la clasificación de payaso o en la de equilibrista-malabarista. En cualquier caso el lema de esta semana ha sido el "más difícil todavía" o el "no se vayan todavía, aún hay más". Pero ya estoy recuperada. Y poco a poco regresa a mi ser el aura budista del "no me importa nada, no me afecta nada, no merece la pena". Así, asisto impasible a jocosos comentarios dirigidos a mi persona (alguien dice que después de jugar la Intertoto este verano, parece que me haya tomado unas vacaciones), a la inutilidad de cierta jefa de prensa que considera que mandar dos dossieres a una revista es una pérdida de tiempo/dinero/loquesea (a pesar de que uno vaya al crítico de teatro y el otro a la persona que escribe los reportajes, actividades muy diferenciadas y diferentes), al constante desdén de una redactora que ha decidido que yo no existo (y le funciona, lleva 4 meses ignorándome) y, por supuesto, a los enfermizos desvaríos de los que utilizan las "cartas al director" como medio para desahogar sus frustraciones (alegrémonos de que usen la palabra y no las manos). Definitivamente mi vida se parece cada vez más a un libro (Sin noticias de Gurb) de Eduardo Mendoza. Aunque el hecho de desconocer el destino final y la misión a realizar este fin de semana, me ponen más a la altura de su última novela, "El último trayecto de Horacio Dos", que en su momento ya pude disfrutar por entregas en un diario y que ahora vuelvo a leer con una sonrisa en mi cara.