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miércoles, 28 de agosto de 2002

16.37 Mañana me voy de viaje. Desgraciadamente no de vacaciones, que buena falta me haría, sino de trabajo. Un auténtico maratón de trabajo, lo que significa que mañana me levantaré a las 5 de la mañana, viajaré una hora en avión (que me dan pánico) y otra hora y media en coche para llegar a un hotel, ponerme mi traje "elegante" y salir a la carrera para hacer una entrevista. Una vez terminada, correr otra vez de vuelta al hotel para transcribirla y enviarla a la redacción antes del cierre. Y al día siguiente patearme una ciudad desconocida (y peligrosa según dicen) cual Indiana Jones en busca del "tema perdido". Suena divertido ¿verdad? Bueno, pues tengo que reconocer que a veces lo es. No sé si ya me he acostumbrado al ritmo de vida del periodismo (de hacer las cosas para ayer) o si lo traía de antes y por eso elegí la profesión, pero aunque a veces me queje otras me gusta mi trabajo. Y esta es una de ellas. El miedo a volar y el terror que me provoca la entrevista oscurecen un poco la alegría, pero estoy segura de que, cuando el sábado regrese, estaré contenta. Agotada pero contenta. Y más si la entrevista sale bien. Llevo dos días dándole vueltas al viajecito. Me asusta todo de él: los vuelos, los desplazamientos en coche, la entrevista, las prisas... Pero hay una cosa que me asusta más que todo eso. Que nadie me despida y, sobre todo, que nadie vaya a recogerme al aeropuerto. Que nadie te coja la maleta, te dé un abrazo de cariño suspendido dos días y recuperado en dos segundos. Que nadie te pregunte qué tal te ha ido, ni te lleve a casa, dispuesto a velar tu tan merecido sueño. Quizás me esté poniendo demasiado nostálgica, o el miedo me haga ver las sombras más largas de lo que ya son, pero ahora me siento así. Y aunque lucho contra ello desde hace dos días sé que cuando traspase las puertas del aeropuerto y me suba en un taxi me voy a sentir triste. Aún así, como todo, lo superaré. Por ahora me despido durante los próximos cuatro días. Sed malos y pasadlo bien. Nos vemos (o leemos) el lunes.

martes, 27 de agosto de 2002

11.44 Soy dos personas a la vez. Igual que tengo un nombre (que me dieron mis padres y aún no sé si lo agradezco) y un nick, moldeo mi forma de ser según esté con unos u otros. Es normal, lo sé. Para algunos la inteligencia es la capacidad del ser humano de adaptarse al medio (hay millones de definiciones de inteligencia todas muy diferentes, pero hoy tomaremos ésta), y todos tenemos algo de eso. Luego adapatarse a lo que tenemos enfrente (jefe, amigo, desconocido, contacto profesional...) no deja de ser una "prueba" en el doble sentido de permitir superarte a tí mismo y demostrar a los demás tu inteligencia (insisto, reduciéndola a la definición anterior). Pero no es sólo eso de lo que hablo. Existe un grupo de gente con la que he descubierto muchos aspectos "ocultos" de mi personalidad. Los he sacado a la luz, sin avergonzarme de ellos. Es más, incluso me he sentido orgullosa de poseer esas "características". Quiero decir que hay gente con la que puedo ser mucho más abierta que con otra, aunque les conozca menos porque sé que no me van a juzgar. Y eso me gusta. Por fin empiezo a sentirme yo misma, a ser realmente como soy y no lo que los demás quieren que sea. Soy más divertida, confiada. Escucho mejor porque realmente me interesa, porque sé que puedo dar mi verdadera opinión y no la que las convenciones socialmente establecidas quieren que dé. Me siento mucho más a gusto conmigo cuando soy así, cuando estoy con esas personas. Sé que estaís leyendo ésto y algunos os preguntaréis si sois vosotros los que provocaís eso. La respuesta, probablemente, sea sí. En definitiva, me gusta más ser Tindriel que ser María. Incluso en el trabajo noto esa diferencia. Cuando escribo para Cultura soy Tindriel, cuando escribo de Nacional, soy María. Y que este cuaderno electrónico se llame "El blog de Tindriel" no es casual. Por cierto, ya tengo mis dos invitaciones para ir a ver "El fantasma de la ópera".

lunes, 26 de agosto de 2002

13.53 Mientras espero que se estrene El fantasma de la Ópera, y se publique mi reportaje sobre el tema, sueño despierta con la noche en que por fin descubra todos los secretos del montaje. Y no es que me queden muchos por saber, pero no es lo mismo imaginarlos que verlos. Largo y aburrido fin de semana éste que dejamos atrás. El calor, las tormentas y ¿por qué no? las pocas ganas de salir de la cama han hecho que los momentos memorables de estos días sean escasos. Aún así, me alegro. Después de tantas semanas de sustos y sorpresas, necesitaba unas horas de tranquilidad. Pero eso no significa que no haya pensado y repensado sobre ciertos temas. Entre ellos, cómo no, el periodismo y algunos de los que se precian de practicarlo. A mis manos llegó el pasado viernes una revista de información general con un reportaje sobre el musical antes citado. La verdad, no me preocupaba demasiado su contenido. Quizás fuera petulancia, o quizás el convencimiento de que con la diferencia de tiempo disponible para las entrevistas (yo tuve cerca de una hora para cada actor, y ellos 10 minutos) las cosas que podríamos contar serían muy diferentes. También un detalle, que todos esperaran para despedirse de mí y me agradecieran la entrevista. Esas cosas te llenan del orgullo del trabajo bien hecho. A lo que íbamos, el otro reportaje. Al leerlo me sorprendió que la redactora incluyera algunas anécdotas provocadas por mí durante la "sesión". Pero eso era de esperar. Lo que me indignó es que las contara como le diera la gana, es decir, mal. Aunque no voy a llamarla para decírselo. El jefe de prensa lo sabe, y entre risas lo hemos comentado hoy. Afortunadamente mi reputación está a salvo. Y como última perla, algo de lo que me dí cuenta pero he querido comprobar hoy. En un momento del texto habla de la ópera "Aníbal, Lefèvre". Mis ojos se dolían sólo de leerlo. Y no sólo porque demuestre un absoluto desconocimiento de la novela de Gaston Leroux, del musical de Webber o del mundo de la ópera. Sino que, además y más importante, demuestra que, o no sabe leer o no presta atención cuando lo hace. El dossier de prensa del musical dice: "(...)Aníbal. Lefèvre, el empresario(...)". Gran invento el de los signos de puntuación que permiten separar conceptos. Aunque la gente no haga ni caso... Así nos va.

viernes, 23 de agosto de 2002

11.43 He creado un nuevo blog. Un cuaderno donde recopilar los cuentos que se amontonaban en mis cajones, en los huecos de mi cansado cerebro. Algunos son sólo juegos con palabras, experimentos. Otros son intentos de verbalizar lo que siento, cómo me siento. Aunque la mitad de las veces, se queden en nada. He puesto un link para quien quiera leerlos, pero aviso, no son muy buenos. Algunos llegan a la categoría de incomprensibles, incluso para mí. Aún así, me gustaría que, si alguien se decide a visitarlos, me diera su opinión sincera. Por favor. Y gracias a todos por leer estas líneas que escribo sin saber muy bien para quién.

jueves, 22 de agosto de 2002

11.56 Al parecer mi último apunte en este blog ha dejado preocupados a más de uno. Gracias por hacérmelo saber. Estoy bien. Reconozco que ahora lo escrito me parece quizás excesivamente dramático. Tampoco es que quiera quitarle toda la importancia a lo sucedido, pero es verdad que ahora veo las cosas de un modo algo diferente. Ayer fui al cine, tuve el honor de ver "El mismo amor, la misma lluvia". La disfruté desde el principio hasta el final. Me reí, me emocioné, me enfadé y me enternecí con los personajes. Todos ellos personas corrientes a las que la vida da bofetadas y caricias, como a todos nosotros. Todos tenían miedos que les paralizaban, ilusiones efímeras que cada día les invitaban a seguir, sueños que jamás verán cumplidos pero que les mantienen despiertos. Es una pena que, de no haber sido por el éxito de "El hijo de la novia" esta película hubiera permanecido desconocida para los amantes del cine real. De ese arte de contar historias cotidianas desde un punto de vista que, de tan cercano, es casi mágico. No se trata de cine de evasión. Aquí cada momento podría formar parte de tu vida. te ves en un espejo, algo deformado, que refleja una visión irreal, aunque no imposible, de tí. Ves las miserias de otros y piensas que, si te pasara a tí, no sería tan malo, o tan raro, o tan desastroso. De cada película que he visto intento siempre sacar lo bueno. recuerdo una frase de "The Matrix" que, de tan jodidamente real, me pareció terrible. En la escena, el agente le está contando a Morpheus cómo diseñaron Matrix, le explica que primero crearon un mundo en el que todos pudieran ser siempre felices: sin problemas económicos, sentimentales, sin lucha cotidiana contra la adversidad. Pero fue un desastre. Los hombres no habían sido capaz de asumirlo y habían tenido que rediseñar Matrix para adaptarlo más a la "vida real", con sus alegrías y tristezas. Pues bien, es cierto. No creo que nadie pudiera ser siempre feliz, no tener nunca un solo problema, una preocupación. En definitiva, necesitamos las sombras para poder apreciar la luz del sol. ¿Triste? No lo creo. Es la adversidad la que nos hace superarnos, la que saca lo mejor de nosotros. La que nos hace exigirnos algo más, para nosotros o para los demás. Me gusta que la gente a mi alrededor sonría, esté feliz. Pero sé que si eso fuera siempre así, me acabaría relajando, no me esforzaría por nada ni por nadie y, al final, mi indiferencia (y la de los demás) acabarían por causar más daño. Tener que salir de algo nos hace más fuertes, y eso no tiene porque ser malo ¿verdad?

martes, 20 de agosto de 2002

19.40 Hoy escribo más tarde, pero es que no ha sido un buen día. Ni siquiera sé si ahora tengo fuerzas para teclear. Durante dos horas he creído que un proyecto que nos ha robado (a mí y mis seres queridos) dolor, sonrisas, alegrías y algo de desesperación se había terminado de una de las peores maneras posibles. Al final no ha sido así, y no sé cómo me siento. Supongo que debería estar alegre de que no haya acabado un capítulo de mi vida. Pero no es del todo así. Siento cansancio, mucho cansancio. Y una buena dosis de indiferencia hacia lo que me rodea. pero no puedo seguir. Mañana será otro día. Ya lo explicaré.

lunes, 19 de agosto de 2002

16.58 Los fines de semana llenos de emociones, novedades y confesiones sorprendentes me encantan, pero te dejan echa polvo y con menos ganas que nunca de volver al dichoso trabajo. Eso sí, me alegro de haber vivido unos días intensos en sensaciones y no me arrepiento de haber escuchado/visto/experimentado nada de lo que me han deparado las últimas 72 horas. A veces la vida nos da la oportunidad de conocer algo más a las personas que tenemos a nuestro lado. Y no me refiero a desconocidos con los que compartes cada día una rutina (por ejemplo un trayecto en metro camino del trabajo), sino a tus amigos. A esas personas que comparten un trozo de tu existencia y que, a pesar de la proximidad, nunca conoces bien. Este fin de semana ha sido una de esas ocasiones, y todos hemos sabido agarrarla al vuelo. Por ello, he descubierto cosas de otros (incluso de mí) que ni siquiera sospechaba. Aspectos de otras vidas que quizás no vuelvan a hacerse presentes ante mí. Es agradable descubrir cómo la gente puede llegar a sorprenderte de mil formas distintas cada día, incluso la gente a la que crees conocer muy bien. pero insisto, al final nadie conoce bien a nadie. En cada situación mostramos sólo un aspecto de nuestra personalidad, dejando escondidas mil aristas más que nos hacen ser como somos. Así es imposible conocer profundamente a nadie. Pero no es del todo malo. La sorpresa sigue siendo importante en las relaciones humanas.

viernes, 16 de agosto de 2002

12.01 Esto de que me hayan nombrado (nunca oficialmente, claro) responsable de seleccionar las Cartas al Director del lugar donde trabajo tiene su gracia, no creas. Cada semana (sólo las reviso los viernes) tengo la oportunidad de leer las paranoias más delirantes de un sector de la población. Ese que tiene el tiempo, y las ganas, suficientes como para sentarse delante de su ordenador e intentar razonar unos pensamientos que, la mayoría de las veces, sólo consiguen que alce las cejas entre sorprendida y asustada. Deben disponer de mucho tiempo, ya que normalmente son siempre los mismos los que escriben sobre cualquier tema: experimentación con células madre, atentados terroristas, subida del IPC... Eso sí, son siempre coherentes. Mantienen unas posturas tan radicales y extremistas que Bin Laden a su lado casi parece el ratoncito Mickey. En fin. No sé si serán los calores de agosto, o las vacaciones tan agitadas que estamos teniendo, pero las cosas parecen funcionar al revés. Que sea una becaria la que filtra las cartas es casi de coña, pero esto funciona así. Otra cosa curiosa de esta semana ha sido descubrir los descalabros que el cambio de ministros ha producido en los cauces "oficiales" de información. En los gabinetes de prensa recién constituidos nadie sabe nada, ni son capaces de encontrar el más insignificante dato sobre el funcionamiento del ministerio. Y claro, agosto es mal mes para tenerlo patas arriba. Sobre todo si los partidos políticos están dispuestos a comenzar una lucha contra "el mal". Nadie sabe nada, los pocos que saben están desbordados y tú tienes que buscarte las castañas en un bosque de ciruelos. Un follón. Así pasa lo que pasa, que para conseguir un dato de, pongamos Justicia, acabas llamando al actual jefe de prensa de Interior, que es quien sabe dónde buscar lo que necesitas. Y luego llamas otra vez a Justicia y le dices al nuevo dónde están los datos que necesitas. Y luego están los cursos de verano de las Universidades. Cada agosto se convierten en el sitio ideal para lograr una noticia. Noticias que, por ejemplo, en febrero pasarían sin pena ni gloria por las redacciones. Eso si tienes suerte y te cuentan algo. Si te pasa como a mí el lunes pasado vas aviado, dicho finamente. Un nutrido grupo de periodistas nos encontrábamos en El Escorial, esperando que cinco expertos mundiales nos hablaran sobre los valores universales. Y ¡sorpresa! no lo hicieron. De hecho no hablaron de nada (interesante). Así pues la primera pregunta de los periodistas fue "¿podrían hablarnos de los resultados del estudio universal de Valores?". Nos costó cinco preguntas más que nos contaran algo. Resultado: indiferencia al día siguiente (la mayoría de los medios no contó nada, o no mucho) y 1 portada de La Vanguardia (que no debía tener otra cosa). Lo dicho este mes de agosto está patas arriba. O como diría mi heroe Obelix "están locos estos romanos". Eso sí, los romanos somos todos. Yo incluída.

miércoles, 14 de agosto de 2002

20.34 A pesar de todo, y de todos, la vida siempre encuentra el camino para salir adelante. Para que tú salgas adelante. Las desgracias se hacen menos cuando estás acompañado, cuando dejas que los demás te arropen. Úna de las mayores lecciones que creo se puede aprender de esta vida es que siempre hay una forma de superar los obstáculos, de hacerlos empequeñecer, aunque sólo sea durante un instante, el que necesitamos para tomar aire y continuar andando. Ahora mismo mi amigo Antonio es el mayor y mejor ejemplo de lo que digo. Capaz de mirar más allá de sus narices, de enfrentar el dolor con un amago de sonrisa. Siempre cariñoso, siempre preocupado por los demás. Siempre atento. Cuídate Antonio y, en estos momentos difíciles, déjanos que te cuidemos. Sigue adelante. Sabes que aquí siempre tendrás una amiga.

martes, 13 de agosto de 2002

13.50 Sigo esperando un milagro. Una lágrima callada que me diga que la sequía ya terminó. Una palabra amable. Un abrazo elocuente. Pero no lo encuentro. Me levanto cada mañana pensando que hoy será el día. Y nunca lo es. Nunca más lo será. Vuelvo a leer mis cartas, mis relatos. Mis frases inconexas que, al final, dicen más de lo que parece. Y la sequía sigue avanzando, destruyendo cada árbol que planté, cada flor que regué con cuidado. Sigo esperando que algún día cruzes el umbral de mi existencia y la traspases con tu mirada. Me dicen que estoy loca. Que la espera es inútil, pero yo sé que lo verdaderamente inútil es no esperar. Y por eso aquí sigo. Fija la mirada en un horizonte perdido hace tiempo. Esperando la reanudación de una batalla que perdí hace ya años. Pero si nos sentamos, si dejamos que la esperanza se esfume, entonces, ¿qué nos queda? Los milagros no existen, pero aún así seguiré esperando.

lunes, 12 de agosto de 2002

16.37 Dicen que hablar de las cosas ayuda a superarlas. A mí me ayuda escribir sobre ellas. Será que nunca me he acostumbrado a hablar. Cuando era pequeña mis padres viajaban mucho (tenían que ganar dinero para alimentar a la niña rechoncha que era) y siempre estaba o con mis abuelos o con alguna prima que hiciera de niñera. Además, tampoco tenía grandes amigos (esos los hice luego) y los que tenía no sabían ni de qué hablaba, así que para qué intentarlo. Mi primer osito de peluche ("osito" es su nombre) se convirtió en mi confidente. Y en cuanto aprendí a escribir frases más elaboradas que "mi mamá me mima" y "mi papá fuma en pipa", los folios le sustituyeron. Poco a poco ha ido pasando mi vida, toda ella recogida en miles de trozos de papel. Cuadernos, hojas sueltas. Frases inacabadas y párrafos redondos que han ido dando testimonio de lo que en cada momento pasaba por mi cabeza. Y ahora este blog. Es la primera vez que escribo sabiendo que me lees, seas quien seas. Que digieres cada frase, la analizas y me imaginas pensándola. O sufriéndola. O disfrutándola. O simplemente, dándole vida. Y aunque pensé que no estaba preparada, la verdad es que no impide que siga diciendo las cosas como las siento. Como si al otro lado no hubiera nadie. Supongo que a veces no entenderás lo que diga. Que te faltarán datos. Es el inconveniente de no vivir en mi cabeza. Tengo 25 años y aún quedan "mayores" en mi familia. Desgraciadamente ya solo dos. Y de esos uno, mi abuelo, es como si no estuviera. Tiene Alzheimer. Las pocas veces que regresa a nuestro mundo "real" se siente completamente desconcertado, y es tan desolador que toda la familia desea que no vuelva. Que se quede en su mundo de fantasía al que ninguno alcanzamos. El otro día dijo la que, posiblemente, sea la última frase inteligible que le oigamos. Nos hizo gracia, aunque quizás no debería. "Después del Alcazar, tenemos que tomar el Norte". Tal cual. Luego, volvió a sumergirse en ese sueño espeso que tan lejos nos queda. Él estuvo en la Guerra Civil. En el bando de los ganadores. Aún así, sufrió mucho durante la contienda, y también después. Una bomba de tanque (disparada por el abuelo de un amigo de la familia) le sesgó el dedo pulgar del pie derecho. Le declararon "inútil" para la vida militar, su vida. Jubilado prematuramente, no pudo dedicarse a la que era su pasión. Además, la pensión casi no daba para alimentar a una familia de 12 miembros. Afortunadamente mi bisabuelo, también militar, pudo seguir ejerciendo una temporada y traía dinero a casa. Murió hace ya mucho tiempo. Mis padres siempre han sido de izquierdas. Mi padre se jugaba el tipo cada día en la Universidad luchando contra lo que parecía un dragón inmortal. Nosotros éramos del bando de los perdedores. Las ovejas negras de la familia. Por eso nunca escuché las historias de la Guerra que mi abuelo contaba. Jamás presté atención, en mi ignorancia pensaba que los que ganaron no podían sufrir. Ahora sé lo equivocada que estaba. Mi abuelo, y como él muchos, no ganaron nada. Perdieron amigos, familiares, una vida joven. Y derramaron su sangre para darles la victoria a otros. Pero la vida es curiosa. Y ahora, cuando no puedo escuchar las historias de mi abuelo, voy a poder leerlas. Este año, en la facultad me hicieron leer un libro sobre la Guerra Civil. Recogía testimonios de los que la vivieron, de los dos bandos. Uno de los encuestados era mi abuelo. Pronto me llegará la entrevista que rellenó, y podré conocer su historia. Quizás así pueda conocerle mejor y llegarle a querer más de lo que ya le quiero.

viernes, 9 de agosto de 2002

Acabo de meter un enlace nuevo. Es la Diario de Ruta del campamento de mi amiga Rapun. Son chavales de esos que llaman "problemáticos", pero al leerlo se ve que están hechos de muy buena pasta. Lo recomiendo.

miércoles, 7 de agosto de 2002

18.43 Soy especialista en meterme en problemas. Soy incapaz de estar más de dos días tranquila, sin quebraderos de cabeza. de modo que, si no los tengo, me los busco, aunque tenga que remover cielo y tierra. A veces está bien, estás entretenida y se agudiza tu creatividad y tu capacidad de improvisar. Otras veces sólo quieres tumbarte en la cama y llorar mientras piensas "¿quién me mandaría a mí meterme en este lío?". Hoy es uno de esos días. Y dentro de 75 minutos tengo cena con mis padres. Les adoro y me encanta estar con ellos (más desde que no nos vemos todos los días) pero ahora mismo no me apetece. Preferiría irme tranquila a casa, prepararme la cena y tumbarme en mi cama a ver la película, "Solo mía", que he alquilado. Estupendo invento el de la tarifa plana de Blockbuster, 20 euros por un alquiler diario. Estupendo para no hacer vida social, para encerrarte en casa y fingir (sobre todo ante tí) que tienes una ineludible excusa para no salir a la calle.

martes, 6 de agosto de 2002

15.04 Cuando era pequeña y mis padres "destrozaban" mis delicados tímpanos (acostumbrados a Teresa Rabal y Parchís) con melodías nostálgico-sesenteras, sólo había tres canciones capaces de despertar mi sensibilidad dormida: Al Alba, de Aute, El hombre del piano, de Ana Belén y la adaptación que Serrat hizo del poema que voy a transcribir. Esta última era la que más emoción me producía, llevándome más de una vez hasta el llanto. Era tal el encanto que mi madre optó por comprarme, a la tierna edad de 7 u 8 años, un libro de poemas (edición para niños) de tan insigne escritor (le siguieron Lorca, Alberti, Machado...). Lo leía cada noche, en un intento de recuperar los instantes mágicos que la canción me hacía vivir. Crecí, me hice mayor y mis oídos se fueron desacostumbrando al esperpento. Aprendí a apreciar otras canciones de estos autores y de otros (a Sabina le descubrí con Princesa), pero esas tres siguieron formando parte de lo que era, de lo que soy. Cuando trabajaba en la radio hicimos un día un programa dedicado al oyente. Se podía llamar y pedir una canción para alguien especial. Los agraciados recibían una llamada telefónica en la que se les decía quién había solicitado la canción y por qué, y luego se escuchaban las melodías. Yo decidí llamar a mi madre y dedicarle el poema-canción de Serrat. Casi lloramos las dos recordando cuando yo aún era una niña y le pedía casi a cada hora que me la leyera. Ayer encontré un cuaderno de poemas donde estaba transcrito. Quizás incumpla miles de leyes, pero no me importa. La belleza debe ser patrimonio de la humanidad. La cebolla es escarcha cerrada y pobre. Escarcha de tus días y de mis noches. Hambre y cebolla, hielo negro y escarcha grande y redonda. En la cuna del hambre mi niño estaba. Con sangre de cebolla se amamantaba. Pero tu sangre, escarchada de azúcar, cebolla y hambre. Una mujer morena resuelta en luna se derrama hilo a hilo sobre la cuna. Ríete, niño, que te traigo la luna cuando es preciso. Alondra de mi casa, ríete mucho. Es tu risa en tus ojos la luz del mundo. Ríete tanto que mi alma al oírte bata el espacio. Tu risa me hace libre, me pone alas. Soledades me quita, cárcel me arranca. Boca que vuela, corazón que en tus labios relampaguea. Es tu risa la espada más victoriosa, vencedor de las flores y las alondras. Rival del sol. Porvenir de mis huesos y de mi amor. La carne aleteante, súbito el párpado, el vivir como nunca coloreado. ¡Cuánto jilguero se remonta, aletea, desde tu cuerpo! Desperté de ser niño: nunca despiertes. Triste llevo la boca: ríete siempre. Siempre en la cuna, defendiendo la risa pluma por pluma. Ser de vuelo tan alto, tan extendido, que tu carne es el cielo recién nacido. ¡Si yo pudiera remontarme al origen de tu carrera! Al octavo mes ríes con cinco azahares. Con cinco diminutas ferocidades. Con cinco dientes como cinco jazmines adolescentes. Frontera de los besos serán mañana, cuando en la dentadura sientas un arma. Sientas un fuego correr dientes abajo buscando el centro. Vuela niño en la doble luna del pecho: él, triste de cebolla; tú, satisfecho. No te derrumbes. No sepas lo que pasa ni lo que ocurre. Nanas de la cebolla (Miguel Hernández)

lunes, 5 de agosto de 2002

12.20 Seis días sin escribir. Soy un desastre, y lo peor es que luego me quejo de la irregularidad de otros. En fin, paradojas e incongruencias de la vida. Hoy no parece ser un buen día. Mi úlcera va creciendo mientras veo como en mi trabajo reputados profesionales se pasan por el forro los más básicos principios de la ética profesional. Y yo sin poder decir absolutamente nada. Es lo que pasa cuando tienes que pagar un alquiler y eres una becaria-colaboradora con un contrato precario y unas posibilidades mínimas de continuidad. Y no es que sea mala en lo mío, según parece no lo soy, pero la sección en la que me han colocado empieza a tener demasiada gente que cubre todos los planes de la actualidad. Y yo, claro, me quedo sin campo. Lo último, que a la nueva adquisición (buena amiga mía) le adjudicaron un tema que me pertenecía porque ella ya debía hacer temas de primera línea. Es decir, yo tengo la idea, pero como no importa si yo aparezco o no se lo dan a la que sí es necesario que firme grandes temas. Y eso ¿dónde me deja a mí? Pues a un paso del paro y a dos de la desocupación plena, o de la ocupación en otros aspectos de la economía nacional. Juré que no volvería a poner copas, pero me veo, en unos meses, sirviendo cubatas a borrachos insoportables. Negras perspectivas, por lo que se ve. Mejor cambiemos de tema. Este fin de semana me han pasado un par de cosas curiosas. La primera ratifica mi teoría de que cuando un chico me dice que soy increíble y maravillosa pueden pasar dos cosas: o estoy detrás de una barra sirviendo alcohol y pretende que se la regale, o es gay. O las dos cosas a un tiempo. O que se haya dado un golpe en la cabeza y sufra desorientación y amnesia temporal. El viernes conocí a un chico (bueno, tenía 40 años) en un bar de Chueca y claro, era gay. La conversación fue divertida, y la situación también. De hecho su novio acabó invitándome a un viaje de prensa a Yemen del Sur. Por supuesto, quedaron encantados con mi personalidad, aunque el susodicho de 40 años acabó diciéndome algo así como "eres maravillosa y encantadora, pero como no cambies te van a dar más ostias que a un tonto". Negras perspectivas también por este lado. Mi casa esta solitaria estos días. Mi compañera de piso se ha tomado unas merecidas vacaciones y me he quedado solita. Lo bueno, gozo de inmejorable independencia y una intimidad hasta ahora desconocida. Lo malo, me estoy acostumbrando y cuando vuelva la convivencia será algo más complicada. Pero bueno. El sábado fui al cumpleaños de un compañero de trabajo y conocí a su novia. Llevan varios años saliendo juntos, pero aunque pasan la mayor parte de las noches haciéndose compañía, cada uno tiene su casa. Una solución intermedia que me parece bastante aceptable. Tienes lo bueno de la pareja y te quitas lo malo de los matrimonios. Se lo plantearé al próximo que se dé un golpe en la cabeza.