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sábado, 29 de enero de 2005

Esta ha sido una mala semana, principalmente en el terreno laboral. Unido al cansancio de llevar demasiados meses ejerciendo en un puesto que no es el mío, y en el que iba a estar solo por unos meses, está el hecho de saber, de forma más o menos fiable, que nadie piensa en sacarme de allí. También sé que existe la posibilidad de que contraten a más gente para puestos y secciones en las que podría encajar. La cuestión está en que, ahora mismo, eso también me da igual. Después de muchos años arrastrándome por esa redacción, han conseguido acabar con la ilusión que alguna vez pude tener. Y es una pena. Por supuesto, el hecho de que hayan desparecido, bajo un montón de basura, algunos de los trabajos de los que más orgullosa estaba no ha ayudado en nada. Porque no se trata de algo material, no. De conservar y retener cosas inservibles, no. Se trata de que en algunas de esas cintas estaba el fruto de muchas horas de trabajo, de muchos sudores y nervios. Algunas de esas cintas se grabaron después de duras peleas con mis jefes, y con jefes de prensa imposibles, como la de Peter Caruana, ministro principal de Gibraltar. También estaba la entrevista a James Thackara, novelista norteamericano autor de El libro de los reyes, con quien tuve la suerte de compartir casi dos horas de interesantísima charla sobre filosofía, literatura, historia... Fue mi primera entrevista para esta revista, y la disfruté como ninguna. Me la preparé a conciencia y se notó. Recuerdo dos momentos increíbles en ella. El primero, cuando la chica de prensa se acercó a decir que se había terminado mi tiempo y el autor la despachó diciendo que era la mejor entrevista que le habían hecho nunca y que, por lo tanto, se terminaría cuando yo decidiera. El segundo momento, cuando leí la dedicatoria que había puesto en mi ejemplar de su novela (sólo he pedido dos veces que me firmaran un libro, y las dos fueron tras una entrevista). También en esas cintas estaban las horas de grabación dedicadas a algunos grandes actores, o a musicales como El fantasma de la ópera. No todas, pero la mayoría eran importantes para mí. Y ahora ya no existen. No voy a estar reconcomiéndome toda la vida por ello, no es eso. Pero duele, y quita las ganas de seguir en un sitio donde la colaboración y el respeto al trabajo de los demás son nulos. Y donde, además, el periodismo que se hace es cada vez peor. He llegado a casa hace unas horas, y me he puesto a ver la televisión. No ponían nada (¡qué raro!) así que he hecho algo que llevaba tiempo sin hacer: ver algunas de las piezas que produje cuando trabajaba en televisión. Da igual si eran o no buenas, que algunas creo sinceramente que sí, lo que me gusta de ellas es que, en general, están hechas con cariño. Recuerdo cuando trabajaba allí. Sólo tenía que ir las tardes (por las mañanas iba a la facultad), pero siempre llegaba antes. A las dos, más o menos, me tenían allí con algo para comer. Me metía en una sala de corte, o en postproducción, o en la sala de AVID y me tiraba horas trabajando, puliendo las piezas, seleccionando material, haciendo encajar tomas... Era divertido, mucho. Y el tiempo se pasaba volando. Nunca salía a mi hora (las 8 de la tarde). De hecho, casi siempre era la última en abandonar la oficina. Pero no me importaba. Y el ambiente de trabajo tampoco era el mejor, según que épocas, pero disfrutaba con mi trabajo. Disfrutaba mucho. Nadie te ponía trabas en él, nadie te decía (casi nunca) lo que debías hacer. No había censura, nunca. Era refrescante y creativo. Todo era posible, sólo debías hacer ver a los cámaras lo que querías, y al final todo lo conseguían. Aprendí mucho en esa época, muchísmo. Y disfruté como una enana haciendo algo que me gustaba, algo de lo que me sentía orgullosa al llegar a casa. No como ahora. ¡Dios, cómo lo echo de menos! Por fortuna, además de que la semana laboral ha terminado, en estos días han pasado cosas buenas. Muy buenas. Pero esas mejor que las cuenten sus protagonistas.

jueves, 27 de enero de 2005

Mierda, mierda, mierda

Mierda de noche y de mañana. Mi trabajo, perdido. Mis entrevistas de los últimos 4 años, en la basura. Joder, quiero llorar y gritar a alguien. Ya no puedo más. No aguanto un minuto más en este sitioen el que soy la última mierda y mi importancia es similar a la de una cucaracha o una mota de polvo. Y para mejorarlo, el polvo me ha provocado una reacción alérgica en el brazo que no me puedo lavar, porque nos han cortado el agua. Joder, joder, joder. Espero que el día mejore.

martes, 25 de enero de 2005

Concierto de U2

Jueves, 11 de agosto. Madrid. Estadio Vicente Calderón. Venta de entradas a partir del 3 de febrero. Precios de las entradas 76, 61 ó 46,25 euros en tiendas. Máximo 6 entradas por persona. Yo ya he avisado de que me cogeré vacaciones... ¿Quién se apunta?

lunes, 24 de enero de 2005

Intenso fin de semana, lleno de montañas rusas emocionales y de largas horas dedicadas a la reflexión y a la autoexploración. Sigue habiendo puntos negros, curvas peligrosas que no me atrevo a coger a mucha velocidad, y que recorro casi con los ojos cerrados. Pero al menos avanzo. He descubierto unas cuantas cosas de mí que no me gustan un pelo, otras que creía desaparecidas y que solo aguardaban en un recodo del camino. Y otras, que sin ser realmente malas, desde luego no me serán útiles. Como, por ejemplo, mi dejadez en aspectos laborales. Hoy tenía lugar el relevo en la dirección de esta revista. Ha venido la plana mayor y yo, ante el armario, me preguntaba a las 9 de la mañana si debería arreglarme o no. Pues bien, no lo he hecho. Y he sido la única de toda la redacción. También he sido la única que no consideraba los discursos como algo a lo que hubiera que ir. Simplemente eran algo más en la agenda del día. ¿Malo? No del todo. ¿Molesto? Un poco. ¿Perjudicial para mi futuro laboral? Mucho. En estos días me he preguntado muchas veces qué quería hacer. Y no encuentro respuesta satisfactoria. tampoco para la pregunta “¿dónde podría aplicar mis conocimientos/virtudes/puntos fuertes?”. Me enfado conmigo misma, y me entristezco, porque a los 27 años no estoy donde me gustaría y lo peor es que no sé dónde me gustaría estar. Estamos en invierno. Tiempo de hibernar. De hacer balance. Otras cosas van mejor. Y me alegran las mañanas.

jueves, 20 de enero de 2005

Más cambios

Parece que es definitivo. El director de mi revista se marcha, en principio la semana que viene. Y sí, los cambios de personal que se anunciaban parece que van a producirse. Eso, claro, me/nos afecta aún más. Porque vienen dos jefes más, y es posible que los que hay ahora, dejen de serlo. De los 3 cambios uno me da exactamente igual, creo. Los otros dos no tanto. Sobre todo en el caso del subdirector, hombre entrañable donde los haya y con quien tengo una excelente relación. De todos modos existen dos formas de ver el cambio. La buena y la menos buena. Por un lado aseguran que quien llega tiene la sana costumbre de entrevistarse con los empleados para ver su grado de satisfacción y sus inquietudes profesionales. Eso, unido al hecho de que valora mucho a la gente que está dispuesta a moverse mucho, pueden darme una oportunidad de regresar a mi antiguo puesto. esto, que en teoría sería bueno, hoy día me deja bastante indiferente. ¿Por qué? Pues porque no tengo nada claro que quiera regresar. El gusanillo que tenía en junio ha muerto y está enterrado. La idea de volver a la redacción, de volver a pelearme por las mismas cosas, de soportar tensiones para luego no quedar a gusto, me seduce cada vez menos. Al menos desde mi puesto puedo ver el periodismo basura que hacemos desde la barrera, sin mancharme las manos. Pero supongamos que nada de eso es cierto, que no tiene intención de remodelar la estructura actual de esta publicación. Bien, entonces estoy destinada a permanecer en mi puesto y a hacer muchos méritos para que en noviembre me renueven el contrato. Bien, genial. Solo que hacer méritos, en mi puesto, significa pasar inadvertida. Lo que parece un contrasentido. Porque, si no se da cuenta de que estoy, ¿cómo va a saber que soy necesaria? Y aunque no fuera así, ¿de verdad me gusta tanto mi trabajo como para esforzarme al 1.000%? La respuesta es no. Así pues reviso mi CV, lo actualizo, y busco dónde mandarlo. Labor ésta más difícil de lo que pudiera parecer, porque no tengo claro qué quiero hacer. Las opciones que veo ante mí me seducen igual que enfrentarme a un miura completamente sola y desarmada. Es decir, nada de nada. Por otro lado, la marcha de mi director me afecta en más campos que en el profesional. Y es que tener como jefe a alguien que te conoce desde que naciste tiene una serie de ventajas, como el poder entrar en el despacho a cualquier hora y quejarte de tu situación, o explicar (cuando era colaboradora) que necesitaba unas vacaciones pagadas, y que lo entendiera y aceptara aun cuando no tuviera la obligación de dármelas. Cosas que perderé cuando llegue el nuevo, al que no tengo el gusto de conocer casi ni en fotografía. Quizás sea este un buen momento para replantearme qué quiero ser en la vida, y si los caminos que me he ido abriendo me conducen a ese objetivo. Lástima que algunos caminos que sí me gustaría recorrer me los haya bloqueado yo sola por cosas que, en ese momento, consideré más importantes o más prometedoras. Supongo que es cuestión de aceptar que, algunas veces, me equivoqué. Vivir con ello y ser feliz con los caminos que aún siguen abiertos.

jueves, 13 de enero de 2005

Comunicado

Acuciada por los cientos de peticiones populares pidiendo más, he acabado sucumbiendo y puedo anunciar que hay nueva mirada en Ojos de gata. Que la disfrutéis.

Interrogantes

Tengo la cabeza llena de preguntas desde hace un par de días. Millones de posibilidades giran de forma caótica dentro de mi cráneo, chocando unos con otros, elevando mi desconcierto y mi incertidumbre. Los “y si” pueblan mis reflexiones de estos días, pero no del tipo “si hubiera hecho”, “si hubiera dicho”. No, esos no llevan a nada, salvo a la frustración y a los autorreproches. No, mis “y si” son esas opciones que se abren cundo una premisa resulta ser cierta, o cuando se perfila como tal (ejemplo tonto: “y si me pongo el pantalón azul... ¿qué camisa le pega más?”). Por supuesto, todas esas premisas no son buenas, algunas distan mucho de ese calificativo. Y todo eso me obliga a pensar si realmente las cosas son lo que debieran, o lo que me gustaría, o si lo estoy enfocando bien. Y pienso sobre ello, y me planteo si debo arreglarlo, y cómo. Y qué debo cambiar en mí para lograr una cierta paz interior. Y de dar tantas vueltas acabo mareada, completamente desorientada. Y mientras, la vida sigue y yo sólo quiero gritar que se pare todo. Pero no lo hago, y nada para. Y mi deseo de bajarme del tren aumenta, pero no veo que haga ninguna parada. A veces creo que necesito alejarme del paisaje, meterme en una cueva para, como Rapunzell, meditar y salir transformada. Pasar de gusano a mariposa, con alas para volar que me permitan bordear los obstáculos, con colores nuevos que me permitan camuflarme y escapar de mis enemigos. Hay días en que ese deseo es más fuerte, y sé que encerrarme en mi casa no basta para lograrlo. Porque aunque necesito tranquilidad, no la encontraré entre esas paredes. El martes deseé coger el coche y perderme en el mundo, desaparecer unos días, los suficientes. Lo malo es que no sé cuántos serían, y no creo que en mi trabajo entendieran que necesito un tiempo para reorganizarme. Para redefinir prioridades y estrategias. Sospecho que, después de todo, voy a tener que hacerlo aquí. Y sospecho que eso sólo lo hará más difícil. Pero debo hacerlo, lo necesito. Porque hay cosas que han cambiado y que yo no he asimilado correctamente. Porque el mundo no es lo que creía, lo que he querido ver, y necesito adaptarme a esa luz que ahora, gracias a que me han abierto los ojos, sí veo.

martes, 11 de enero de 2005

Mañana de compras

Hoy he descubierto que necesitaba con urgencia un bolso multiusos grande. Los dos móviles, el iPod, el PocketPC, la radio del coche, las gafas de sol y las de ver, la cartera, el neceser y la Gameboy habían excedido la capacidad de cualquier bolso que hay en mi casa, salvo alguna excepción no ponible todos los días. El caso es que, acuciada por las estrecheces de mis complementos, he decidido internarme en lo que creía iba a ser la selva de las rebajas. Pero nada más lejos de la realidad. Las tiendas estaban vacías, la ropa (normalmente amontonada de mala manera en estas fechas) colgaba pulcra de sus perchas. Eso sí, las colas para pagar eran interminables. Y creo haber descubierto por qué he estado 15 minutos en una de ellas, cuando sólo éramos 5 para pagar. Dado que las tiendas están vacías, las dependientas han recibido órdenes de tomarse las cosas con muuucha calma y no estar nunca más de una en caja. Así, aunque la tienda esté desierta, la cola da sensación de que hay mucha gente que se lo está llevando todo, en un burdo intento de incitar a los viandantes a entrar y arrasar con todo antes que el resto. Burdo e infructuoso intento. Por otro lado, he hecho una serie de descubrimientos mitad inquietantes mitad agradables. El primero, en una de mis tiendas preferidas, hasta ahora (y no por el suceso sino porque cada vez me gusta menos su ropa). Paseando entre sus estantes, buscando un bolso, he descubierto el traje. En realidad ya lo había visto meses atrás, pero su precio (38 euros) me habían hecho desistir. Sin embargo, el descuento era tal (50%), que hoy he decidido que igual sí merecía la pena comprarme un vestido que, aunque me iba a poner pocas veces, se acercaba mucho al traje chino que llevo años buscando. Sin mucha fe me he acercado al lugar de donde colgaban los ejemplares y ¡sorpresa! quedaba una talla 38. La mía. Feliz cual perdiz me he ido al probador para descubrir que, sorpresa sorpresa, ¡¡¡me quedaba grande!!! ¿Quiere decir eso que he regresado a la talla 36. Espero, por el bien de mi armario, que no. Aunque igual ahora sí puedo meterme en aquel traje negro que me compré a los 19 años... El otro descubrimiento ha sido el inquietante. Y es que, en vez de comprarme un sujetador, me he comprado una obra de ingeniería sólo comparable a la torre Eiffel. En serio. La prueba es que he estado 6 minutos de reloj (lo he medido) metida en el probador intentando averiguar cómo narices se abrochaba. Y, por supuesto, una clase de orgullo y terrible verguenza me impedía salir y preguntar. Al final, lo he conseguido. Y sí, como premio me lo he comprado, porque además de tener una nueva prenda, tengo un puzzle y un reto: ir rebajando el tiempo de ponerlo y quitarlo, cual atleta entrenándose para los Juegos Olímpicos. Y sí, me he comprado el bolso. Negro, grande, multiusos y con paraguas a juego (o eso o lo he robado sin darme cuenta). ¡Ah! y me han invitado a otro cumpleaños el sábado, al que tampoco me apetece ir, pero al que no puedo faltar. Así pues, el intento de Imperator de reunirnos en El Laberinto se va a quedar, al menos por mi parte, en imposible tentación. Al menos si no duráis hasta las mil allí dentro...

Buscando en el baúl de los recuerdos...

(Aclaración: no, no os preocupéis, la plantilla no es definitiva, pero es que mi cabeza no daba para más a las 3.30 de la madrugada. Hoy seguiré con ella. Además, son solo pruebas, posiblemente para otro blog.) El pasado domingo descubrí mi último regalo de Reyes. estaba oculto entre dos cojines (regalo de mi primo) que estaban guardados en una bolsa de plástico. Hasta que no los saqué, y ordené todos los obsequios, no me di cuenta de que había algo más: un pequeño paquetito muy bien envuelto que guardaba toda una joya. El DVD de Las aventuras de Enrique y Ana. Tras superara la estupefacción inicial, decidí que lo mejor que podía hacer era ver tan magna producción. ¡Dios! ¡Qué mala es la condenada! Con el paso de los años he vuelto a ver series y películas de mi infancia. algunas han envejecido bien. Otras, no se salvarían de la hoguera destructiva de los peores productos de la Historia. Por supuesto que no le pedía gran cosa al argumento, ni a las canciones, ni a las actuaciones, ni a nada. Pero joder, es que se pasan. Y me pregunto si el llevarnos a verla era algún tipo de venganza de nuestros padres por: a) No comernos la verdura. b) Haber llorado demasiado por las noches cuando éramos bebés. c) No dejarles disfrutar de su vida sexual (por la razón b, por ejemplo). d) Haber destrozado su vida social. e) Todas las anteriores y alguna más. Sea por lo que sea, la verdad es que si alguna vez queréis torturar a alguien, o queréis crear algún tipo de trauma psicológico incurable en algún tierno infante, lo mejor que podéis hacer es atarle a una silla y obligarle a ser semejante esperpento durante 24 horas seguidas. Lo que me extraña es que, después de todo, los que la vimos en los 80 hayamos salido bastante bien parados de la experiencia. Eso sí, en mi tirada de Resolución + Compostura con dado de azar, el otro día saqué un -1. A saber qué trastorno me depara la experiencia. Ese mismo día, y para seguir con la tónica cinematográfica, pude ver otro de los grandes clásicos de Hollywood: Golpe en la pequeña China. Inenarrable. La calavera made in casino de Las Vegas, el dominó de los budas barrigones, el cortocircuito religioso, la actitud muy positiva ante la situación y el forcejeo de Kurt Rusell con un guerrero y su pesada armadura... Menos mal que ésta, bien por cansancio o acumulación insana, pude tomármela a risa, neutralizando así los posibles perjuicios de su visionado. Desde luego John Carpenter ha sido siempre muy fiel a su estilo. Por supuesto, la cosa no podía quedar así, de modo que me llevé de casa de FaHsS!!! otro clásico que, seguro, habrá envejecido a la par que estas dos: Pesadilla en Elm Street. Pero tengo miedo de que las cuchillas de Freddy me provoquen las mismas carcajadas. Cara de pizza es de los pocos mitos de los 80 que aún siguen en su pedestal... ¿me atreveré a derrumbarlo?

Iinteligencia e inteligentes

El otro día mantuve una agradable charla con tres contertulios de excepción: Athair, FaHsS!!! y Earendil. El tema, la inteligencia y cómo influye en nuestras relaciones con los demás. Desde entonces ando dándole vueltas al tema, sobre todo a lo que dije entonces, que puede resumirse en que cada vez soy menos tolerante con eso. Quizás porque me pasé años fingiendo no ser lo que era, el caso es que estoy cansada de tener que dar muchas explicaciones, de tener que aclarar bromas y de tener que desmenuzar mis líneas de pensamiento. O quizás simplemente es que me he acostumbrado mal en compañía de gente con una mente veloz y capaz de seguir mis hilos de pensamiento. Pero sí, cada vez soy menos tolerante con determinados tipos de personas. Como dije aquel día no creo que se trate de un tema de percentil (del tipo no me trato con gente de menos de 90), pero sé que, en algún sitio, hay una nota de corte. Llega un punto en que no me compensa seguir conversaciones o relaciones con algunas personas, porque éstas me exigen un esfuerzo que cada vez soy menos capaz de hacer. ¿Es eso malo? No lo creo, de verdad. sí, hay mucha gente que se queda fuera. Y seguro que muchos de ellos son muy válidos, pero si eso es cierto, ya me lo demostrarán. Tengo la sensación de que he perdido mucho tiempo con gente que no merecía el esfuerzo, intentando encajar con personas de las que me separaba un abismo. Y no sólo de rapidez mental, sino de intereses. Siempre he sido muy curiosa, me interesaban muchas cosas, algunas sólo de forma temporal, pero me gustaba aprender y aprehender. Y empiezo a exigir lo mismo en aquellos que me rodean. No pido que seas doctor magna cum laude en teoría de la literatura inglesa medieval, o en las aplicaciones de la mecánica cuántica en los sistemas de creación de energía, pero sí que tengas una chispa. Si hay algo que realmente te interesa, y realmente te gusta saber de ello, entonces es casi seguro que lograrás convencerme de que tiene algo especial, y me encantará escucharte durante horas hablar de ello, aunque al principio no entienda nada. Lo que trato de decir es que, de alguna forma, para mí ser o no inteligente determina una forma de ser que me interesa, que me gusta tener cerca. La curiosidad, la pasión por algo (que no sean los trapitos, los locales de moda y las noticias del corazón), la posibilidad de mantener largas conversaciones sobre ética y albañilería, la capacidad de intentar ponerte en el lugar del otro, el deseo de aprender de lo que te rodea... Todo eso es, para mí, ser inteligente. Y si no lo tienes, quizás no me interese tenerte cerca más allá de 40 minutos. ¿Elitista? ¿intolerante? Quizás. Pero desde que estoy con quien quiero, con quien reúne estas cualidades y puedo ser yo misma, soy mucho más feliz. Y vivo mucho más tranquila. Obviamente este post (que estaba en fase de preparación) ha visto adelantada su publicación por un mail que he recibido hoy: E, amiga de la infancia, me invita a su cumpleaños el sábado. Busco excusas para negarme. La idea de pasar toda una noche en compañía de toda mi antigua pandilla me revuelve el estómago y me crea una intranquilidad absoluta.

viernes, 7 de enero de 2005

Para vosotros

At Your Side The Corrs When the daylight's gone and you're on your own And you need a friend just to be around I will comfort you, I will take your hand And I'll pull you through, I will understand And you know that I'll be at your side, there's no need to worry Together we'll survive through the haste and hurry I'll be at your side If you feel like you're alone, and you've nowhere to turn I'll be at your side If life's standing still and your soul's confused And you cannot find what road to choose If you make mistakes You can't let me down I will still believe I will turn around And you know that I'll be at your side, there's no need to worry Together we'll survive through the haste and hurry I'll be at your side If you feel like you're alone, and you've nowhere to turn I'll be at your side I'll be at your side I'll be at your side You know that I'll be at your side, there's no need to worry Together we'll survive through the haste and hurry I'll be at your side If you feel like you're alone, you've got somewhere to go, 'Cos I'm right there I'll be at your side, I'll be right there for you through the haste and hurry I'll be at your side If you feel like you're alone, you've got somewhere to go, 'Cos I'm at your side I'll be right there for you I'll be right there for you, yeah I'm right at your side

miércoles, 5 de enero de 2005

Balance de año nuevo

– Hay cosas a las que no me acostumbro. Situaciones que, después de dos años y medio, siguen produciéndome la misma desesperanza que la primera vez que sucedieron. Una de las que peor llevo es la de ponerme mala y estar sola en casa o, como ayer, vomitar a las 2 de la mañana sin una mano amiga que sujete mi cabeza. – El 2005 parece un año de poner en marcha proyectos, o de reordenar prioridades. Quizás yo debiera hacer lo mismo, pero algunas de las conclusiones que sacaría no me gustan, ni tampoco las decisiones que debería tomar. No es que quiera mirar para otro lado, es que, de momento, el cambio de situación no me compensa lo suficiente. – Esta noche volveré a vivir una de las experiencias más mágicas que se dan en mi vida. Y es que ver a mis sobrinillos abrir sus regalos es algo que me llena de alegría y ternura. Desde luego, las Navidades con niños son más Navidades. – La pregunta lanzada en el blog de Athair me ha hecho pensar. ¿Estoy donde quería estar hace diez años? No, realmente. ¿Sé dónde quiero estar en 2015? ¿Me veo trabajando en lo mismo, viviendo en el mismo sitio, rodeada de la misma gente y con los mismos objetivos que ahora? La respuesta es no, sobre todo en lo referente al trabajo. Pero, si no es en esto no tengo ni idea de a qué podría dedicarme. – Las Navidades me han hecho desempolvar sueños, mirarlos, y volverlos a guardar en el cajón del olvido. Ninguno es válido ya, pero no me arrepiento de haberlos tenido, porque es su persecución la que me ha traído a este punto. Y eso es bueno. Que ya no valgan no significa que ahora no tenga otros. Y, sobre todo, el ser capaz de valorar ese conjunto me ha convertido en una persona más tolerante con los de los demás, en alguien mucho más dispuesta a apoyaros en los vuestros. Sean los que sean. Porque nosotros somos lo que nuestros sueños son. Y cuando convives con alguien debes saber apreciar y valorar los suyos. Apoyarlos y ayudarles en la lucha por lograrlos, incluso cuando a ti te supongan un sacrificio (que no una renuncia a los tuyos o a tus principios). – “Molly no eres tú, ¿o sí?”. Esta pregunta, inocente, y lanzada al aire en medio de una discusión lleva rondándome la cabeza una semana entera. Claro que no soy yo, es solo un PJ. Pero... Pero nada, hay cosas del PJ que son mías, actitudes y comportamientos que ahora sé que me puedo atribuir. Y no tengo claro que sean de los mejores. Seguiremos dándole vueltas. – Y mientras me planteo cosas, cambio otras. Para empezar, el vestuario. O eso intento. Mi camiseta rosa fuerte de hoy me dice que voy por buen camino (aunque en honor a la tradición me he puesto un jersey negro). Para seguir, con mi actitud. Ser más fuerte y decir en voz alta lo que quiero es sólo un paso más en el proceso de mejora que inicié hace casi un año. Hoy, me quiero mucho más, y estoy muy orgullosa de mí, porque decidí algo y llevo luchando desde entonces, sin saberme infalible pero sí inasequible al desaliento, que no es poco. Y ya puedo decir que he vencido. Aunque la batalla vaya a seguir algún tiempo abierta. – Mis buenos propósitos de 2004 de poner mi granito de arena en la mejora del Periodismo han quedado en nada, o casi. Y no por mí, sino porque mi actual puesto no me ha dejado demasiada cancha. Aún así, dispuesta a ver el lado positivo, debo decir que gracias a mi intervención se han evitado unos cuantos errores graves en mi revista. Así pues, dejemos el balance en objetivo cumplido al 50%. – Creo, en definitiva, que no lo he hecho nada mal. Estoy contenta con lo que he logrado y con el camino que estoy siguiendo. Sí, puedo decir que, globalmente, soy feliz. Mucho más que hace un año. Algo os lo debo a vosotros pero, modestia aparte, una gran parte de esa sensación me la debo a mí misma.

lunes, 3 de enero de 2005

De oveja negra a ojito derecho

Es curioso como cambian las cosas, como cuando menos te lo esperas, y sin hacer tú nada conscientemente, el mundo da un giro y pasas de ser ninguneada a ser la estrella de la fiesta. Hoy he descubierto que en mi familia ha pasado algo así. Tanto en la materna como en la paterna, lo cual me tiene desconcertada. Con la familia de mi padre nunca me he llevado mal. Pero tampoco especialmente bien. Era algo sutil, normalmente, salvo en Reyes, cuando mi prima recibía una montaña de regalos y el resto, una mucho más modesta, en orden descendente de aprecio, o lo que fuera. Sí, yo era la que menos tenía, pero tampoco me importaba demasiado. Las razones de todo eso eran algo especiales. Yo era la única de los nietos que procedía de una familia normal. Dos de mis primos eran hijos padres divorciados, y el tercero era hijo de un matrimonio no oficial. Pero hace unos años las cosas empezaron a cambiar. Uno de mis primos se hizo mayor, y se fue a Italia, aunque luego regresó. El otro chico se descentró un poco, y ahora anda dando tumbos por el mundo, y dando algún que otro disgusto. Luego está mi hermano, del que no vamos a hablar. Y mi prima, la verdadera causante de mi ascenso de estatus. Ella era una chica muy maja, muy atenta con todos y muy querida por todos. Pero hace dos años decidió casarse con su novio. Por lo civil, sí, pero a la antigua usanza. Bien, aunque extrañada, toda la familia aceptó la idea. Hasta que llegamos a la boda y nos enteramos de que todo era un auténtico montaje: la boda real se había celebrado esa mañana, y nadie de la familia, ni siquiera su madre o su hermanastro, habían sido invitados. Esta circunstancia, y algún desplante más desde entonces (cada vez más graves), la han relegado a persona non grata dentro de la familia, o de casi todos. El caso es que yo llevo toda la tarde recibiendo llamadas de mis tías para preguntarme qué quiero por Reyes. Y ahora, cuando se me ha ocurrido una idea y he llamado me he llevado una sorpresa: mi tía, que tiene varios ejemplares de eso que he pedido se ha ofrecido a regalármelo, sin que eso cuente como mi regalo de Reyes. Una tontería, sí, pero completamente inaudito. Al parecer, ahora sí soy merecedora de grandes regalos y atenciones. La verdad, ya no me importa (quizás cuando tenía 4 años lo hubiera recibido con más alborozo). Y más cuando sé que yo no he hecho nada para ganarme ese estatus. Pero, tranquilos, tampoco voy a despreciar la oportunidad que se me brinda de que mi familia confíe en mí, de sentirme integrada como una más, con los mismos derechos. (Nota: esta reflexión no significa que nunca me haya sentido querida, sólo un poco oveja negra Con la familia de mi madre la historia es parecida. Una prima predilecta y yo, a su sombra. Luego ella empieza a cometer desplantes y yo asciendo poco a poco. Hasta que, estas Navidades, redimo mi mayor pecado: haber dicho que no tenía interés en casarme por la Iglesia. ¿Cómo? Mirando un catálogo de trajes de novia con cierto interés, comentando y señalando opciones. Al final, claro, se desataron las especulaciones, y mis supuestos planes pasaron a ser la comidilla de la cena de Nochebuena, por encima de la boda de otra prima, que se celebrará en noviembre. Y ahora, más de lo mismo, llamadas telefónicas preguntando qué compran para Reyes. Alucinante. En otro orden de cosas, hoy he recibido una llamada telefónica algo triste, del chico del piano. La verdad, me ha dejado un pelín tocada. Nada grave, por supuesto, pero hay noticias que nunca son buenas, y no importa quién las dé. La verdad, me gustaría hacer más de lo que puedo, que, ahora mismo, es nada.
Ya estoy de vuelta en el trabajo, tras 10 días de absoluta desconexión. Esperaba un día tranquilito, pero me equivoqué, como siempre pasa. He tenido tanto trabajo que, en un momento de la mañana, mi compañera y yo hemos comentado, medio en broma medio en serio, que a ese paso mañana cerrábamos la revista y así teníamos el resto de la semana libre. No caerá esa breva, pero estaría bien. Además no está mi jefe, lo que acelera bastante el ritmo de trabajo y crea un clima mucho más agradable. El año empezó mal, luego mejoró bastante a lo largo de la madrugada del primer día y hoy, a día 3, la vida recupera el ritmo normal. Empezó mal porque, nada m´s terminar las campanadas, mi madre se echó a llorar por segunda vez en la noche. Y yo me fui de la cena familiar con muy mal cuerpo, y bastante preocupada por ella. Luego, dos horas casi para llegar a nuestro destino. Y allí las cosas mejoraron mucho. Cierto que me rallé en un par de momentos de la noche, pero pasó pronto y sin consecuencias. En definitiva, una buena noche y una agradable mañana que me tuvo postrada en el sofá todo el día siguiente. La vuelta a la rutina por un lado me deprime, aunque otra parte de mí lo agradece. Tener tantas horas al día libres y llenarlas de chorradas y visitas a tiendas atestadas de gente también agota. La vida vuelve a la normalidad, tras un exquisito intermedio. Y con ella, regresan los buenos y los malos momentos cotidianos. Esas cosas que molestan y escuecen de vez en cuando y que estas fiestas habían apartado de mi vista con un gesto generoso. Sí, hay nubes en el horizonte. Las mismas que dejé cuando empezó el respiro navideño. Quizás alguna nueva. Pero, sin esforzarme demasiado, también distingo los rayos del sol que ayudará a disiparlas. Gracias 2004 porque, a pesar de los malos momentos, me ayudaste a recuperar, y entender, la esperanza.