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viernes, 29 de noviembre de 2002

Viernes 29, 2.01 de la madrugada Llevo casi toda mi vida haciendo exactamente lo que la gente espera de mí. Escuchando cada consejo, cada petición, y siguiéndola al pie de la letra. Intentando, de esa manera, no defraudar a nadie. Ser aceptada de algún modo. Solo cuando tengo confianza con alguien, y si creo que no me va a rechazar, muestro algo de mi verdadero yo. Retiro un poco la máscara que me cubre, y dejo echar un vistazo. Hay gente, es verdad, con la que eso no ha ocurrido. Con la que todo ha sido fácil desde el principio, y con los que he sabido siempre que podía ser yo misma, casi sin miedo. Estoy cansada de hacer así las cosas. Muy cansada. Estoy harta de que la gente me diga cómo debo comportarme en cada momento, y luego se enfaden o disgusten porque les haga caso. Llevo una semana entera sin llorar. Mi abuelo murió el viernes, y ni siquiera pude despedirme de él con lágrimas. Nadie quería dejarme. Mi familia, porque me pedían que me mantuviera fuerte. Como si el hecho de que yo llorara pudiera hacer temblar los cimientos del mundo. Así que no lloré. Fui fuerte, o lo que fuera, y contuve mis lágrimas en todo momento. Cuando parecía que iba a flaquear siempre había alguien a mi lado diciéndome que no lo hiciera, que mantuviera la entereza. Con mis amigos no fue muy diferente. No por ellos, sino por mí. Quería demostrarles que, a pesar de todo, estaba bien, entera. Quería que la imagen que mi familia tenía de mí, la vieran ellos también. Así que me comporté con cierta “dignidad”. E intenté reírme de las situaciones absurdas que a cada momento se sucedían. Y que no fueron pocas. El resultado ha sido una congoja contenida, la “admiración” de algunos, la sensación de ser una mala persona. El enfado de mi familia por mi frialdad en cada momento. Hoy las lágrimas han vuelto a mis ojos, por motivos distintos. Pero las he mantenido a raya, y nadie las ha visto. Ni siquiera yo. Hoy sí han temblado mis cimientos. Me he sentido de más en aquel bar tan familiar. He perdido mis referencias, y no recordaba cuál era mi papel en el mundo. Me he ido con la sensación de que, quizás, debería haberme ido directamente a mi casa. Llevo unas horas rumiando estos sentimientos, y sigo opinando lo mismo. No debería haber ido. Esta tarde, jueves, he enviado un CV a una empresa que tenía un puesto vacante en su gabinete de prensa. Cuando lo he hecho no sabía muy bien cuáles eran mis motivos. Por qué me interesaba por algo que me quedaba tan lejos geográficamente. Simplemente lo he hecho. Y mientras se lo contaba a alguien pensaba si no me estaría equivocando, aun cuando es casi seguro que la historia quede en nada.¿Realmente existía alguna posibilidad de que yo me marchara tan lejos? En ese momento comenzaba a creer que no, que solo había sido un impulso. Algo que se hace y de lo que luego te arrepientes. Pero mientras caminaba a casa, intentando retener mi tristeza en los límites de lo razonable, he cambiado de idea. Sí quiero irme, marcharme lejos de aquí, de la vida que me he buscado con mis errores y, sobre todo, con mis aciertos. Si en ese momento me hubieran dicho “vente mañana”, no lo habría dudado un instante. Sin maleta, sin posesiones, sin pasado. Me habría marchado con la mente puesta en una sola cosa, no volver a andar el mismo camino. He parado en el videoclub y he hecho lo que la gente que no tiene ningún plan mejor que pasar solos el fin de semana, aunque no quieran, suele hacer. Alquilar una película. Bueno, dos. Una estupenda y triste, otra peor pero de puro entretenimiento, de encefalograma plano. Acabo de ver esta última y no me ha hecho sentir mejor, quizás porque esta vez si he visto y sentido el lado triste de la historia. Pero no importa. También saldré de ésta. De las decepciones nuevas, las antiguas, las incondicionales. Volveré a arrancarme la tristeza a golpe de bromas, quizá. O a golpe de racionalidad, si eso no funciona. De momento, este fin de semana, por primera vez en mucho tiempo apagaré el móvil. Estaré completamente incomunicada, o al menos lo intentaré. Acudiré a los compromisos ya concertados, pero no aceptaré ninguno nuevo. Este fin de semana haré un análisis de lo que hice bien y lo que hice mal, para no repetirlo. Para no cometer de nuevo el error de implicarme en una relación y “viciarla” con mis hábitos. Esta vez voy a romper la regla. No pasaré las horas esperando llamadas que, de antemano, sé que no van a llegar. Esta vez, no pienso quedarme esperando en la vía mientras veo como el tren se aleja. Ahora, yo iré montada en él. Sola.

miércoles, 27 de noviembre de 2002

17.26 Siempre me ha gustado organizar las cosas. Un amigo piensa que es por la sensación de poder, pero no es cierto. Para mí, organizar una cena, una fiesta, cualquier cosa, es muy parecido a hacer un regalo (que a la gente que quiero suelo hacer sin que vengan a cuento). No organizo las cosas para creerme mejor, con más poder, con más capacidad de decisión. No. Lo hago porque sé que la gente que asista lo va a pasar bien, y eso suele compensarlo todo. El problema está cuando pierdes la ilusión, las ganas de contribuir a la sonrisa de alguien. En definitiva, cuando se convierte en una obligación, cuando pierde su sentido. Como lo de regalar en Navidad. Encima si las cosas no salen bien, si lo que quieres no puedes hacerlo, te desilusionas más. Y el interés cae gota a gota por el desagüe de las causas perdidas, de los sueños olvidados. Tantas líneas para no decir nada. Para contar que estoy cansada. Que voy a renunciar. No hoy, tranquilos, pero sí la noche del 19 de enero.

lunes, 25 de noviembre de 2002

13.13 Lo inevitable siempre termina por pasar. Da igual lo preparado que creas estar, lo mucho que hayas intentado mentalizarte. Da lo mismo, porque va a pasar y nunca vas a estar preparado para ello. Eso sí, el golpe puede llegar a ser menor. El fin de semana ha sido extraño. Lleno de escenas kafkianas. Rodeada de una sensación de irrealidad parecida a la que tienes cuando fumas más de la cuenta. Sigo sintiéndome así, aunque poco a poco voy aterrizando. Quizás no haber derramado una sola lágrima haya aportado su granito de arena ha esa sensación. Llevo tres días viendo las cosas desde fuera. Advirtiéndo todo el ridículo de escenas que deberían provocar dolor. Riéndome de cosas que no tenían mucha gracia, que deberían haber empañado mis ojos. Porque, a pesar de todo, yo le quería. O eso creo. Un amigo me dijo este fin de semana que lo que había demostrado era que podía ser muy fuerte, que era más fuerte de lo que todos pensábamos. ¿Tenía razón? Creo que no. Soy fuerte, lo sé. Más de lo que podría parecer a primera vista. Siempre lo he sido. Los golpes de la vida, que han sido muchos, me han endurecido y han acabado creando un armazón a mi alrededor. Tenía dos opciones cuando me pasaba algo: lamentarme o asumirlo. Probé lo primero, sentirme desgraciada, injustamente tratada por una vida que parecía divertirse destruyendo todo lo que yo creaba. No funcionó. Sentirme así no me ayudaba. Así que pasamos a la siguiente fase. Asumir las cosas, ¿y qué mejor manera de hacerlo que riéndote de ellas? ¿Buscando lo absurdo del dolor? ¿Contándolas tantas veces que al final las palabras perdían su capacidad de volverse armas? ¿Ridiculizar las escenas al máximo para convertirlas sólo en recuerdos, no en algo vivo que aún pudiera doler? Pero eso tampoco funcionó. Lo llevé al extremo y ahora estoy aquí de nuevo. En un desierto que creí abandonar hace un año. Dispuesta a no llorar, capaz de controlar las emociones hasta el límite. Convencida de que nadie volverá a hacerme daño porque no voy a darle la oportunidad. Decidida a no volver a sentir. Y eso es lo que me pasa ahora. Que no siento nada. Ni alegría ni tristeza. He aceptado lo que ha ocurrido este fin de semana como si no me hubiera ocurrido a mí, como si se tratara de una película que había ido a ver al cine. ¿Fuerte? Sí, pero no sólo. Además muerta de miedo por darle a alguien un poder del que puede hacer mal uso. Creyente de que el daño que pueda hacerme yo con esta decisión siempre será menor que el que me puedan hacer otros.

viernes, 22 de noviembre de 2002

14.30 Recuerdos de mi infancia vienen a mi cabeza en tropel. Debería llorar, pero no puedo. Quizás porque estoy en el trabajo, quizás porque me he vuelto a secar de lágrimas. Recuerdo cada sonrisa, cada palabra amable, cada caricia. Cosas que había olvidado hace años y que, de pronto, reaparecen. Como si sólo estuvieran esperando la señal para salir disparadas. Recuerdo incluso las imágenes satinadas de las fotografías. Aquellas escenas que viví pero no recuerdo, se presentan como fragmentos de una realidad que ahora tengo que recuperar y esforzarme para no perder de nuevo. Porque esta vez quizás sea la definitiva. Recuerdo una escena, cuando existían los billetes de 100 y 200 pesetas. Estábamos en Sotillo toda la familia. Yo, como casi siempre, iba a mi aire. Era la más pequeña, sólo tenía un primo de mi edad. Pero era chico e iba con los otros chicos. En un momento, alguien comenzó a repartir una paga para que fuéramos a comprarnos algo a la tienda. Yo llegué tarde, y me quedé sin nada. Recuerdo que lloré, no porque no tuviera dinero como los demás, sino porque para ellos no contaba como los demás. Me habían olvidado, y había sido tan fácil... Me fui a una esquina, sola, a rumiar la amargura del primer olvido. La primera disculpa tras la primera puñalada. Entonces él vino hacia mí. Me miró, se sentó conmigo y me abrazó. Me besó el pelo mientras me repetía que no llorara, que era muy especial y que si alguien no se había dado cuenta, y por eso me había olvidado al contar, es que era tonto. Me volvió a abrazar. Secó mis lágrimas, se levantó y de su bolsillo sacó un billete de 200 pesetas, mucho más de lo que les habían dado a los demás. Entonces mis padres no tenían mucho dinero y ese billete era una fortuna para mí. Me quedé mirándole con cara de sorpresa mientras me lo ofrecía. Sonrió y me dijo que merecía más que los demás, porque yo era muy especial. Nunca gasté ese dinero. Era la prueba de que mi abuelo me quería. Hoy me encantaría saber donde está el billete. Querría cogerlo, acercarme a su cama y ponerlo entre sus manos. Para recordarle lo que una vez nos unió. Para decirle que yo también le he querido siempre. Aunque él no pudiera entender mis palabras ahora.
12.58 Mis esquemas de lectura nunca han sido muy lógicos. Quiero decir para los demás, para mí seguían una lógica aplastante. si conseguía engancharme un autor, devoraba todo lo que había ecrito de una vez. Eso a veces era complicado, porque el autor podía tener una ingente producción (por ejemplo Shakespeare). Por eso siempre me han gustado las ediciones de "Obras completas". me permitían comprar sólo un volumen y sabía que tendría lectura para un tiempo. Lo malo, que mi biblioteca parece hasta pequeña, ya que en 1 volumen puede haber 5 libros, pero sólo ocupa como uno. Después de devorar todas las palabras usadas por alguien, necesitaba una etapa de desintoxicación, y pasaba a leer cosas muy diferentes. Otras veces me cansaba antes de terminar, no con un autor sino con un estilo. La última vez con la literatura china. Leí "La montaña del Alma" y después unos 15 o 20 títulos de autores de aquel país. me compré todo lo que encontré. Pero me cansé del misticismo oriental antes de terminarlos. Algunos crían polvo desde hace 1 año, y no sé si alguna vez abriré sus tapas. Acabo de terminar un libro cuyas secuelas me gustaría poder leer ahora, por desgracia parece que tardarán en llegarme unas dos semanas, así que mientras debo leer otras cosas. Anoche, mientras decidía qué leer ahora recordé que me quedaban 4 días para comenzar el doctorado, y que las lecturas sobre periodismo las tenía algo olvidadas. Así que me dirigí a esa sección de mi biblioteca dispuesta a rebuscar entre sus volúmenes (sí, tengo las estanterías clasificadas por materias, no por autores, de modo que, por ejemplo, Muñoz Molina tiene su hueco en dos estanterías diferentes, en vez de estar todos juntos). La verdad es que no lo pensé mucho y elegí el último premio Espasa de Ensayo. Las razones, muchas y diferentes. La principal, que varios compañeros lo están leyendo, o ya lo han leído, y pensamos montar una de nuestras tertulias en torno a lo que Arcadi Espada comenta. Así que empecé a leer. Estructurado en meses, ya he acabado con enero. Y no pude resistir la tentación de leer sus apuntes del 11 y el 12 de septiembre de 2001. Llevo unas 30 páginas del libro, pero ya puedo decir que no me gusta. No me gusta su estilo, aunque tampoco me gustan el de Cela o Gala y hay que ver dónde han llegado. Pero sobre todo, no me gusta lo que dice. Sus afirmaciones, algunas categóricas, no se sustentan en ninguna base y hay que leer otros libros suyos para entenderlo. Y no estoy dispuesta. No soy un gran ejemplo de defensa del periodismo actual, quienes me conocéis lo sabéis. Me gustaría que muchas cosas cambiaran, pero los argumentos y las críticas de Espada no me parecen las correctas. Por ejemplo no puedes decir "Los periódicos mienten", y no explicar por qué. Sobre todo si estás hablando de un hecho concreto. Tampoco puedes subestimar el poder de las ediciones especiales. Cuando habla de los atentados del 11-S, echa en cara a El País que cambiara su titular de portada el día 12. Según él, nadie vió la edición especial que titulaba "América, atacada". Bueno, pues mis recuerdos no son esos. Yo estaba en la redacción cuando ocurrió. No podíamos despegarnos de la tele, ni de la radio. Contínuamente mirábamos las actualizaciones de las ediciones digitales, así como los teletipos de agencia. A las siete de la tarde, una compañera y yo bajamos al Vips a comprar las ediciones especiales. Una para cada redactor. La cola de gente que esperaba era impresionante. Todos miraban hacia la puerta esperando ver a los repartidores. Entraban, echaban una ojeada a los periódicos y paciéntemente se ponían a la cola. La gente quería saber, necesitaba ver sobre el papel lo que había ocurrido, como si el hecho de que saliera publicado lo hiciera más real. La gente estaba allí, en la calle, esperando. Posiblemente esa fue una de las pocas ediciones especiales que los diarios han rentabilizado. Arcadi Espada cree que no. Que la gente se quedó en casa. Que nadie vió esos diarios. Bien, yo los tengo guardados. Mi padre también. Y esa fue una de las pocas veces que mi madre comprendió que quisiéramos guardarlos. Cuando Arcadi quiera, se los enseño.

jueves, 21 de noviembre de 2002

18.06 Lo que parecía imposible ha sucedido. Las palabras han vuelto a su lugar. Perdidas durante unos meses, han regresado tan en silencio como se fueron. Y he tardado en darme cuenta. Siempre supe que eran importantes para mí, y cada vez que se han marchado, he sentido como si me arrancaran una parte de lo que soy, como si ya no estuviera completa. Ahora sólo tenemos que reencontranos, ajustar nuestros mecanismos para que todo vuelva fluir. No será fácil, nunca lo es. Pero la sonrisa que me provoca saber que están ahí, latiendo, hace que merezca la pena. Al menos, aunque de vez en cuando las pierda, sé que siempre me quedarán ellas. Mis amigas. Las palabras.

miércoles, 20 de noviembre de 2002

11.20 Odio abrir el correo y que esté casi saturado de mensajes tontos y de Spam. Una de mis cuentas sólo la reviso una vez al mes y siempre consiste en la misma operación: abrir la bandeja de entrada, seleccionar todo y eliminar. Es triste cuando sabes que no vas a recibir nada interesante. Por suerte me quedan otras cuentas de correo a las que sí llegan esa clase de mensajes que te alegran el día. Bueno, llegan a veces. Otras está más vacío que mi nevera. Volver a la rutina nunca es agradable, menos si has estado una semana desconectada de ella. Las mismas caras cada día, a veces incluso las mismas frases. Las mismas discusiones sobre las mismas cosas. El deseo, intacto, de que te toque la lotería y poder montártelo por tu cuenta. Y saber que en algún lugar existe el trabajo ideal para tí, pero que está muy lejos. Pero pensemos en cosas agradables. Ayer fue un buen día. Conseguí mi primer "confidencial". Esa información que te dan para que publiques, pero sin citar fuentes. No es que sea el primer "soplo", pero sí el primero que mi jefe considera digno de mención, por aquello de que es de Nacional y no de Cultura. Y también encargué mis dos trajes para el REV de diciembre. Mi Web ha gustado a todos, y he recibido llamadas de felicitación por el trabajo bien hecho. Me compré unos libros que tenía ganas de tener y leer, y estoy devorando uno que he recibido de regalo estos días. De hecho, ya he encargado la segunda parte (suerte que lo edita la empresa en la que trabajo y tengo descuento). Y hoy he hecho la misma encuesta que todos. El resultado, predecible siendo yo.

You are Kermit!
Though you're technically the star, you're pretty mellow and don't mind letting others share the spotlight. You are also something of a dreamer.

martes, 19 de noviembre de 2002

16.18 De vuelta al mundo real. 10 días después de abandonarlo, el regreso ha sido apoteósico. Más que nada porque en cuanto ha llegado mi jefe (20 minutos después que yo) me ha encargado dos "marroncitos" muy poco apetecibles. A uno de ellos ya estoy más que acostumbrada, el otro a la que le va a costar digerirlo es a mi madre. De las vacaciones... no sé por dónde empezar. Hacer una crónica sería demasiado largo, así que sólo haré apuntes. Quizás con el tiempo los vaya haciendo más extensos. Lunes: Mi primera visión: un cartel que anunciaba "Fiesta española todos los viernes con Dj's de la Cadena SER". Alucinante. Lo segundo, la estatua de Joyce (momento en que supe que caminaba en dirección contraria a la deseada). Dar la mano al sobrino de mi "héroe", inesperado (y quedé como una imbécil). Caminar por las calles imaginadas durante años. Descubrir que estrenaban Harry Potter el viernes. Los cronómetros de los semáforos, para impacientes. Martes: El cuadro que me enamoró. El libro detras del que pasé una semana, sin encontrarlo. Las librerías de viejo y segunda mano. El anticuario con un ejemplar de la primera edición inglesa del Ulysses. Cómo aprender mucho sobre religiones en una visita a un museo. Miércoles: La decepción de un museo. El deseo de permanecer quieta, para siempre, en una biblioteca impresionante. Caminar bajo la lluvia. Catedrales. Más librerías. Empezar a echar de menos. Jueves: Más lluvia. Más paseos. Más Internet (más barato). Conseguir entrar a ver Harry Potter y reirme como el que más. Echar más de menos. Ganas de hablar. Viernes: El rey León, en español, por 3 euros. Más libros. La mochila nueva para meter las compras. El atasco camino al aeropuerto. La despedida del cuadro. La conversación (sobre Dublín, Irlanda, arte y nacionalismos) con el vigilante (del Sinn Fein) de un museo. La promesa de volver con más tiempo. La tienda de lencería que se convirtió en Sex Shop. El viaje en avión bajo la lluvia. Superar el miedo. Repartir regalos. Sábado: El aeropuerto, mi segundo hogar. La llegada a tierra extraña. El helado (muy muy bueno). Domingo: El partido de rugby, o cómo 5 mensistas intentan descubrir las reglas de un juego. Las supernenas, el niño de la batería. La comida. Las risas. El catalán. Intentar conocer más a los que están lejos. Descubrir que quizás, a quien yo creí caer mal, no le disgustaba tanto. Los recuerdos. Lunes: Llamada al jefe. Miedo al despido. El desmentido. Otro viaje, éste de regreso. El Imax. La Góndola cerrada, el homenaje a la cena de septiembre. Anécdotas. Impresoras trepadoras y otros misterios de la informática. La noticia. La dedicatoria. Las no parejas. Además, los Simpson y Friends en versión original. El español impronunciable, o cómo no entender "Deportivo de A Coruña" en boca de un Irlandés. La española borde (yo) que invariablemente repetía a los extraños "I don't understand" cuando intentaban establecer comunicación (incluso cuando segundos antes hablaba por el móvil con mi madre en un castellano perfecto). Más Harry Potter. Ulysses ya no cabe en mi habitación.

jueves, 14 de noviembre de 2002

12.30 (13.30 en Spain) Llueve. Lleva lloviendo desde ayer a las 5 de la tarde. Desgraciadamente ya no me quedan museos que visitar, por lo que mi "Bloomsday" esta un poco pasado por agua. Dublin, genial. Joyce, una maravilla. Y el resto, digno de ser recordado. La cronica la hare cuando ya este en Madrid (con posibilidad de escribir acentos y otras letras). Pero no os preocupeis, mojada o no voy a intentar ver "Harry Potter" que aqui estrenan el viernes 15, aunque hoy hay un "special preview" en el que intentare colarme. Besos a todos los que os acordais de mi, y a los que no. A los que me leeis aunque no escriba y a los que esperais al lunes. Besos a los que leo y a los que respondo. Besos a ti, que me esperas.

domingo, 10 de noviembre de 2002

20.25 Mañana me voy a Irlanda. Dentro de 14 horas estaré volando camino de un sueño que creí imposible. Y luego 3 días junto a alguien a quien no sé cómo definir, porque las palabras no bastan. Os echaré de menos y el lunes tendré millones de cosas que contar, espero que queráis escucharlas. Hasta entonces, besos a todos. Pasadlo muy bien. Nos leemos a la vuelta.

viernes, 8 de noviembre de 2002

17.37 Desde hace unos años tengo una pregunta que, de forma intermitente, me acosa. "¿Soy invisible?" Según el número de visitas de este blog (más de 1200) que registar el servicio de estadísticas la respuesta debería ser, evidentemente, "no". Si la gente me lee será porque mis acciones tienen consecuencias visibles. Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Será que soy muda? Hoy le comentaba a un amigo que desde hace años yo hablo y la gente no escucha, no presta atención, o no toma en serio lo que digo. Su respuesta era que hablara "dando saltitos", por si era un problema de altura. Al principio incluso he pensado si podía o no ser una opción. Horas después la he descartado. Si diera saltitos la gente prestaría atención a mis gestos, y no a mis palabras. Así pues, voy a quedarme quieta. Quizás incluso deje de hablar. Hay otro amigo que sabe cómo me siento cuando pasan estas cosas. Cuando descubro que la gente que puede hablar conmigo no está dispuesta a que yo hable con ellos. Es como ayer en el trabajo. Estábamos todos estresados. Se cambió la portada, las historias no salían... un desastre. Cada uno intentábamos capear el temporal como podíamos. Yo, simplemente, trataba de no levantar la mirada de la pantalla. No separaba la oreja del teléfono. Para una vez que lo hice, una compañera decidió descargar "a su manera" el estrés. Su manera consiste en decir borderías, en mal tono, al primero que pasa. Son bromas, pero nunca tiene en cuenta el estado del que las recibe. Bien, pues ayer me tocó a mí. Me tragué cuatro o cinco borderías, y cuando me mosqueé encima me echaron la bronca porque no había sabido ver que mi compañera "estaba muy estresada y era su forma de desahogarse". ¿Y qué pasa conmigo? ¿Por qué tengo que aguantar sus historias si ella no va a aguantar las mías? ¿Por qué tuvo que descargarse conmigo y no con cualquier otro de los que estaban en la redacción? Como siempre, acabé claudicando. Agaché la cabeza y pedí perdón por mi "salida de tono". Pero volviendo a mi amigo, a él también se le olvida a veces. Claro, es humano. El problema viene cuando se le olvida a la vez que se les olvida a los demás. Por suerte me voy a Dublín el lunes, y tardaré en regresar una semana. Así pues, mi silencio no se notará mucho. Pero que quede claro que, a pesar de todo, os voy a echar de menos.

jueves, 7 de noviembre de 2002

17.29 Hoy tengo un día tonto. Así que no voy a escribir mucho. Solo si se arregla algo, las palabras vuelvan a este blog. Por ahora, todas han desaparecido. Ójala borrar algunas cosas fuera tan fácil como hacerlo en este blog.

miércoles, 6 de noviembre de 2002

15.13 Cuando algo sale mal, siempre hay una segunda historia peor. Esta mañana me he conectado a Internet para confirmar algo que ya creía saber, que el plazo de matrícula para el doctorado se terminaba el día 18 de este mes. Y menos mal que lo he hecho, porque la fecha tenía un 8, pero ninguna otra cifra. Es decir, el plazo se terminaba este viernes 8 de noviembre. Asustada he empezado a organizar mi agenda para que me diera tiempo a hacerlo y, precisamente para organizarlo, he llamado a los dos sitios donde tenía que ir de la universidad: donde recogería el sobre y donde lo entregaría. En el primer sitio me han atendido muy bien, y me han dado un horario bastante compatible con el mío. El problema ha sido en el segundo lugar. No tanto por el horario como por la casi última frase de la conversación: "el plazo de matrícula ya está cerrado". Después de un poco correcto "no me jodas" (estamos hablando de una universidad católica) hemos llegado al acuerdo de que intentaría pasarme cuanto antes y ellos intentarían solucionarlo. Veremos. El consuelo que me queda es que voy a pagar, y por eso les conviene que vaya. Es mi única esperanza. Pero es lo que digo, cuando algo sale mal, el resto va detrás. Primero se anula algo que me hacía ilusión, luego resulta que quizás pelearme por hacer el doctorado no sirva de nada. Dicen que no hay 2 sin 3. Miedo me da la tercera...
12.10 Hasta esta mañana, y desde ayer por la tarde, parecía que mis vacaciones no podían tener mejor comienzo. El viernes Madrid iba a recibir una visita algo inesperada que seguro nos arrancaba un par de sonrisa (e incluso muchas más) a algunos de los lectores (me incluyo en el grupo) de este blog. Pero a veces las cosas no son como nos gustarían. Es una pena, pero hay que acostumbrarse. Sólo puedo decirte, a tí que venías a alegrarnos unas horas, una cosa: Et trobaré a faltar. petons

martes, 5 de noviembre de 2002

16.28 Cada día, por las mañanas, hago el mismo recorrido "virtual". Primero, compruebo las 1.000 y una cuentas de correo que tengo dispersas por los servidores. Luego, visito los blogs. Siempre en el mismo orden, como si fuera un ritual religioso y el hacerlo de otra manera pudiera acarrear una lluvia de desgracias sobre mi cabeza. En psicología eso se llama "trastorno obsesivo-compulsivo". Pero no es lo que yo tengo. De vez en cuando cambio el recorrido, y no me da miedo hacerlo (eso es lo que me diferencia). En mi caso es, triste resulta decirlo, simple rutina. Si cada día hago el mismo recorrido es, simplemente porque sé que voy a encontrar en cada paso. En ocasiones me sorprendo (ver el apunte de ayer) y eso refuerza mi voluntad de hacer las cosas en el mismo orden, para que las sorpresas sigan siéndolo. Cuando esté en Dublín echaré de menos la rutina y las posibles sorpresas. Echaré de menos este blog. Sí, ya sé que allí también existen los cibercafés. Pero no sé si tendré tiempo para buscar uno. Hoy no estoy inspirada, lo sé. La recepción de algunos mails, la inexistencia de otros, y, sobre todo, la lectura de algún blog me ha dejado preocupada. Y no puedo pensar en otra cosa. Sólo, de vez en cuando, en mi viaje a Dublín. Ya he señalado los puntos claves en mi mapa (entre ellos el B&B en el que dormiré), he trazado recorridos indispensables, e intento organizar los días según las cosas que quiero ver/hacer. El primer día, evidentemente, se lo dedicaré entero a ese loco del que hablaba el otro día. Y aprovecharé para comprarme una buena edición de su, apreciadísima por mí, obra en la lengua original. Resumen, llevaré una maleta vacía y la traeré llena, de objetos y recuerdos. Igual que este fin de semana. Y eso sí, os echaré de menos a todos. Y desearé llamaros cada dos minutos para contaros las maravillas que espero descubrir.

lunes, 4 de noviembre de 2002

17.05 Me encantan los mails inesperados. Esos que, cuando aparece el mensaje de "new mail" te hacen esbozar una sonrisa y levantar las cejas, en una pose de alegre sorpresa. Me gustan sobre todo si son los lunes, quizás porque es éste un día de la semana al que no tengo gran aprecio. Me gustan casi tanto como odio comer una hamburguesa sentada en mi mesa de la redacción, pegada a la pantalla del ordenador, pendiente de que se cierre o no una historia. El problema es que estoy más acostumbrada a lo segundo que a lo primero. Aunque imagino que si cada día recibiera un mail sorpresa, dejarían de serlo, y me gustarían menos. Este ha sido un largo fin de semana. Largo porque ha durado tres días (no me atrevo a llamarlo puente, ya que según mi definición no lo es). Y largo porque ha estado lleno de emociones, en el mejor y el peor sentido de la palabra. He visto menos sonrisas y más lágrimas de las que me gustaría. He visto demasiados ojos desencantados, demasiados porque eran de gente a la que quiero. Hubiera preferido que la reunión de este año se pareciera a la del pasado, en la que parecía que el buen rollo se había instalado entre nosotros. En cualquier caso, no me arrepiento de haber ido. Espero haber sido de alguna ayuda para aquellos que me buscaron. Estos días he conocido a gente que me ha sorprendido, unos por ofrecer una cara distinta a la conocida, otros por ser la primera vez que nos veíamos y hablábamos. Y no solo me han sorprendido, la verdad es que todos aquellos con los que he tenido trato han conseguido ir más allá de mis expectativas. Mucho más allá. Incluso los momentos malos para mí, han tenido su lado bueno. He conseguido aclarar situaciones con una cuota de daño razonablemente baja y por fin me he dado cuenta de algo que mis amigos llevaban meses repitiéndome. Yo sólo soy responsable de mis decisiones y acciones, las consecuencias que impliquen la voluntad de otras personas no están "bajo mi tutela". Ni las puedo controlar, ni las puedo dirigir, ni puedo pensar que tengo que dar parte de ellas. Este fin de semana me he decidido a ponerlo en práctica. Y no ha sido fácil, pero he conseguido no acabar con la cabeza a punto de estallar. Sé que si no lo hubiera hecho, mi estado de ánimo habría sido bastante bajo. Y para terminar, el recuerdo de una frase que alguien me ha dicho estos días: "en el mundo existen dos grupos de personas: las que merecen conocerse y las que no. Gracias por ser parte del primero". Pues eso chicos, gracias a vosotros, los que me leeis y formais parte de mi vida cotidiana, por ser parte del primer grupo. Los que, indudablemente, merecen conocerse.