<$BlogMetaData$>

lunes, 24 de mayo de 2004

12.45 Un día más Un día más (título de una preciosa canción del musical Los Miserables) con una entrada más que, lo siento, se alejará de la tónica habitual que estaban tomando las anteriores. Aunque no del todo. Primero la mala leche, luego, las cosas buenas. Lo malo – Mi portátil, al que voy a mandar a tomar viento fresco. Después del paso de cierto virus, el portátil quedó tocado. Al principio, una vez instalado el parche de seguridad, no parecía nada, la verdad. Pero poco a poco fui descubriendo que sí era. Lo mejor llegó la pasada semana, cuando ya no conseguía abrir programas y, sobre todo, no podía mover archivos, carpetas ni iconos en el escritorio de Windows. Resuelta a acabar con mis problemas, decidí reinstalar el Sistema Operativo y pasar de todo. Ayer lo hicimos Kilmenir y yo, con un rotundo fracaso en nuestro balance tras largas horas de trabajo y reinicio de la máquina. Ahora puedo mover carpetas y demás, pero el virus sigue ahí (me desconecta el ordenador de Internet) y, lo mejor, el Office ha desaparecido, pero no puedo reinstalarlo. Con Mac no pasan estas cosas... – Los problemas con el banco, ya solucionados, con el inconveniente de haber tenido que recurrir a la bolsa de aire que tengo por si caigo. Aunque, claro, para eso está ¿no? – La mala leche matutina que me ha entrado en la estación de metro de Sol. Imaginad un vagón de metro, sus puertas se abren y empieza a salir gente del interior. Cuando sólo queda uno por salir, yo adelanto un pie para entrar. Todos sabéis cómo son las puertas del metro, dos personas en direcciones opuestas no tienen por qué tocarse ¿no? Bueno, pues hoy he descubierto que la teoría es falsa. Cuando intentaba entrar un señor mayor (“anciano” como el mismo se ha llamado) era el que quería salir. Anciano sí, pero desvalido no, y débil aún menos. Su edad no le ha impedido darme una paliza en toda regla, mientras me abroncaba a gritos por mi actitud de falta de respeto a los demás. Normalmente soy una persona tranquila, y creo que bastante educada con los demás. Si voy sentada en el metro y entra una persona mayor, siempre le cedo mi sitio. Pero no hay cosa que más me fastidie que los que se aprovechan descaradamente de su condición para hacer cosas que están mal y salir indemnes de ellas. Pero a lo que iba, la movida. El caso es que cuando intentaba entrar, él ha decidido que no debía hacerlo, que estaba mal, y en vez de limitarse a maldecir de palabra, ha decidido pasar a la acción. Primero me ha clavado su codo derecho en la zona baja de la tripa (más o menos a la altura de mi ovario derecho) y ha aprovechado el apoyo para empujarme, de forma que me he clavado el filo de la puerta en toda la espalda. Luego, mientras intentaba recuperarme, ha debido pensar que no había sido suficiente y me ha arreado un paraguazo en plena rodilla derecha, que tengo jodida desde la noche del sábado. Ahí se me han saltado las lágrimas y a punto he estado de cruzarle la cara, pero no lo he hecho, y si no lo he hecho es, precisamente, porque era una persona mayor. Y sí, todo esto regado con frases a voz en grito sobre la actual actitud de la juventud y demás lindezas. Yo, con cara de alucinada me he limitado a mirarle y, mientras me frotaba la rodilla, soltar un “joder”. Lo peor, la mayor humillación, ha sido luego, al entrar en el vagón y sentarme. Por supuesto todo el mundo estaba mirándome, la mitad han girado la cara para no enfrentarse a mí. La otra mitad, ha seguido en sus trece, apuntando hacia mí. Lo mejor, que mientras negaban con la cabeza, chasqueaban la lengua de forma reprobatoria. ¡A mí! ¡Me señalaban como culpable a mí! Han sido las 4 paradas más largas de mi vida. – Algunas entradas de algunos blogs, que me hacen preocuparme por quienes las ecriben. Que me hacen pensar qué podría hacer yo para evitarlas la próxima vez. Pero en las que, esto es lo bueno, ahora sé (o creo saber) yo no soy la protagonista. – Absurdas ocultaciones de la realidad que, a veces, me hacen preguntarme si tengo un cartel en la frente que dice idiota. Decepciones que llevo lo mejor que puedo, intentando convencerme de que, en realidad, no son por mi culpa. Lo bueno – Kilmenir y su ayuda técnica. No sirvió de mucho, pero fue un encanto al acercarse a casa y pasar allí la tarde. – Impe y Rapun. Las conversaciones telefónicas, las ofertas de ayuda, el cariño. Gracias chicos, sois de lo mejor. – Earendil y la conversación del sábado noche. Gracias niño. – FaHhS y Tomber. Por las risas, el buen humor y los malos chistes. Os echaré de menos cuando os vayáis a la tierra de Bush. – Athair, por el fin de semana. Por las conversaciones, los besos y los mimos. Por no pegarme el sábado cuando (a las 5 de la mañana) me puse a gritar por mi rodilla. Por estar ahí. Por recordarme la importancia del pasado y lo maravilloso que puede ser el futuro, si trabajas en él. Por creerme y saber que lo intento. Y porque me has hecho recuperar algo de lo que era hace un año, la mejor parte, y las ganas de reescribir lo que dije el 31 de enero de 2003: Athechuzos. Divertidos, cariñosos, borrachos, planificadores de desastres que siempre acaban con risas. Animadores de la tristeza. Divertimento de cada mañana y cada tarde. Juegos, adivinanzas, comprensión noctámbula. Una vez que se entra, nadie quiere salir. Y yo menos que nadie. Paladines. Falquián, que me ha hecho interesarme por la historia de Thalesia, por su búsqueda y su amor. Y que ahora no quiero que se case. Otro paladín, menos conocido, que se ha hecho cargo de mi seguridad, jurando por su vida que no me dañarán. No creo que lo consiga, pero es tan bonito pensar que al menos lo va a intentar.

viernes, 21 de mayo de 2004

17.20 Vergüenza Siempre he tenido un acusado sentido del ridículo. Bueno, quizás MUY acusado sería algo más acertado. Existen multitud de situaciones que me ponen a prueba cada día, y a las que reacciono muy mal. Por ejemplo, a que el billete de metro pite cuando voy a pasar por el torniquete, o que no encuentre el susodicho billete cuando llega el revisor (cambiése metro por bus, tren o cualquier otro medio de transporte y seguirá siendo válido). Siempre reacciono igual: me pongo muy nerviosa, enrojezco hasta límites hilarantes, me sudan las manos y no encuentro lo que busco hasta media hora después. Y los efectos me duran demasiado. Pero de todas las situaciones posibles, hay una que puede conmigo: cuando te deniegan la tarjeta. Me quedo con cara de imbécil integral, deseo que me trague la tierra y empiezo a imaginar lo que estarán pensando los demás. Siempre malo, claro. Hoy me ha pasado. Había quedado a mediodía con Athair. La idea era poder hacer compra (mi nevera llora cada vez que la abro e intenta taparse sus vergüenzas con lo poco que hay dentro) y llevarla a mi casa. Así mañana podríamos estrenar mi Wok, y, quién sabe, comer de una forma sana y ordenada la próxima semana. La cuenta ha ascendido exactamente a 60,45 euros. Sonriente, he sacado la tarjeta y el DNI. La chica la ha pasado y... ¡¡error!! Han denegado la operación. Roja cual tomate le he pedido que volviera a pasarla. Y ha dado igual... Muy nerviosa he preguntado dónde había una Caixa para ir a sacar dinero. No la hemos encontrado, así que aún a riesgo de perder 60 séntimos he ido a un CajaMadrid. Que también me ha denegado la operación, claro. Completamente alucinada, y con la rojez de la cara amenazando con convertirse en permanente, nos hemos ido a una Caixa algo más lejana, sólo para ver si era problema de la tarjeta. Evidentemente no lo era, sino del estado de mi cuenta corriente. No entendía nada y al ver los cargos había un recibo que no me cuadraba nada, de la Asociación de la Prensa. Indignada he llamado al tesorero, que me ha prometido arreglarlo. Eso sí, el mal café no me lo quitaba nadie. Y la compra se quedaba en el supermercado (al que no volveré a ir en años por pura vergüenza). Athair ha conseguido que sonriera (gracias niño) y que olvidara un poco el tema, aunque seguía jodida y abochornada. Al llegar al trabajo he navegado por el vacío de mi cuenta corriente gracias a Internet. Y he descubierto que el recibo estaba bien, que el problema era del banco, que había consignado mal el concepto. Así que, otra vez colorada, me ha tocado llamar al Tesorero para decirle que no había error por su parte, que era culpa del banco. Total, que lo que prometía ser un encantador mediodía se ha convertido en mi infierno del ridículo, con situaciones absurdas, petición de disculpas y demás. Lo que más me jode es que la compra se ha quedado donde estaba, y que esta noche me perderé una juerga que prometía ser estupenda. Bueno, esta noche, mañana, pasado y hasta nuevo aviso (bancario). Menos mal que durante años he invertido en libros y DVDs. Y que quizás mañana tenga una compañía estupenda. Lo mejor del día es que, por ahora, mañana no tengo que ir a trabajar. Ni a cotillear con marujas. Después de un serio problema con las acreditaciones, mi presencia es cada vez menos necesaria, y yo que me alegro. Hoy he pasado por la Gran Vía y casi vomito. Mi alma republicana se revolvía con los chupachups que le han puesto a las farolas, y con esas banderolas rosa chicle que están colgando de las ventanas. Eso sí, sorprendentemente no he visto tantas banderas rojas y amarillas como esperaba. Veremos si mañana consigo escapar del cerco a una hora prudente, y vuelvo tarde, y no tenga que soportar la comitiva.

jueves, 20 de mayo de 2004

2.15 Casualidades o causalidades La noche se ha apoderado de mi día. El insomnio me ronda, y las hormonas siguen bailando su alegre danza que destroza mis resistencias. La vida no es más que una colcha hecha con retales de recuerdos y cosida con el hilo de las casualidades. O causalidades. Depende de ti elegir bien esos retazos de vida, hacer que combinen, y que formen un conjunto armonioso y bello en su apariencia. Aunque a veces tengan remiendos, éstos deben ayudar a enfatizar lo hermoso que hay en esa agradable y mullida colcha. Existía, y existe, una película que, en realidad, venía a decir esto mismo. El título era Donde reside el amor (How to Make an American Quilt en una más acertada denominación original). La historia, la de siempre. Seis mujeres que se juntan en la casa de una para tejer la más bella colcha de su vida, la que constituirá el mejor regalo de bodas para la nieta de la anfitriona. Mientras cosen, repasan sus vidas, sus aciertos y sus errores. Al final, sus historias de amor, hechas de fracasos y éxitos, consiguen el objetivo: la más bella colcha, donde los colores combinan, los remiendos ensalzan y la composición destaca cada retazo de vida. Con esa película aprendí que mi vida, el cuadro que de ella podría pintarse, depende casi tanto de aquellos que me rodean que de lo que he vivido a solas. Hoy, una de esas casualidades de la vida me lo ha vuelto a recordar. Si hace más de 80 años un loco irlandés no se hubiera empeñado en escribir “el mejor libro de la historia”, hoy millones de personas no sabrían que, una vez, hubo alguien llamado Paddy Dignam. Y, lo que es mejor aún, el próximo 18 de junio no se reunirían cientos de dublineses, ocasionales o no, para celebrar el velatorio de un hombre que lleva 100 años enterrado. Ese día, yo estaré en Dublín, aunque no me vestiré a la usanza de 1904 para visitar a una de las ilustres familias irlandesas por obra y gracia de la literatura. Más que nada por mis sufridos acompañantes, que por mí iba de cabeza. Sí, el día que llego a esta gris pero hermosa ciudad, se celebra uno de los ritos más curiosos y divertidos relacionados con la obra de Joyce. Buscando qué eventos tendrían lugar en las fechas de mi estancia lo he descubierto. Y he descubierto algo aún mejor, o peor, según quién lo mire. Por fin la película Bloom ha visto la luz. Se trata de un largometraje de 113 minutos que traslada a la gran pantalla el Ulysses. Sabía de él hace tiempo, unos 5 años, y aguardaba con ansia su estreno. Un estreno que tuvo lugar en Dublín el pasado 15 de abril (¿os suena de algo esa fecha?) y que, por lo visto, no podré disfrutar en España, ya que nadie ha querido comprar sus derechos (¡¡cobardes!!). Confío en que cuando llegue a Dublín pueda verla en la gran pantalla (ya tengo actividad para el viernes y demasiado cine fuera de España), aunque me he informado de que, a partir de junio, se pondrá a la venta el DVD. Evidentemente me he suscrito al boletín de novedades para poder pedirlo cuanto antes, bueno, si no lo encuentro en Dublín. Eso sí, ahora sí necesito un DVD multizona. Y así podré comprarme también Nora. En cualquier caso, me quedo con las casualidades que, de forma remota, nos unen a Joyce y a mí. La pasión por la escritura, el amor a un libro, dos besos robado a un sorprendido joven ante las cámaras de la televisión canadiense, una hora escuchando su voz grabada y la coincidencia entre mi cumpleaños y el estreno de su película. Por menos de eso, hizo famosos a Dignam y a un inesperado caballo vencedor. P.D. Tomé la decisión, sólo espero que fuera la correcta.

lunes, 17 de mayo de 2004

17.05 Decisiones Este ha sido un buen fin de semana. Bueno, salvo el domingo. El viernes salí a tomar algo con algunos de Hammo, y estuvo bien. reímos, charlamos y, de rebote, conseguí una invitación a mil copas para dentro de poco. Conseguir que sobrara dinero a la hora de pagar no fue tarea fácil, pero nos alegró a todos. Luego, a casa a dormir en la mejor de las compañías. El sábado, compras con mis padres. Yo no mucho (mi padre se hinchó a comprar), pero sí algo importante: el vestido y los zapatos para la boda que tengo en noviembre. tengo que decir que el color del vestido (negro) no le ha gustado a nadie (incluída la novia) pero me da igual. Siempre he ido de negro, salvo una vez que fui de azul y porque lo exigía la etiqueta (y me lo dijeron personalmente). Como esta vez no han dicho nada... Por la tarde, helado, risas, mosqueo y aglomeraciones con tres personas encantadoras. El mosqueo estuvo a punto de arruinarnos el día, pero por suerte el cariño fue más grande que el cabreo y el orgullo. Despedida en el andén y de camino a casa de Rapun, una mujer encantadora que había decidido organizar una pequeña fiestecita. Lo pasé genial, chicos, en serio. Marujeando sobre L.O. Metiéndonos con la música de la anfitriona (al final no me llevé la peli), bebiendo y pidiendo más bebida para algunos contertulios, escenificando cómo serán las relaciones en Isla Tortuga, comiendo nachos con salsa picante (hay que mirar el color de la tapa, querido Nastes) y riendo, sobre todo riendo. Gracias por la conversación junto a los ordenadores, chicos, me hizo recuperar sensaciones algo olvidadas. Y conseguí conocer un poquito más a una mujer encantadora, Cassandra, que aún me debe un relato... Vuelta a casa demasiado pronto, dormir poco y... a la comunión. Aburrida, aburrida, aburrida. Baste decir que me dormí la siesta sin que me importara la reprovadora mirada de la familia. Y como ya dije, no vuelvo a ir sola. Y hoy, una comida encantadoramente deliciosa. Caricias (no en la oscuridad Ear, pero casi), besos y palabras. Hummm... que bien se está cuando se está bien. Y en medio de eso, preguntas y dudas. decisiones que tomar. Miedos que intento vencer aunque me cuesta. Inseguridades que me dicen que no lo haga, o que no lo diga. Y las ganas pugnando porque lo haga. Me gustaría que ganaran las segundas, pero a veces no parece tan fácil... Esta noche me espera una PS2 prestada (gracias mi niño) y un nuevo capítulo de CSI. Y la promesa de que mañana será un buen día, lleno de buenas compañías (o eso espero) y una quedada con cañas de por medio que me intriga. Espero que el día sea como espero, y que termine como me gustaría, y que las dudas se vayan solas porque las ganas sean más fuertes. No sé qué debo hacer, y no puedo preguntárselo a nadie... Es lo único que me ensombrece un poco el ánimo. Por lo demás, brilla el sol.

jueves, 13 de mayo de 2004

18.00 Cuaderno en blanco Desde pequeña me han gustado las papelerías. No las tiendas en sí, sino los productos que en ella podían encontrarse. Bolígrafos, plumas, papel celo, lápices (los colecciono de una forma muy particular) y cuadernos. Sobre todo cuadernos. Grandes, tamaño folio, cuartillas o simples libretas más pequeñas que mi mano. Cuadriculados, rayados, milimetrados y lisos. Incautos dispuestos a caer en las manos de cualquier, soñando sólo con que alguien, alguna vez, llenara sus páginas de buena literatura (supongo que los de ciencias pueden cambiar literatura por “fórmulas perfectas”). Con sus hojas inmaculadas, algunos incluso con un plástico recubriéndoles, parecían estar llamándote a gritos. Deseando que los abrieras y llenaras sus páginas de borrones de tinta, completamente ilegibles la mayoría de las veces. Esa pasión de niña me ha durado hasta hoy. Cada cierto tiempo, creo que no he acabado ninguno desde que dejé de usarlos como diario, me compro un cuaderno. Pero no uno cualquiera. Recorro las papelerías hasta que encuentro “el” cuaderno. Tiene que ser perfecto. Tiene que gustarme y tiene, sobre todo, que decirme algo. Nunca son iguales, porque dependen mucho del estado de ánimo, de las ganas de escribir y de qué quiera escribir. Los hay con dibujo en la portada, o lisos. Cuadriculados o en blanco. Rayados o milimetrados nunca. Con páginas de colores, de espiral, de pinza... El martes me compré uno nuevo. De tapas marrones y lomo pegado. Sus hojas descansan en una estantería de mi casa dispuestas a que las llene de mí. De cualquier cosa. Dibujos, flores, poemas, frases escuchadas o leídas al azar, ideas sugeridas de la nada... Todos son trozos de mí, de cómo estoy y de lo que me inquieta en cada momento. Aún no sé de qué mensaje se convertirá en portavoz este cuaderno. Sólo necesito algo de tiempo y de inspiración. Pero ya se sabe que ésta debe encontrarte trabajando.

miércoles, 12 de mayo de 2004

03.30 Historia de un fracaso En realidad esta iba a ser una entrada en el otro blog, pero la hora (y quizás los mojitos) golpean mi cabeza recordándome que Ojos de gata debe ser, sino divertido, capaz de provocar sonrisas. Y hoy no va a ser posible. Existen fracasos, sí. Y lo peor de todo, existen fracasos anunciados. A veces, por los altavoces y las luces de neón, aunque cuando estamos inmersos e ellos no los vemos. Cada día se ponen en marcha cientos y cientos de historias que terminaran en fracaso. Historias de amor, humor, amistad, trabajo... Son como el fallido romance entre mi portátil y yo. Unidos por el destino o, en este caso, la cabezonería de mi padre, ambos sabíamos que no terminaríamos bien. Y así está siendo, claro. Algunos fracasos tienen algo en común, como la maldita manía que tienen de dejarme los chicos de los que me cuelgo. Da igual cómo, cuándo y por qué. En general coinciden con mis momentos más bajos de defensas, esos en los que piensas que todo es perfecto. Otros, ni siquiera los ves venir,aparecen de la nada, sin detalles, sin explicación, sin señales que anuncien el peligro. Como cuando una amiga te da la espalda, o tu jefe te anuncia que te va a despedir (eso sí, con los 15 días de adelanto que marca la Ley). Existen fracasos que se fraguan poco a poco, con el día a día. El mejor ejemplo son los divorcios que te pillan de sorpresa, como una patada en el estómago que te deja sin respiración. Ya sea tuyo o de un conocido o conocida. Otros, que están malditos desde el principio. Como cuando crees que puedes ser amante de tu ex sin problemas. Por norma general sólo pueden pasar dos cosas (con excepciones): que te tires los trastos a la cabeza, o que uno de los dos termine colgado, olvidando el pacto de no recordar que se compartió un pasado. Los fracasos son parte de nuestra vida, nos guste o no. Así que más vale que empecemos a darnos cuenta de ello, a integrarlos en nuestra vida. Y mientras escribo esto yo me preparo para el siguiente, el que veo acercarse poco a poco, pero sin cautelas. Le espero aquí, consciente de que esta vez no podrá tumbarme, porque ha avisado demasiadas veces ya como para que me pille de sorpresa. Hoy me he comprado un cuaderno, quizás mañana pueda hablar de ello.

martes, 11 de mayo de 2004

13.00 El caballo de Troya Ayer fui al cine. Como en casi todas las últimas ocasiones en las que he ido, lo mejor fue el trailer del principio. Y es que, una vez más, fue el de Harry Potter y el Prisionero de Azkaban. uno nuevo, más largo, más oscuro y mucho mejor que los anteriores. Cada vez tengo más ganas de ver la película, y cada vez me parece que queda más tiempo para poder hacerlo. Los dementores cada vez dan más miedo, y por fin empiezo a convencerme de que quizás la elección de Gary Oldman no haya sido tan mala. Pero bueno, yo venía a hablar di mi película. Troya. Sin comentarios o, lo que es lo mismo, cualquier parecido con la Ilíada es pura coincidencia. Dejando a un lado este insignificante detallito, tiene su pase. O quizás no, pero es para no deprimir al personal. Es una película de griegos al estilo Gladiator donde la historia se americaniza (para mejor entendimiento del espectador no vaya a ser que le demos demasiada información de golpe y se sature el pobre), y con una clara diferenciación entre buenos y malos, aunque con una amplia gama de buenos-malos y malos-buenos. Dura algo más de dos horas y media, batallitas tiene unas cuantas y el único al que veo de griego es a Boromir. La verdad, hubiera necesitado un gran cubo de palomitas para pasar el trago. Y lo siento, no pienso acompañar a nadie a verla. Una y no más, que decía mi abuela. El fin de semana, y cambiando de tema, ha sido genial. Realmente que sí. Bueno, salvo algunos momentos de gran tensión que prefiero olvidar, arrinconar en mi cerebro y mandar a donde se merecen: a tomar viento. Cada día estoy mejor, conmigo y con el mundo. Y los brazos amables, niño, lo son en los dos sentidos.

viernes, 7 de mayo de 2004

Chinpún Llevo un tiempo sabiendo que tengo que escribir en este pequeño espacio reservado, pero nunca me decido a hacerlo. Es evidente que ya no estoy mosqueda, que desde lunes ha llovido mucho. Y eso a pesar de haberme enterado de la mentira, y posterior desplante, de una amiga; de haber recibido una serie de invitaciones a cada cual más particular y que en otros momentos de mi vida me habrían sulfurado; de haber tenido una semana bastante movidita en lo laboral y, sobre todo, de haberme enterado de cómo termina la 9ª temporada de Friends sin haberla visto. Pero da igual, porque la semana ha tenido sus cosas buenas. Muchas, diría yo. Una tarde de compras que se alarga hasta la madrugada en una estupenda compañía y con bajada a las Cuevas de mi adolescencia (cuanto tiempo sin ir por allí...). Conversaciones telefónicas y vía mail que hacen recordar antiguas constumbres echadas en falta. Reunión (corta, que había que dormir) de athechuzos casi improvisada. Noche de Cabaret inesperada y, completamente deliciosa. Y hoy, una comida llena de risas y chinpunes. Sigo teniendo en mi estantería demasiados libros por leer, y demasiada música por escuchar. Demasiadas películas por ver, que esperan pacientes su momento. Y demasiado polvo que quitar a mi casa. Pero este fin de semana tampoco será su momento. Hoy, boda. Mañana, cumpleaños. El domingo, inauguración de una nueva franquicia athechuzil. Los mareos desaparecieron, el hambre se controló y sigo perdiendo peso (no tanto como antes, afortunadamente). Florence se perfila como alguien muy interesante, pero complicado, un reto. la sonrisa, el alcohol, o quizás el quererme un poco más, me permiten enfrentarme al objetivo fotográfico de amigos sin taparme la cara. Bueno, sólo algunas veces. Almansa y Mendoza me siguen esperando, pero mi ética y mi oficio han ganado en este tiempo. Veo a la gente sonreír a mi alrededor, y sonrío. Y algunas se alegran mucho cuando me ven esa cara de tonta que se me pone a veces. No hay flores en casa (no sabría dónde ponerlas), pero este mes ha descubierto una luz especial. Dublín sigue a lo lejos, pero ilusiona tener un proyecto así. E Ibiza será genial en octubre, cuando haya menos turistas y menos sol. mientras, algunos hoteles se hacen francamente apetecibles, y la posibilidad de huir en un par de fines de semana me alegra el ánimo. Sí, ya es primavera en el Blog de Tindriel. Chinpún.

lunes, 3 de mayo de 2004

Hoy estoy cabreada. Y lo peor de todo es que no tengo muy claro por qué. Sí, tengo un virus en el portátil, y no tengo línea telefónica, y el trabajo me está estresando. También es cierto que sigo esperando como una imbécil una respuesta que no llegará nunca, o que, como siempre, llegará demasiado tarde para que importe ya. Pero sé que no es nada de eso. O que al menos nada de eso es lo suficientemente importante como para tenerme así. Casi pierdo los nervios en una conversación con mi madre por algo absurdo. Y acabo de discutir con el técnico del teléfono, que piensa que las mujeres debemos estar en casa, sobre todo esperando a que nos llame él... Pero bueno, cambiemos de tema. Este fin de semana ha sido más bien normalito. El viernes acudí a una reunión del club de listillos, algo que tenía casi olvidado. La verdad es que lo pasé bien. El sábado, en casita. Y el domingo, mañana de Piratas en el Rastro (ya tengo falda), comida india con mis padres y mi hermano, tarde improductiva de compras y migraña de vuelta a casa. Me compré dos comics del trepamuros y encontré unas frases estupendas que ahora he olvidado. Ya las pondré. me encantó que llamara alitas al Capitán América. El 2 de junio estrenan La noche de Molly Bloom. Tengo muchas ganas de verla, claro. Y ya somos 8 para el viaje a Dublín. Lo peor es que o nos ponemos las pilas, o no nos iremos... (sí, esto es un aviso, queridos lectores). Hoy es el Día Mundial de la Libertad de Prensa, y no sé si reírme o echarme a llorar. Los comentarios, mejor en otro espacio. Y tengo que ir al médico. Llevo demasiados días mareándome, parece que el Síndrome Vertiginoso ha vuelto.