<$BlogMetaData$>

lunes, 28 de junio de 2004

12.30 Costumbres No tengo nada que contar, realmente. Ni nada sobre lo que me apetezca escribir. A lo largo de esta semana se me han ido ocurriendo temas, frases, títulos... Y los he ido desechando todos, uno a uno, por razones de toda índole. Pero sé que si no escribo perderé la costumbre de hacerlo, cada vez me dará más pereza y, cuando tenga verdadera necesidad, acabaré fijando la vista en otro lado. Como ya ha pasado varias veces. Así pues, aunque tenga poco que decir, será mejor que lo diga: – Estoy bien, muy bien. Mi ánimo es bueno, salvo cuando tengo que ser amable con mi jefe, que se me revuelve el estómago. – La compra de la casa sigue su curso, y parece que a buena marcha. En principio firmo la semana que viene, y empezaré la mudanza entonces. Aunque planear algo con mis padres me está volviendo loca, la verdad. Es como lo del color del sofá, pero con baile de días... Ahora creo que quieren contratar a alguien que nos ayude... Creo que no se han enterado de que los athechuzos ayudarán... Seguiré informando. – Mi portátil vive.... gracias al buen hacer y la paciencia de Athe. Y no sólo vive sino que está muuuy bonito con Spidey y HP por allí... – El zumo del sábado genial... lástima que las conversaciones se vayan posponiendo... Pero hay tiempo... – El calor empieza a poder conmigo, de verdad. Con lo que me gusta a mí el invierno... – Releí un diario guardado durante mucho tiempo. Un diario que me entregaron en custodia hace tiempo. Saqué conclusiones, pero ya no importan. Mi pasado me ha tarído hasta aquí, y ahora mismo no me cambiaría por nadie.

miércoles, 23 de junio de 2004

22.45 Test Una vez descargada mi energía negativa, voy a limitar la entrada de hoy a algunos resultados de tests. ¿Opiniones? nerdslut
Nerdslut

What's your sexual appeal?
brought to you by Quizilla HASH(0x88dab5c)
Tu idolo de la infancia era el conde Dracula de
Barrio Sesamo!!! De entre tanto colorido peluchil, la fina estampa del conde con su capa y
su monoculo te encantaban. Y los
murcielaguillos, truenos, relampagos...!!! Tal vez nunca llegaste a
ser un buen matematico, a pesar de los
esfuerzos del conde, pero supiste apreciar lo diferente y le
cogiste cierto cario a los monstruitos...Si has
hecho los deberes seguiras siendo una persona
inteligente, con ganas de aprender y con cierto
toque excentrico.

El idolo de tu infancia era...
brought to you by Quizilla entrancing
You have an entrancing kiss~ the kind that leaves
your partner bedazzled and maybe even feeling
he/she is dreaming. Quite effective; the kiss
that never lessens and always blows your
partner away like the first time.

What kind of kiss are you?
brought to you by Quizilla Morpheus
Morpheus

?? Which Of The Greek Gods Are You ??
brought to you by Quizilla

lunes, 21 de junio de 2004

11.45 Dublín Reloaded Hay ciudades de las que uno se encapricha, y otras de las que se enamora sin remisión. Para mí, Dublín es de las segundas. Es una ciudad fea, sin muchos cines y donde el alcohol cuesta lo mismo que un diamante; pero aún así, tiene algo. Llegué el viernes, tal y como estaba previsto. Con el estómago del revés por los nervios, también tal y como estaba previsto. Bajé del autobús ya en O’Connell y sin mirar atrás puse rumbo al James Joyce Center. Sí, ¿qué se le va a hacer? No podía esperar más. Y me alegro tanto... Primero porque lo echaba de menos, la verdad. Y segundo, por las cosas que allí pasaron: - Entrevista a Seamus Heaney para la televisión. Tema de conversación, Joyce y su mundo. Divertida, tierna y muy muy interesante escucharla sentada en las escaleras. - Leer el Ulysses en versión original, a través de un facsímil del manuscrito. Genial. - Volver a ver al sobrino.... pero esta vez no salté a su cuello... - Asistir a una lectura dramatizada donde los actores eran 5 adolescentes de Sarasota (Florida), con aparato y un acento horrible... Casi no me enteré de nada, pero fue divertido. - Gastarme un pastón en la tienda, para alegría del sobrino, y desesperación de la cajera, a la que no cuadraban las cuentas. Luego, paseo por Dublín y sus callejuelas intentando volver a disfrutar de dos maravillosos cuadros. Una lástima no poder hacerlo esta vez. Y, comprada la entrada que me permitiría disfrutar de una gran película (no apta para no iniciados), rumbo al hostel donde se suponía que nos íbamos a alojar. No fue posible, así que nos dieron habitación en un hotel. Ganamos con el cambio. Sí. Pude ver Bloom en pantalla grande, versión original, y rodeada de extraños dublineses. Una pareja se fue en medio de la proyección, no se enteraban de nada. Y salí encantada, feliz por tener en mi mochila el DVD de la película. Y la Banda Sonora... Vuelta al hotel, ducha rápida, parada para comprar un abrigo a prueba de lluvias y vuelta a la puerta del cine, a esperar a Athair. Allí, fui abordada por un dublinés que quería invitarme al cine el sábado, a pesar de tener novio. Sesión nocturna de Harry Potter. Sigo pensando que es muy buena. A la mañana siguiente, pocos planes y mucha ilusión. Todo el día caminando, recorriendo calles y descubriendo escondrijos. Recordando historias, escuchando los sonidos de una ciudad viva, mucho más que la última vez que fui. Y me dio una sorpresa, la quinta temporada de Sex and the city, entera. No muy larga, pero intensa, y que ahora descansa del viaje a mi estantería. Los recuerdos, y los años pasados se nos echaron encima en forma de tienda, y de amigos. Compañía muy agradable para la noche del sábado, que, junto al carísimo alcohol destilado, me hizo perder mi vergüenza y farfullar un par de frases en inglés con Athair delante (sin él escuchando ya lo había hecho antes). Conversaciones sobre cine, HP, Joyce, el trabajo de periodista, las figuritas, Terry Pratchett... Promesas de viajes y ofertas de bienvenidas acunadas por el alcohol. Salir a fumar permitía varias cosas, la mejor, las conversaciones absurdas con absolutos desconocidos cuyo único interés en común era exhalar el humo. Y todo fue así. No hubo grandes visitas, ni caminatas por conocer monumentos. No era necesario. Cada uno guardaba un trozo de Dublín en él, y jugamos a recuperarlo, juntos, intentando crear otro hueco nuevo, para esta visita. Fue divertido, fue tierno y, a veces, dio miedo. Pero fue genial. Ahora, inundada por la nostalgia y la rutina que empieza a rodear mis días, la sonrisa se me escapa entre los labios cada vez que pienso en cruzar el río Liffey, bajo la lluvia, pisando una pequeña placa en el suelo que me recuerda porqué fui allí la primera vez...

miércoles, 16 de junio de 2004

11.45 ¡¡¡Happy Bloomsday!!! (Que conste que lo advertí....) Por fin hoy es 16 de junio de 2004. Y la pregunta escrita en el diario de Joyce, en 1924, tiene una respuesta afirmativa: sí, la gente se acuerda. No sé si al genio le gustaría ver el circo en el que se ha convertido este día, posiblemente no. Pero no cabe duda de que le encantaría que la cerveza corra por las calles de Dublín como si fuera aire. Algo tampoco muy raro, por otra parte. Pero hoy no quiero hablar de Joyce y su libro como lo he hecho otras veces. Hoy me gustaría contar por qué me gusta tanto, por qué es, sin duda, mi libro preferido. Aunque no sé si sabré hacerlo. Hasta los 21 años mi existencia transcurrió sin que James Joyce se acercara a ella ni por asomo. Quizás algún artículo mencionándolo, alguna referencia literaria... Nada que me llamara la atención ni excitara mi curiosidad. Ese año, 1998, empecé la carrera de Periodismo. El primer día de clase tenía una asignatura que se convirtió (estaba cantado) en mi preferida: Literatura Universal Contemporánea. El profesor, un señor mayor entrañable, se acabó convirtiendo en amigo y mentor. En alguien con quien tomar un interesante café en la hora del recreo misal. Pero antes, volvamos a septiembre de 1998. Estábamos en clase y este profesor entró, nos repartió unas hojas y nos pidió que contestáramos a unas preguntas, sólo para conocer el nivel de la clase. Luego, leyó algunas en voz alta, entre ellas la mía. Al terminar, y aunque se supone que eran anónimas pidió que se identificara el autor o autora. Tímidamente levanté la mano. Me pidió mi opinión sobre algunas de las obras que citaba, y me pidió que me quedara al finalizar la clase. Fue nuestra primera conversación sobre literatura, y me dejó un agradable sabor de boca. En la siguiente clase nos dio el programa de la asignatura, y nos lo esplicó paso a paso. Cuando llegó al epígrafe titulado “Introducción al abigarrado mundo de Joyce” sus ojos se encendieron. Empezó a contar un cuento, o eso parecía. junto al programa había una lista de las lecturas obligatorias del curso. El Ulysses estaba entre ellas. Nos aconsejó que empezáramos a leerlo ya, aunque el examen fuera en febrero, y nos contó como su mujer había estado a punto de tirarlo al fuego de la chimenea... Obediente como pocas, aquel día marché a la librería con la lista de libros. Los compré todos, y empecé con Joyce. No pasé de la página 20 aquel día, ni aquella semana. No sé si aquel mes conseguí leer más de 40 páginas, la verdad. Cuando llegaron las vacaciones de Navidad aún no lo había terminado. Cierto que otras lecturas obligatorias luchaban por mi escaso tiempo libre, pero aún así... El caso es que empecé las Navidades con el libro, tuve que volver a empezarlo. Y las terminé con él, esta vez, mediado. Seguí leyendo, y Circe puso conmigo. Lo dejé otra vez, aunque esta vez sabía que por poco tiempo. Para febrero debía estar leído. Y así fue. Cuando llegó la primera lección sobreJoyce yo ya lo había terminado ¡milagro! Y no puedo decir que me hubiera gustado mucho, la verdad. Pero Luis, el profesor, me hizo cambiar de opinión. Eran sus ojos, sus gestos al hablar de la historia. Pero, sobre todo, sus explicaciones. Los miles de pequeños detalles y referencias que a mí se me habían pasado. ¡¡¡Y eso sólo en las dos primeras páginas!!! También las dificultades de Joyce para escribir la novela, con un mapa de Dublín a un lado, copias de los periódicos del día a otros, y las cartas escritas a los amigos preguntando si un hombre normal podría saltar la verja de hierro del número 7 de Eccles Street sin sufrir daños. Sabía que tenía que volver a leer la novela, esta vez con más calma. Pero el examen se acercaba y no había tiempo. La mañana de la prueba la pasé en la cafetería, con otros compañeros, repasando el libro. Sólo otros dos de la clase se lo habían leído, así que ejercimos de profesores repasando y explicando. Y disfruté. En verano volví a coger el Ulysses en mis manos. Y esta vez me atrapó. No cuenta nada, no dice nada. Y sin embargo... El 16 de junio de 1904 fue un día normal, una jornada cualquera para los miles de dublineses que vivían, o eran enterrados entonces. Pero es también la fecha en que uno de ellos, o más bien dos, padecen las penurias de cada día, las humillaciones cotidianas. ríen las gracias que les hacen daño y sueñan con llevar otras vidas. No es una odisea porque se enfrenten a grandes gigantes de un solo ojo, o porque derroten la magia de unos seres marinos fantásticos cuya voz hechiza. Es una odisea porque es el día a día. Los monstruos son casi rutina, pero siguen siendo monstruos a los que vencer antes de que finalice la jornada. Y ellos, Leopold Bloom y Stephen Dedalus lo logran una vez más. Sabiendo que, al día siguiente, la lucha será la misma. Es un canto a la vida, a sobrevivir ante todo y contra todos, que termina con “la palabra más positiva del lenguaje”.

martes, 15 de junio de 2004

13.45 Sentimientos de amistad y amor Quizás porque necesito contar muchas cosas muy distintas hoy he decidido escribir varias entradas. Una más ligera, la anterior, otra más seria, ésta, quizás luego siga con más. Leed las dos con la prevención que implica mi estado hormonal, no vaya a ser que se me vaya la mano con la forma, que el fondo lo tengo muy claro. El sábado fue un buen día, a pesar de todo. Y la noche del viernes también, claro. Puede que yo no tuviera muy buen ánimo, pero las reuniones sociales a las que asistí me permitieron no sólo mejorarlo, sino darme cuenta de algunos errores que aún no había podido subsanar. De algunos fallos que se seguían cometiendo a mi alrededor. Y, sobre todo, de lo que yo sentía por los asistentes. Quizás lo que menos explicación necesite sea lo del viernes. Athe, Hetoo, beor: gracias por estar allí, por hacer de una noche que se anunciaba triste, y llena de recuerdos y remordimientos, algo muy agradable. Pero lo del sábado... eso es muy diferente. Aquella noche el calor y el cariño estaban allí, entre nosotros, de una forma que era casi física, atrapable entre los dedos. Y era tan agradable... Recuerdo que hubo un momento en que os miré a todos y casi lloro de alegría, porque estabais allí, cuando yo más lo necesitaba. Se habló mucho aquella noche de la amistad, del cariño, de los athechuzos... Nada que no se haya hablado otras veces, pero quizás entonces yo estaba más sensible. Pero no, no lo creo. Porque lo sigo pensando hoy, y lo seguiré pensando mañana... Sois todos tan especiales, tan capaces de abriros a los demás, y dejar que los demás entren... A mí, que durante toda mi vida he huido de eso, me provocáis envidia, y ternura. Pocas ganas de haceros daño, y muchas de pegar una paliza a quien ose intentarlo... Sois especiales. Algunos tenéis siempre una palabra amable, otros tenéis la palabra justa en los labios. La mirada de otros pocos es capaz de expresar tanto como algunas caricias inesperadas de unos cuantos. La capacidad de escuchar, de estar ahí aunque no te apetezca. La generosidad, el deseo de pensar siempre lo mejor de todos, sean quienes sean. La capacidad de sorprenderse, la sed de aprender... Aquella noche pude entender por qué os quiero tanto, y por qué me queréis vosotros a mí. Pude gozar de vuestra confianza, metiéndome en conversaciones íntimas y ajenas. Me sentí enrojecer más de una, y más de dos veces. Rapun me habló como hacía mucho que no ocurría. Pero no tenía razón en todo. Me habló de lo que yo había logrado en estos años, del cambio que había sufrido, para bien, de mi salida del hoyo en el que me metí solita. Y lo hizo como si fuera sólo mérito mío. Pero no es así, mi niña. Nada más lejos de la realidad. Cuando ella y yo nos conocimos yo era, ciertamente, otra persona. Mucho más asustada, mucho más metida en unos muros que no pensaba derribar jamás. Y lo hice. No sé qué mecanismo se puso en marcha dentro de mí, pero sí sé cuál fue el detonante. Y cuál ha seguido siendo el combustible que me ha hecho seguir por ese camino. Habéis sido vosotros, chicos. Poco a poco, como ocurren estas cosas. Me enseñasteis que no debía tener miedo a sentir con intensidad, a reír con fuerza y a levantarme por las mañanas con una sonrisa. Aprendí que, si se elegía bien el quién no importaba que me abriera, que otros miraran en mi interior. Que vosotros no os ibais a asustar, y que si alguien lo hacía, no merecía la pena que me preocupara por ello. El sábado fui consciente de que os gusto así, como soy ahora. Y de que a mí también me gusta. Descubrí que os preocupáis por mí, aunque no siempre se encuentre el mejor camino para demostrarlo. Que incluso están pendientes de mí gente que no hubiera pensado. Y desde aquella noche sólo tengo un deseo, no decepcionar. Ni a vosotros ni a mí. Porque ha costado mucho derribar los muros. Nos ha costado mucho a todos, y no merece la pena volver a levantarlos. En eso reside la amistad. Hay, además, otra cosa que sé desde el sábado. Me lo dijo Kilmenir, un buen hombro del que empiezo a pensar que he abusado un poco. La idea la tenía, no sabía cómo hacerlo, y él me ayudó a encontrar el camino. Hay algo que debí decir hace ya mucho tiempo, cuando supe que era así, que no cambiaba con el tiempo. Cuando fui lo suficientemente valiente para reconocérmelo a mí misma, y debí reconocerlo ante los demás. Ante alguien en especial. Ante ti, Athair. Porque aunque se terminó en febrero de hace un año, y atravesamos malos momentos, hubo cosas que, afortunadamente, nunca cambiaron. Porque sus posts me llenaban de ternura y esperanza: por seguir adelante cada día y porque, quién sabe, quizás alguno, el más simple, iba por mí. Durante un año casi no me atreví a mirarte a los ojos. Era tanto el dolor... en los tuyos y en los míos... Y ese fue el error, no mirarte, y no mirarme. No pedir un cambio de butaca en un estreno; devolver una entrada deseada, no por el espectáculo, sino por la compañía; no aceptar un café que sabía dulce y no amargo. Cerrar puertas, poner candados a las ventanas, tapiar con hormigón los resquicios. El día que salí del agujero negro en el que había convertido mi vida, supe que debía decírtelo. Fue tan dulce tu comentario... Y seguí parada. Intentando derribar unas barreras que, como el tiempo demostró, sólo podía derribar tu mirada. Sólo una pregunta, un proyecto largamente acariciado que pronto se hará realidad. Deseaba tanto que aquella noche aparecieras por nuestro refugio que rompí las reglas y te pregunté. Esa noche o nunca, pensaba. tenía la excusa perfecta para pedir una segunda oportunidad, e intuir tu respuesta. Y si decías no... bueno, si decías no, sabía que tendría que olvidarte. Pero no lo hiciste. No sé si supiste ver en mí lo que aún no te había dicho, o la curiosidad fue más fuerte que tus prevenciones. De eso hace dos meses. Las cosas han cambiado, a mejor. Tú no eres el mismo, y yo tampoco. Pero eso no es malo, en absoluto es malo. Ha habido síes y noes en este tiempo. Unos esperados, otros igual menos, pero no importa. Hay tiempo. Sigues poniendo un nudo en mi estómago. Sigo descubriéndome sonriendo a solas, sólo por recordar tu voz.
13.20 La madre que me parió... Sí, mi querida progenitora es una mujer encantadora, divertida, y con más marcha en el cuerpo que una lagartija. Pero es agotadora, ciertamente agotadora. Ayer había quedado con ella para ir a mirar (o comprar) los muebles para la nueva casa. Era la segunda jornada de compras y a mí empezaba a preocuparme el tema, porque quitando una mesa de comedor, no tenía nada de nada. Aunque, eso sí, tenía unas cuantas ideas en la cabeza: una mesa de hierro forjado, muchas estanterías, una cama grande y un juego de sofás (2+3 plazas), preferiblemente en azul marino. EL día empezó bien, visitando tiendas, encontrando una buena cama a un buen precio (Cassandra ahora entiendo los 1.500 euros) y compartiendo reflexiones, preocupaciones y temores. Y animándonos mútuamente, aunque ella lo necesitaba más. Luego, comida en casa y salir corriendo a unos grandes almacenes para aprovechar un “especial” descuento. Que ya tiene que ser especial, sí... Allí el cansancio empezó a hacer mella, y los precios de los sofás rondaban mi cabeza empeñados en que olvidara la cifra de mi presupuesto en favor de una algo más alta. Y vuelta a Ikea y Conforama. No en ese orden, todo hay que decirlo. En Ikea la desesperación llegó al punto de que empezamos a reírnos entre las secciones de estanterías y comedores como dos locas. Siempre por tonterías, y por lo que me “iba a ahorrar”. Y en la cafetería, cambio de planes en la decoración de mi casa. No es que me importe mucho, al fin y al cabo la nueva idea me gusta, y la necesidad obliga. ¡¡¡¡Pero yo quería un sofá oscuro!!!! En fin, que al final será en color crudo y no de Ikea... Creo que con mi casa no os equivocaréis al despertar. De vuelta a casa, muy muy cansada, los planes para la mudanza. Quién, cuándo y cómo... Todo me da vueltas y no sé muy bien cómo nos vamos a apañar, pero cuento con vosotros, y espero tener nevera para entonces y poder hacer fiesta mientras yo coloque libros. Eso sí, necesito que levantéis la patita para completar planes. La fecha, sábado 10 y domingo 11 de julio.

viernes, 11 de junio de 2004

14.10 Exigencias Algunas veces he reconocido, aquí y en persona (en círculos más reducidos), que en ocasiones me paso de auto exigente. Quizás, sólo quizás, parte del sentimiento incontrolable de vergüenza que puede llegar a invadirme se deba a esto. No lo sé. Pero sí sé que el tema del ser demasiado exigente conmigo sigue siendo un problema. Alguien me dijo ayer que, lo que ocurría era que no era lo suficientemente buena y generosa conmigo. Supongo que quería decir lo mismo, y tenía razón. Pero me cuesta un poco cambiar ciertos chips... La autoexigencia tiene su lado bueno y su lado malo, como todo. Lo bueno es que tiendo a esforzarme más por las cosas, en un intento de no fracasar. Lo malo es que me enfado conmigo con más frecuencia de la que es admisible. Me molesta profundamente no hacer las cosas bien, meter la pata (con la gente o con las cosas), cometer fallos tontos (estos los llevo fatal, desde luego). Pero hay algo que me saca mucho más de quicio que todo lo anterior. Quizás porque considero que es una mezcla de todo ello: me odio cuando hago esas cosas de forma consciente. No soporto saber que no tengo que hacer algo, que tengo que callarme ciertas cosas (por buenas razones) y al final lo acabo soltando. Lo peor es que las razones para hacerlo nunca son ni la mitad de buenas de las que tengo para callarme. Y entonces, según lo estoy haciendo, me abofetearía para ver si así, de una vez, aprendo de mis propios errores. El resultado es que me enfado conmigo misma, y que lo pago con los que me rodean, generalmente con aquellos con los que he metido la pata. Me siento tan avergonzada de haber fallado en mi intento, que no puedo mirarles a la cara. Me escondería debajo de una manta (una sábana en verano) y no saldría hasta que se nos hubiera olvidado a todos. Pero, sobre todo, no quiero ver a esas personas hasta que yo no sea capaz de pensar que, en el fondo, no ha sido tan grave. Esta reacción es algo que me ocurre desde siempre, y que me acompaña donde voy. Hoy día sigo siendo capaz de sentirme fatal, y muy cabreada, por algo que solté hace años. Lo sé, tengo que cambiarlo, pero me está resultando más difícil que, por ejemplo, ser algo más accesible y más abierta. Aún así, conservo la esperanza de poder hacerlo. Por otro lado, las buenas noticias: mañana me reencontraré con Harry&Co., y luego, me espera una tarde-noche de abrir cajas y sonrisa. Lo otro, que es casi definitivo, si firmo la compra de la casa (toquemos madera) me compraré, o adoptaré, un gato. Preferiblemente negro/gris, cuyo nombre ya tengo elegido. Se admiten apuestas (Shelob y Athair no, que ya lo saben).

miércoles, 9 de junio de 2004

19.20 Mi odisea Esta semana está siendo algo complicada, aunque en el terreno personal quizás a partir de mañana se calme un poco (empiezo a parecerme a Annie). El primer lío ha venido por la nueva casa y la hipoteca, que ya tengo concedida. Ahora sólo queda firmar, comprar las cosas y mudarme. Todo parece muy sencillo ¿no? Pues no. Mis padres tienen numerosos viajes de trabajo a partir del día 16 de junio (gran fecha, por otro lado). Y claro, siendo como son mis avalistas, tienen que estar presentes en la firma. Total, que se puede retrasar hasta principios de julio. Y luego queda la compra (quería aprovechar las rebajas, lo que me obliga a esperar hasta julio para hacerme con los elementos decorativos) y la mudanza. En el trabajo me dan 3 días, pero a partir de la segunda quincena no puedo cogérmelos... Y aún no sé qué muebles quiero, ni por asomo (bueno, quizás hay una mesa que sí...) En fin, que me bailan fechas posibles... Luego está el segundo jaleo semanal, la odisea real: escribir el artículo sobre Joyce. Lo hice ayer, pero quedé realmente descontenta con el resultado. Además, en el trabajo no dejaron de calentarme la cabeza con él, y casi acabo matando a mi jefe, que no se fiaba de mí (en cosas tan tontas como si el Ulises tiene 7 capítulos, o 18). Al llegar a casa intenté olvidar el tema, pero estaba claro que me perseguía, y no podía dormir. Para terminar de arreglarlo no encontraba mi mapa de Dublín, y, lo que era peor, la cita con la que empezaba el reportaje. Y eso sí que no. Acabé casi con un ataque de nervios. Gracias a Athair y a unas pastillitas rosas y blancas, logré dominarme un poco. Aunque descansar, no mucho. Al final he decidido reescribir el texto de nuevo y suprimir la cita. Y sí, he encontrado el mapa de Dublín, aunque para el trabajo he tenido que hacer uno nuevo. La parte buena de toda esta odisea, porque sí, también lo hay, es que he releído a Joyce (algunos trozos, claro) y eso siempre es genial. Aunque esta vez no he podido disfrutarlo como me gusta. También he releído a quienes han escrito sobre él y su obra, de lo que siempre se aprende, y he logrado engrosar mi colección sobre el tema con dos nuevos colúmenes: Mi hermano James Joyce, de Stanislaus Joyce y la edición de Ulises de Planeta, con traducción de Salas Subirats (la primera publicada en España). Por último, y quizás más importante, he cumplido un deseo, y, al tiempo, me he enfrentado a un ogro personal: escribir sobre Joyce. Puede que no sea el mejor artículo de mi vida, o de la del Ulises, pero tampoco está tan mal. Además, siempre hay una primera vez y las cosas mejoran con la práctica... Y para celebrar tan encomiable optimismo, me voy a regalar un cd. ¡Ah! y el sábado disfrutaré por partida doble: por la mañana, sesión de Harry Potter y el Prisionero de Azkaban, por la tarde, teatro con La noche de Molly Bloom (si alguien quiere venir, está a tiempo). Por cierto, tengo muchas ganas de volver a respirar el aire contaminado de Dublín, menos mal que ya sólo quedan 9 días... P.S. Aviso a navegantes: el próximo día 16, si no queréis veros intoxicados por un exceso de Joyce, mejor no leais mi blog ;)

jueves, 3 de junio de 2004

14.00 De miedos y conocimientos Dado los comentarios a mi último post, en especial a una parte de él, he creído necesario escribir esta entrada. Más que nada para aclarar conceptos y actitudes ante algunas cosas, en particular, ante los miedos. Me confieso miedosa, sí. Pero no cobarde. Creo que todo el mundo tiene miedos en su vida: a no encajar, a no encontrar el amor, a la muerte, a los exámenes, a la opinión de los demás... Luego depende de cada uno el afrontarlos de la mejor forma posible. Posiblemente la mayoría de las veces no acierte en la forma de enfrentarme a ellos, posiblemente equivoque el camino más de lo que me gustaría. Quizás porque me paralizan más de lo normal, o porque aplico fórmulas que otras veces han funcionado y que, esta vez, no son las adecuadas. Pero lo sigo intentando. Sigo caminando. Sólo ha habido un par de veces en mi vida en que el miedo me ha podido, al menos durante un espacio de tiempo demasiado grande. A saber: – Con 19 años sufrí la pérdida de uno de mis mejores amigos, Jaime. Un chico encantador, con el que ahora sé que no tenía nada en común, pero del que entonces estaba enamorada. Fue una noche, después de una fiesta en mi casa, en un accidente de coche. Durante 6 meses fui incapaz de coger un coche. Subirme a ellos me costaba horrores, y permanecer en su interior era un infierno. Así que no lo hacía. Cada vez que alguien me pedía que condujera, normalmente mis padres, me negaba en redondo, llegando incluso a las lágrimas. Fueron ellos, junto a la psicóloga que entonces me trataba, los que encontraron la solución. Cara, pero efectiva. Ese año, mi regalo de cumpleaños fue un coche. Sabían que tendría que usarlo, la vergüenza porque se hubieran gastado esa pasta inútilmente fue más fuerte que mi miedo. – A los 20 años, poco después del primer miedo, llegó el segundo. Me mudé a Córdoba, cambié de ambiente y conocí a R. Todo iba bien entre nosotros. Incluso abandoné la residencia para mudarme a su piso... Hasta que dejó de entender el significado del “no”. Me costó, pero le dejé. Y entonces llegó el siguiente miedo... “¿y si todos eran iguales?”. Dejé de confiar en la gente, no quería salir con nadie, no quería volver a acercarme a nadie en mi vida... pero claro, pasó. Y aquí el segundo y el tercer miedo se mezclan. A. supo hacerse conmigo. Me escuchó y me comprendió, o eso creí yo. Tres años después no estaba tan segura. No hacía más que criticarme, a mí y a lo que hacía. Las amenazas veladas surtían efecto, y estaba dispuesta a cualquier cosa para que no me dejara. Hacía todo lo que me pedía, y cambiaba (o lo intentaba) todo aquello de mí que no le gustaba (que, seamos sinceros, parecía ser todo). Tres años. Tres largos años parada por completo, con el terror de salir al mundo, conocer gente... y que volvieran a hacerme daño. Hasta que reaccioné, aún no sé por qué, y le dejé. Plantado y con los papeles del juzgado casi a punto. Luego llegó P. y una época de soledad que ha durado casi 2 años, y que me ha venido genial para estar más a gusto conmigo, y más feliz con lo que soy. Y ya no tengo miedo a las personas. Esa es la historia de mis grandes miedos. Los que me han parado. El resto, poco a poco, los voy capeando. De los que hablaba en el último post son tonterías comparados con esos tres. Y no van a hacer que deje de hacer cosas, ni de coña. Sí, tengo miedo a la hipoteca, pero me he metido de cabeza en ella. Sí, a veces siento el temor de que no funcione tampoco esta vez con Athair, pero todos deberíais saber que no voy a dejar de intentarlo, porque si me quedo parada, seguro que no sale. Tengo miedo de no volver a ser redactora, pero eso no me va impedir intentar ser la mejor editora de la revista. Así que no os preocupéis, que sigo en la brecha. Por mucho tiempo. Y me echen lo que me echen. Además, voy aprendiendo a pedir ayuda... Como alguien me dijo alguna vez “el miedo no te domina, tú puedes al miedo”. Y ahora los conocimientos, o el pique que me ha entrado con las preguntas del blog de Cassandra, así que ahí van: 1. ¿Quién eres tú? 2. ¿Somos amigos? 3. ¿Cómo y cuándo nos conocimos? 4. ¿Estás/has estado enamorad@ de mí? 5. ¿Me besarías? 6. Descríbeme en una palabra. 7. ¿Cuál fue tu primera impresión de mí? 8. ¿Sigues pensando eso de mí? 9. ¿Qué te recuerda a mí? 10. Si me pudieses regalar algo... ¿Qué sería? 11. ¿Cómo de bien me conoces? 12. ¿Cuándo ha sido la última vez que nos hemos visto? 13. ¿Alguna vez me has querido decir algo pero no has podido? 14. ¿Vas a poner esto en tu blog para ver lo que digo de ti?

martes, 1 de junio de 2004

16.20 Vaya, vaya, vaya... Que sí, que lo sé, que llevo mucho tiempo sin pasar por aquí... Pero es que no me apetecía nada escribir las cosas que me han pasado. Algunas por cabreo, otras por disgusto y, las más, por miedo. Pero ya va siendo hora ¿no? – Trabajo: Pues sí, firmé un contrato por año y medio. Pero no, no volveréis a leer algo mío en algún tiempo (con las honrosas excepciones de las reseñas de teatro y un reportaje sobre Joyce). ¿La razón? Que ahora soy redactora de edición. Y no, no es un ascenso. A partir de ahora, y como mínimo hasta final de verano, limitaré mi trabajo a corregir lo que otros escriban. – Piratas: lo pasé bien, muy bien, de hecho. Solo unos pequeños borrones empeñaron el buen rollo, pero se alejan en el cielo. Ser chica de Berta tiene sus ventajas, aunque ponerme el corpiño me costó vaso y medio de grog a eso de las 11 de la mañana... He visto las fotos. Ausente en casi todas (suspiro de alivio). Algunas divertidas, otras menos, que parecen más serias. – Casa. Sí, habéis leído bien. Casa. La casa de Tindriel. Un poco alejada del centro urbano pero no importa. Por fin tendré un lugar que llamar casa. Un lugar grande donde poder meter todos mis libros. Donde cocinar bizcochos, o lubinas a la espalda, y donde celebrar verdaderos tindrichuzos sin tener que pedir prestado un lugar adecuado. – Estado de ánimo: variable. Con altibajos. Y miedos. Muchos miedos. A perder la tranquilidad, a romper la baraja, a la hipoteca que se avecina, a perder lo que tengo, a no ser aceptada, a causar daño, a meter la pata.... Pero sigo caminando.