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jueves, 30 de diciembre de 2004

Espíritu navideño y otras cuestiones

Hace muchos, muchos años cada Navidad yo sentía un cosquilleo en e estómago. Cada Navidad, subía a la buhardilla de mis padres y sacaba una gran caja de cartón blanco de armario. Con mucho cuidado, y mucha ilusión, colocaba cada adorno en el árbol, cada figura en el belén. Mis padres me dejaban hacer, sin mucha ilusión. Con el paso del tiempo perdí interés. Cada vez sacaba más tarde la caja. Cada vez ponía menos dedicación. Hasta que dejé de hacerlo. Pero las Navidades seguían teniendo sentido, seguían siendo una fecha importante en mi vida. Me encantaba la idea de reunir a toda la familia, de ver las caras de mis padres y mi hermano al abrir el regalo que con tanto mimo había elegido. Me gustaba saber que estaba rodeada por aquellos a los que quería, y que me querían. Aquellos con los que tenía una relación especial. Pero eso también lo fui perdiendo. Cuando me hice mayor dejé de disfrutar de las cenas familiares, quizás porque me peleé con mi prima y aún era demasiado pequeña para que la diferencia de edad con el resto de mis primos no se notara. Dejé de disfrutar de los regalos, porque siempre eran comprados meses antes. Y siempre se sabía qué te iba a regalar quién, y qué ibas a regalar tú. Se perdió el elemento sorpresa. Y dejé de estar rodeada de esa gente especial, porque mis amigas y yo crecimos en direcciones opuestas, y cada vez era menos lo que compartía con ellas, sin que nadie las sustituyera. Y mis parejas... bueno, a esos mejor dejarles aparte. Sólo decir que no ayudaron a que la Navidad fuera mágica. Durante años veía acercarse estas fechas y no me gustaban. Sólo quería que pasaran rápido, porque no tenían nada de especial para mí, y me costaba fingir lo contrario. Pero este año es distinto. Muy distinto. Claro que sigue sin gustarme ir de compras cada día y pelearme con las miles de personas que han tenido la misma idea que yo. Pero este año han regresado las sorpresas. Y los regalos inesperados. Y este año también ha regresado la alegría a las comidas familiares, al menos a las que he ido por ahora. Quizás porque verlas a través de otros ojos ayude a apreciar lo que tienen de bueno. Incluso he cantado villancicos y he tocado la pandereta. Y no he querido irme a los 5 minutos de terminar el postre, a pesar de haber discutido con mi madre, quería quedarme, prolongar las risas, disfrutar de la compañía, hacer de esa noche algo distinto a lo que llevaba siendo demasiado tiempo. Y, por supuesto, este año (desde hace 3) tengo a mi alrededor a gente muy especial con la que compartir estos días. Y te tengo a ti, que me has devuelto la ilusión por estos días. Que has sido mi espíritu de las Navidades pasadas, presentes y futuras.

miércoles, 22 de diciembre de 2004

Nota de prensa

J. K. Rowling anunció ayer que la sexta entrega de la serie de Harry Potter, titulada Harry Potter and the Half-Blood Prince, se publicará en inglés el 16 de julio de 2005 en el Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. Tanto la traducción del título como la fecha de publicación de la edición en castellano se decidirán cuando se conozca el contenido y la extensión de la obra.

jueves, 16 de diciembre de 2004

Lo que quieres hacer, lo que debes hacer y términos intermedios

Sí, por supuesto, esta entrada está muy motivada por las sucesivas y sesudas reflexiones de Rapunzell. Pero también por algo que me he encontrado hoy en el correo electrónico y una conversación que sobre ello he mantenido con Athair. Y como resultado llevo un buen rato preguntándome qué quiero hacer, qué creo que debo hacer y cómo me sentiré haciendo una u otra cosa. El caso es que un conocido (firme candidato a que le caiga un piano en la cabeza según unos cuantos) me ha enviado un mail en el que me pide ayuda. Y la cuestión por la que lo hace es lo suficientemente grave, a mi entender, como para que me lo plantee. No sólo por él, sino por el resto de personas implicadas. No, seamos sinceros, mucho no me apetece. Una parte de mí me dice que lo que realmente quiero (y debo) hacer es mandarle a la mierda, pasar de él y de sus problemas. Dejar que se apañe solo. Pero otra parte de mí teme esa opción. Porque le conozco y sé cuánto daño es capaz de infligir. Y no quiero que vuelva a pasar, en la medida en que pueda evitarlo. Sí, ya sé. Posiblemente no pueda hacer nada de nada; pero quedarme quieta y mirar para otro lado no va conmigo. Si las cosas no salieran bien acabaría pensando si pude haber hecho más, y reprochándome que no lo hiciera. Así pues tengo motivos que me impulsan a actuar de modos distintos... ¿qué hacer? Es obvio, ¿no? Elegir la opción que a mí me deje más tranquila. La que me permita mirarme al espejo y decirme que he hecho lo correcto. Y no, ni soy ingenua ni soy buena en exceso. No lo hago por él. Lo hago por mí. Y por aquellos a quienes no conozco, pero a los que no les deseo ningún mal. No es que quiera ser una buena persona. Es que un día me prometí que nunca más, y que si alguna vez podía evitar que otros lo sufrieran, haría lo que estuviera en mi mano. Y puede que me cueste un poco hacerlo. Puede que no todos lo entiendan. Pero no me voy a quedar quieta. No puedo hacerlo. Me lo prometí a mí misma.

miércoles, 15 de diciembre de 2004

Estoy...

Cansada, con fiebre, con los ojos llorosos, la garganta hecha polvo, la cabeza a punto de estallar... y en el trabajo. Si es que soy tonta.
08.44 Vamos a peor y malos humos Hoy he podido dormir menos aún que ayer o que el domingo. Primero, porque las cosas se han adelantado. Mi gato ha empezado a maullar a las 5.39, y los despertadores vecinales han empezado a sonar a las 6.30. Genial. Pero es que además hay que sumar dos nuevos y atronadores ruidos: los golpes que mi vecino de arriba se ha dedicado a dar a todas sus paredes para pedir silencio (por el gato, los despertadores...) y, lo que es aún mejor, el martillo hidráulico, o lo que coño sea, que está destripando mis calles y que, encima de no dejarme aparcar ni medianamente cerca de casa, ahora tampoco me va a dejar dormir más allá de las 8 de la mañana. Pero por si eso fuera poco, estoy mala. He pillado un buen constipado, o gripe o lo que sea. Me duele la cabeza horrores, no hago más que moquear, me duelen todos los huesos y músculos de mi cuerpo, tengo la garganta hecha pure y la temperatura corporal cercana a 38,5º. Así que me debato entre quedarme en casa a curarme con el martillo hidráulico o ir al trabajo, donde mi estado físico no mejorará. Y eso me preocupa, porque mañana y pasado tenemos cierre, y más vale que esté al 100% (o lo mejor posible). Sin contar con la quedada athechuzil del jueves. Lo único bueno de todo esto es que mis ganas de fumar son nulas. Y dado que llevo 4 días (este es el 5º) sin probar el tabaco, me puede venir bien para pasar los primeros días de abstinencia (ja ja ja). En fin, quiero que esta sea la definitiva, y no volver a probar un cigarro jamás, así que para lograrlo pido la colaboración de todos. Vamos, que no me ofrezcáis mucho y que tengáis algo de paciencia.

martes, 14 de diciembre de 2004

12.18 De la vigésima razón para odiar mi piso y otras historias recientes Pues sí, existe una poderosa razón para que yo odie mi piso: los vecinos, o la mala insonorización de las paredes de la casa. Algunos ya sabéis de lo que hablo, pues habéis tenido el gusto de escuchar los cantos folclóricos del vecino de al lado, o los llantos y gritos de los de arriba (pobre Athair y el susto que se llevó a las 5 de la mañana, después de jugar al Silent Hill 4). Pero es que en los dos últimos días la cosa ha degenerado tanto que casi no puedo dormir. Yo intento acostarme pronto, pero hasta las 2 no hay forma de dormirse, siempre hay algún vecino cabrón montando el número. Luego, sobre las 5 de la mañana, la niña del piso de arriba rompe a llorar (¿hambre, pesadillas, ganas de joder?) y su madre rompe gritar (valiente forma de consolarla). Así estamos hasta las 5.30, más o menos, en que puedo volver a dormir. Hasta, exactamente, las 7.41. ¿Por qué? Pues porque algún vecino pone el despertador a esa hora, a toda leche, tan alto, que me despierta. Suena como un móvil, aunque hoy ya he podido distinguir dos sonidos diferentes, uno de los cuales se ha apagado a las 7.50, el otro no. Conclusión: son dos despertadores, y sólo apaga uno. El muy cabrón. Porque a las 8.00, mi gato empieza a maullar para que lo saque de la cocina. Normalmente le abro la puerta y vuelvo a la cama, sin más problema. Pero hoy estaba pesado, y se ha quedado ante la puerta de mi cuarto, maullando. Así que a las 8.25, más o menos, entre el despertador de uno y el gato, me he tenido que levantar. Aunque ya estaba despierta, más o menos, desde mucho antes. Así pues, hoy no quiero mucho ni a mis vecinos, ni a mi casa, ni a mi gato. Y ya he vuelto al trabajo, donde todo sigue igual. Lo cual es muy triste. Aunque aún me dura la alegría de haber descubierto la magia de Cirque du Soleil y la de haber compartido, durante 11 días en total, mi cama y mi casa con la persona de la que estoy enamorada.

viernes, 3 de diciembre de 2004

14.33 De por qué los Reyes Magos este año no pasan por casa, y demás sacamuelas Ayer no fue un gran día, o sí, porque acabé riéndome de todo. Lo que sí me dejó claro es que Murphy existe, y hay días en que es mejor no levantarse de la cama. O algo. Todo empezó de buena mañana, tras recoger a mi madre en su casa. Dejamos allí mi coche y cogimos el suyo para que le hincharan las ruedas y yo pudiera usarlo mientras esperábamos que al mío le dieran cita en un taller (le tocaba la revisión de los 90.000 kilómetros). Pero, sorpresa, el tipo del taller nos dijo que debíamos pensar en cambiar las ruedas trasera, así que los planes se cambiaban una vez más y todo debía esperar una semanita. Pensando en cómo apañarnos, nos dirigimos al dentista, que debía sacarme una muela del juicio. En su honor debo decir que dolor no sentí nada, pero es de las cosas más desagradables que he oído nunca. Porque sí, lo oyes todo. Con la boca medio anestesiada, y apretando fuerte un algodón en la encía para no sangrar, pusimos rumbo a la casa paterna. Allí, algo de trabajo: corregir un artículo de mi madre y poner en orden su ordenador (misión imposible que ha acabado con el ordenador en otro taller, ya que no salía de una hermosa pantallita azul que te ordenaba reiniciar el ordenador, mientras mi madre gritaba que lo iba a tirar por la ventana y así acababa con sus problemas. Con los del ordenador, se entiende). A las siete y media, con la boca bastante hecha polvo pero aguantando el tirón, me fui a buscar a Athair al trabajo. En principio íbamos a cenar juntos, pero los planes habían cambiado, y menos mal. Tomamos algo en un local cercano a su trabajo, y en marcha hacia su casa. Todo iba bien, más o menos, hasta que Athair preguntó qué sonaba en el coche. Y, cinco minutos después, mi cara se volvió blanca al tiempo que exclamaba: “Creo que se ha roto el embrague del coche”. Y sí, se había roto. Durante lo que no debió llegar a los 2 kilómetros, pero que a mí se me asemejaba al recorrido del París-Dakar, fuimos en segunda, sin poder cambiar de marcha y con un ruido de carracas que tiraba para atrás. Intentamos no frenar, pero esa es otra misión imposible cuando circulas por esta ciudad a las nueve de la noche. Se nos caló el coche, arranqué y, en el segundo semáforo, volvió a calarse para no encenderse de nuevo. Gracias a Athair y a un anónimo ciudadano, logramos tres cosas: la primera, que la palanca de marchas volviera a la posición de punto muerto (de la que no ha salido), que el coche arrancara y que el coche dejara de estorbar al poder moverlo del carril izquierdo a la segunda fila del carril derecho. Luego, llamada al RACE, explicaciones a mi padre para que pudiera venir a buscarme y esperar. Cuando llegó la grúa, y mi padre, rumbo a su pueblecito, a un taller donde abandonar mi coche hasta esta mañana. En casa de mis padres nos dio por reírnos de lo mucho que este año estoy amortizando la cuota anual del RACE. Bueno, de eso, y de la pretendida agudeza visual de mi madre, que intentaba convencernos de lo bien que veía de lejos después de leer “Ferture” donde ponía “Feature”. Esta mañana he ido al taller, a explicar qué le pasaba a mi coche. Y el diagnóstico ha sido el mismo que dio el del RACE: rotura del collarín del embrague. Una jodienda. Y más porque el tipo me ha explicado que igual hay que cambiar todas las piezas de este maravilloso sistema, por lo que el presupuesto inicial para la reparación (360 euros) se puede ir a tomar viento en breve. Bueno, o no tan en breve, que hasta la semana que viene (jueves) no empiezan a ocuparse de mi coche (los mecánicos también tienen derecho a puente, como me ha recalcado el señor mientras me miraba con cara de “a quién se le ocurre...”). y bueno, ya que estábamos allí, les he pedido que me hagan la revisión del coche, a lo que el tipo en cuestión ha contestado que genial, que la semana que viene (otra vez me ha recordado su derecho a disfrutar de las fiestas nacionales) y que entonces el presupuesto no era válido. En fin, que mi paga extra de Navidad se va a ir directa al bolsillo del señor mecánico, para que se la gaste bien en sus merecidas vacaciones. Consecuencia directa: este año no hay Reyes en la casa de Tindriel, pero os quiero igual (bueno, si os empeñáis os haré un dibujito en un folio, como les hacía a mis padres de pequeña). Y después de semejante panorama, he saltado a otro igual de desolador: 200 euros (más o menos) por cambiar las ruedas traseras del coche de mi madre. Y hora y media esperando en un bar de mala muerte (tomando más café del que mi delicado estómago soporta) porque fuera hacía un frío de mil demonios. Todo unido a una cierta preocupación por los destrozos que podría haber causado Ulysses tras más de 24 horas solo en casa (al final no ha roto nada, sólo estaba hambriento y mimoso). Así pues, el de ayer fue un día de roturas y gastos: el dentista, la noticia de las ruedas del coche de mi madre, el ordenador familiar, el embrague de mi coche y, por lo que mi madre casi se echa a llorar, la finalización de la paletilla de jamón serrano que tenían mis padres (a lo que se unió la noticia de que este año, en el trabajo de mi padre, no habría cesta de Navidad). Un desastre. Aunque con cosas buenas, claro. Las risas, que no faltaron. El nuevo DVD de mi colección: Harry Potter & the Prisoner of Azkaban, que me regalé tras lo de la muela. Los mimos de Ulysses al verme, y, sobre todo, los abrazos de Athair mientras yo me desesperaba. Una última cosa: pasadlo muy bien este puente, disfrutad de las vacaciones y no dudéis de que os echaré de menos. Besos mil.