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miércoles, 8 de junio de 2005

Retazos (rehecho)

-Me encantan los carteles luminosos de la M-30. En serio, son de un optimista... En vez de decirte que el atasco dura exactamente hasta el punto kilométrico al que vas, te lo dicen poco a poco. Vamos, de cartel en cartel. Así te desesperas menos... O eso es lo que creen. -Mi revista está llena de inútiles. Ayer pude leer el, posiblemente, peor reportaje imaginable sobre el Bloomsday. Y casi no me dejaron cambiar nada, sólo los nombres que estaban mal escritos. Los datos erróneos, se quedaron como estaban por orden directa de mis superiores... -Me he dado cuenta de que he cambiado mis hábitos televisivos con los años. Antes veía mucho más deporte, y me encantaba. Hoy me he dado cuenta de que una parte de mí lo echa de menos. Bueno, verlo y practicarlo. Atrás quedaron aquellos buenos tiempos en que podía tirarme 4 horas viendo un buen partido de Volley. O 2 jugándolo. O toda la mañana esquiando. O... Malditas rodillas. -Escribiendo el post anterior y leyendo lo que dicen Imperator y Rapunzell sobre tener un conejo como mascota, me he acordado de Tomás, que como todos habréis adivinado, era (o es) un conejo. Yo vivía en Córdoba por aquel entonces, a caballo entre una residencia universitaria y la casa de mi novio. Un día, paseando de vuelta de la Facultad, pasé por una carnicería. Quizás fue el movimiento lo que me llamó la atención, no me acuerdo. Pero de pronto me encontré mirando una jaula en la que había un conejo marrón. Sobre la caja, un cartel: “Conejo despiezado: 1.000 pesetas”. No lo pude resistir. Miré cuánto dinero llevaba en el bolsillo y me metí en la tienda. -Quiero el conejo. -Claro que sí, señorita. ¿Lo quiere entero o se lo despiezo? -Lo quiero entero y vivo. -Pero ¿cómo se lo va a llevar así? Déjeme que al menos le rompa el cuello... -No. Lo quiero vivo. No es para cocinar. Y le tendí el dinero. El carnicero, asombrado, sacó al conejo de la jaula, salió de detrás del mostrador y me lo entregó: -¿Estudiante de Veterinaria? Apuesto que sí. -Exactamente. Y a este conejo no se lo come nadie... Tomás, a quien creo recordar que le puso el nombre mi compañera de cuarto C (quien tenía una tortuga suicida), vivió en Córdoba hasta mi vuelta a Madrid. Y pasó un verano en casa de mis padres. Luego, en septiembre, mi madre decidió que lo mejor que podíamos hacer era soltarlo en El Pardo. Y lo soltó. Quisiera creer que sobrevivió, aunque lo dudo. -Añadido a raíz de los comentarios. Gaspar fue el segundo gato que tuve en mi vida. Era blanco como la nieve, y muy cariñoso. Llegó a mi vida una noche de agosto. No había cumplido los dos meses y, desde luego, el aspecto que presentaba dejaba mucho que desear. Lo acababan de atropellar cerca de mi casa, así que paré el coche, abrí el maletero, saqué el botiquín y me acerqué. Estaba muy asustado, pero el dolor que debía sentir pudo a sus ganas de darme un zarpazo. Le examiné superficialmente, limpié sus heridas con betadine, le envolví en una toalla y le subí al coche. Aquella noche llegué muy tarde a casa, y oliendo a medicinas. Pero sabiendo que Gaspar se pondría bien. Dos días después pagué la cuenta del veterinario y me lo llevé a casa. Vivimos juntos un mes y pico. Al principio recelaba, luego cogió confianza. Incluso con mi perro, Stanley. Pero me fui a Córdoba y mi madre decidió que no cargaba con otro animal, así que se lo regaló a una amiga suya de Toledo. Ahí sigue, siendo el rey de la casa. Feliz, gordo y cariñoso. Cuando volví de Córdoba, en venganza, me traje a Tomás y a dos hamsters (Rasca y Pica) que una compañera de Facultad no podía tener: le daban alergia. La historia de Tomás ya la sabéis. Los hamsters murieron de viejos... -Me han mandado un cd con material de Batman Begins. Tiene muy buena pinta...