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martes, 20 de septiembre de 2005

La gente es gilipollas. Culebrones (Retazos)

-Hoy he vuelto en transporte público a casa. Es algo que hago con cierta frecuencia últimamente, ya que así ahorro gasolina y Athair puede disponer de mi coche libremente, que en ocasiones necesita más que yo. En dos de los tres trayectos que hago he encontrado dignos ejemplos de estupidez supina asociada al llamado homo sapiens. Primero ha sido en el autobús. Como decenas de personas que viejaban en él me he bajado en la estación de Atocha. La cantidad de pasajeros que querían descender hacía muy difícil el avanzar, así que, antes de llegar, me he levantado de mi asiento y con una voz dulce, pero algo cascada por el trancazo que tengo, he preguntado a la señora de delante si iba a bajar también. Su respuesta, a medio camino entre la cólera y el pensamiento "la juventud son una panda de desgraciados maleducados" ha sido que sí, que claro. He puesto mi mejor cara y me he resignado a esperar. Cuando hemos llegado a la parada la avalancha ha sido increíble. Yo iba tranquila, sabiendo que bajaría, y sin empujar a nadie. Pero la señora de antes no parecía tan tranquila, y en su afán por bajar ha ido empujando enérgica y groseramente a una pobre señora de entre unos 75-80 años. Hasta que casi la hace caer y un señor le ha arreado un empujón que la ha enviado contra una de las barras de hierro que adornan los autobuses mientras le gritaba algún improperio. Durante un instante he creído que se pegaban de verdad. Y no solo ellos, sino también algún otro pasajero que defendía a una u otra parte. Por suerte ha quedado en nada. Quizás porque la señora ha visto que tenía menos defensores que atacantes. o quizás porque se ha dado cuenta de que, en el fondo, se lo merecía. Tras esto he dirigido mis pasos al andén del tren. El cartel luminoso indicaba que el tren estaba a punto de entrar en la estación, pero por mucho que se lo he pedido, el chaval que iba delante de mí en las escaleras mecánicas (lado izquierdo) no ha querido acelerar ni dejarme pasar. Cuando he llegado abajo el tren estaba llegando, así que he echado una carrera (por el lado derecho del andén) para poder llegar al centro del mismo, que es donde menos gente suele haber. Pero en medio de mi carrera un señor ha decidido dar un bandazo a la derecha, echando sobre mí los 90 kilos (siendo maja) que transportaba entre huesos, carne, grasas y demás. resultado: me he caído al suelo a escasos centímetros del andén, del que estaba vacío. Un señor (otro) me ha ayudado a ponerme en pie, y el autor de mi caída ni se ha inmutado. Vamos, ni se ha parado a mirar. Por suerte he cogido el tren. Pero en el vagón me esperaba otra sorpresa. Junto a mi asiento estaban una mujer (unos 50 años), una adolescente (no llegaba a los 20) y 4 niños de edades diversas, incluyendo una en una silla de bebés. Mientras jugaba con esta última he conseguido captar un retazo de una conversación mantenida entre un niño, la mujer y la chica: Niño:-Quiero un chicle, dame un chicle. Mujer:-Ya te he dado uno antes. Niño:-No, no me lo ha dado. Niño 2: -No. Chica: -Bueno, pues si tiene uno que se lo coma ella. Fin de la discusión. una discusión lógica, razonada y donde se ha tratado al niño como un ser dotado de inteligencia y capacidad de razocinio acorde a su edad. ¿Que no? ¿Cómo puedes decir eso? ¿Lo has leído bien? Un tanto asqueada me he enfrascado en la lectura de mi libro, mientras de vez en cuando jugueteaba con la más pequeña. Sólo he salido de mi ensimismamiento cuando al llegar a su estación (una antes que la mía), la familia feliz ha protagonizado otro capítulo maravilloso del documental Cómo educar a los niños. La mujer le ha dicho al mismo niño que se levantara cuando se ha anunciado la parada. El niño, inteligente, ha dicho que aún no habíamos llegado, que se levantaba cuando llegáramos a la estación. La chia, lógica y razonable en sus argumentaciones, le ha soltado un bofetón que ha resonado en el vagón semivacío. Unos cuantos pasajeros nos hemos mirado, y hemos mirado a la familia con cara de "pobres niños". Al bajar del tren el mismo niño, que lloraba en silencio por el bofetón, se ha resbalado y ha caído sobre el andén. ¿Qué ha hecho la familia? ¿Ayudarle a levantarse, mirar si estaba bien y consolarle? No. Se han reído de él. Lo dicho. La gente es gilipollas. Menos exámenes de conducir y más de civismo y paternidad. - Después de tres volúmenes enteros y 10 capítulos del cuarto, puedo decir que me importa menos que nada lo que ocurra en los siguientes 2 de Canción de Hielo y Fuego. Y mira que me da rabia, que me estaba gustando, pero ya no lo aguanto más. No es que se me haya hecho largo o que crea que está mal escrito, no es eso. Es simplemente, que me he cansado de desgracias. Si hasta en los libros de Corín Tellado o culebrones similares hay más alegría. y eso sin tener en cuenta el hecho de que los buenos se han ido volviendo imbéciles con cada página que pasaba. Al final han conseguido que quiera que ganen los malos sólo porque, al menos, son inteligentes. En fin, que me lo terminaré (el tercero), pero no creo que pase de allí. O igual sí, si deja padar el suficiente tiempo como para que se me olvide entre que me lo termine y saquen el otro. En fin, una pena.