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viernes, 21 de mayo de 2004

17.20 Vergüenza Siempre he tenido un acusado sentido del ridículo. Bueno, quizás MUY acusado sería algo más acertado. Existen multitud de situaciones que me ponen a prueba cada día, y a las que reacciono muy mal. Por ejemplo, a que el billete de metro pite cuando voy a pasar por el torniquete, o que no encuentre el susodicho billete cuando llega el revisor (cambiése metro por bus, tren o cualquier otro medio de transporte y seguirá siendo válido). Siempre reacciono igual: me pongo muy nerviosa, enrojezco hasta límites hilarantes, me sudan las manos y no encuentro lo que busco hasta media hora después. Y los efectos me duran demasiado. Pero de todas las situaciones posibles, hay una que puede conmigo: cuando te deniegan la tarjeta. Me quedo con cara de imbécil integral, deseo que me trague la tierra y empiezo a imaginar lo que estarán pensando los demás. Siempre malo, claro. Hoy me ha pasado. Había quedado a mediodía con Athair. La idea era poder hacer compra (mi nevera llora cada vez que la abro e intenta taparse sus vergüenzas con lo poco que hay dentro) y llevarla a mi casa. Así mañana podríamos estrenar mi Wok, y, quién sabe, comer de una forma sana y ordenada la próxima semana. La cuenta ha ascendido exactamente a 60,45 euros. Sonriente, he sacado la tarjeta y el DNI. La chica la ha pasado y... ¡¡error!! Han denegado la operación. Roja cual tomate le he pedido que volviera a pasarla. Y ha dado igual... Muy nerviosa he preguntado dónde había una Caixa para ir a sacar dinero. No la hemos encontrado, así que aún a riesgo de perder 60 séntimos he ido a un CajaMadrid. Que también me ha denegado la operación, claro. Completamente alucinada, y con la rojez de la cara amenazando con convertirse en permanente, nos hemos ido a una Caixa algo más lejana, sólo para ver si era problema de la tarjeta. Evidentemente no lo era, sino del estado de mi cuenta corriente. No entendía nada y al ver los cargos había un recibo que no me cuadraba nada, de la Asociación de la Prensa. Indignada he llamado al tesorero, que me ha prometido arreglarlo. Eso sí, el mal café no me lo quitaba nadie. Y la compra se quedaba en el supermercado (al que no volveré a ir en años por pura vergüenza). Athair ha conseguido que sonriera (gracias niño) y que olvidara un poco el tema, aunque seguía jodida y abochornada. Al llegar al trabajo he navegado por el vacío de mi cuenta corriente gracias a Internet. Y he descubierto que el recibo estaba bien, que el problema era del banco, que había consignado mal el concepto. Así que, otra vez colorada, me ha tocado llamar al Tesorero para decirle que no había error por su parte, que era culpa del banco. Total, que lo que prometía ser un encantador mediodía se ha convertido en mi infierno del ridículo, con situaciones absurdas, petición de disculpas y demás. Lo que más me jode es que la compra se ha quedado donde estaba, y que esta noche me perderé una juerga que prometía ser estupenda. Bueno, esta noche, mañana, pasado y hasta nuevo aviso (bancario). Menos mal que durante años he invertido en libros y DVDs. Y que quizás mañana tenga una compañía estupenda. Lo mejor del día es que, por ahora, mañana no tengo que ir a trabajar. Ni a cotillear con marujas. Después de un serio problema con las acreditaciones, mi presencia es cada vez menos necesaria, y yo que me alegro. Hoy he pasado por la Gran Vía y casi vomito. Mi alma republicana se revolvía con los chupachups que le han puesto a las farolas, y con esas banderolas rosa chicle que están colgando de las ventanas. Eso sí, sorprendentemente no he visto tantas banderas rojas y amarillas como esperaba. Veremos si mañana consigo escapar del cerco a una hora prudente, y vuelvo tarde, y no tenga que soportar la comitiva.