20.10
Miedo
Hoy, después de mucho tiempo, he recordado a qué sabe el miedo. Y todo ha empezado por lo que podríamos calificar como una tontería, una llamada de teléfono. O más bien 4. Estaba en casa, tranquila, viendo una película cuando el teléfono de mi casa ha sonado. La verdad, no me he fijado en el número. He descolgado y, aunque había alguien al otro lado de la línea, no han dicho nada. Sin pensar demasiado en ello he colgado el teléfono, concentrándome de nuevo en las imágenes que aparecían en la televisión. Y, pocos minutos después, el teléfono ha sonado de nuevo. Y, de nuevo, nadie ha dicho nada. A la tercera llamada me he mosqueado, he mirado el número y he comprobado que todas las llamadas provenían de un número desconocido. Y, luego, la cuarta llamada. Un número distinto, esta vez de Madrid, pero el mismo procedimiento. Y es entonces cuando me ha asaltado el miedo, porque el prefijo de las tres primeras llamadas sí me sonaba.
Después de buscar una agenda por casa he conseguido desechar la peor de las posibilidades que barajaba. Me había equivocado de prefijo, pero por poco. El rato que ha transcurrido entre la búsqueda y la localización del número me ha parecido largo, la verdad. Aunque sé que en realidad no han pasado más de cinco minutos, el sabor metálico en mi boca me ha hecho creer que pasaban horas. Luego, por si acaso, ha acudido a Internet, en busca de la confirmación de que él no está por aquí. Aunque no lo he logrado, el miedo se ha ido reduciendo, quizás por la posterior ausencia de llamadas.
Durante toda la tarde he estado pensando en ello, y en mi miedo. Porque aún no he salido del todo de ese agujero en que me metió y en el que otros me hundieron algo más. Pero lo intento. Porque si conseguí romper las cadenas, no van a lograr que recaiga. El equipaje está ahí, aún pesa, pero cada día me deshago de algo. Poco a poco, paso a paso. Porque soy más fuerte que él, que ellos. Porque soy más valiente y, de todos, soy la única que podría mirarles a la cara sin vergüenza por lo que hice.
Porque me gustaría decirle, a él que casi seguro que no me lee (o quizás no sea tan seguro), que no pudo conmigo, que yo soy mejor que él, que me hirió pero no acabó con mis ganas de salir adelante. Que más que miedo, me provoca repugnancia. Y, sobre todo, que yo sé que puedo mirar atrás con la conciencia tranquila, que sé de lo que soy capaz, y de lo que no. Puede que para él eso no signifique nada, pero para mí, mantener a una persona a mi lado por lo que soy, y no por el miedo que provoco, es lo más importante del mundo.
Jódete cabrón, donde quiera que estés.
lunes, 29 de noviembre de 2004
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