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viernes, 3 de diciembre de 2004

14.33 De por qué los Reyes Magos este año no pasan por casa, y demás sacamuelas Ayer no fue un gran día, o sí, porque acabé riéndome de todo. Lo que sí me dejó claro es que Murphy existe, y hay días en que es mejor no levantarse de la cama. O algo. Todo empezó de buena mañana, tras recoger a mi madre en su casa. Dejamos allí mi coche y cogimos el suyo para que le hincharan las ruedas y yo pudiera usarlo mientras esperábamos que al mío le dieran cita en un taller (le tocaba la revisión de los 90.000 kilómetros). Pero, sorpresa, el tipo del taller nos dijo que debíamos pensar en cambiar las ruedas trasera, así que los planes se cambiaban una vez más y todo debía esperar una semanita. Pensando en cómo apañarnos, nos dirigimos al dentista, que debía sacarme una muela del juicio. En su honor debo decir que dolor no sentí nada, pero es de las cosas más desagradables que he oído nunca. Porque sí, lo oyes todo. Con la boca medio anestesiada, y apretando fuerte un algodón en la encía para no sangrar, pusimos rumbo a la casa paterna. Allí, algo de trabajo: corregir un artículo de mi madre y poner en orden su ordenador (misión imposible que ha acabado con el ordenador en otro taller, ya que no salía de una hermosa pantallita azul que te ordenaba reiniciar el ordenador, mientras mi madre gritaba que lo iba a tirar por la ventana y así acababa con sus problemas. Con los del ordenador, se entiende). A las siete y media, con la boca bastante hecha polvo pero aguantando el tirón, me fui a buscar a Athair al trabajo. En principio íbamos a cenar juntos, pero los planes habían cambiado, y menos mal. Tomamos algo en un local cercano a su trabajo, y en marcha hacia su casa. Todo iba bien, más o menos, hasta que Athair preguntó qué sonaba en el coche. Y, cinco minutos después, mi cara se volvió blanca al tiempo que exclamaba: “Creo que se ha roto el embrague del coche”. Y sí, se había roto. Durante lo que no debió llegar a los 2 kilómetros, pero que a mí se me asemejaba al recorrido del París-Dakar, fuimos en segunda, sin poder cambiar de marcha y con un ruido de carracas que tiraba para atrás. Intentamos no frenar, pero esa es otra misión imposible cuando circulas por esta ciudad a las nueve de la noche. Se nos caló el coche, arranqué y, en el segundo semáforo, volvió a calarse para no encenderse de nuevo. Gracias a Athair y a un anónimo ciudadano, logramos tres cosas: la primera, que la palanca de marchas volviera a la posición de punto muerto (de la que no ha salido), que el coche arrancara y que el coche dejara de estorbar al poder moverlo del carril izquierdo a la segunda fila del carril derecho. Luego, llamada al RACE, explicaciones a mi padre para que pudiera venir a buscarme y esperar. Cuando llegó la grúa, y mi padre, rumbo a su pueblecito, a un taller donde abandonar mi coche hasta esta mañana. En casa de mis padres nos dio por reírnos de lo mucho que este año estoy amortizando la cuota anual del RACE. Bueno, de eso, y de la pretendida agudeza visual de mi madre, que intentaba convencernos de lo bien que veía de lejos después de leer “Ferture” donde ponía “Feature”. Esta mañana he ido al taller, a explicar qué le pasaba a mi coche. Y el diagnóstico ha sido el mismo que dio el del RACE: rotura del collarín del embrague. Una jodienda. Y más porque el tipo me ha explicado que igual hay que cambiar todas las piezas de este maravilloso sistema, por lo que el presupuesto inicial para la reparación (360 euros) se puede ir a tomar viento en breve. Bueno, o no tan en breve, que hasta la semana que viene (jueves) no empiezan a ocuparse de mi coche (los mecánicos también tienen derecho a puente, como me ha recalcado el señor mientras me miraba con cara de “a quién se le ocurre...”). y bueno, ya que estábamos allí, les he pedido que me hagan la revisión del coche, a lo que el tipo en cuestión ha contestado que genial, que la semana que viene (otra vez me ha recordado su derecho a disfrutar de las fiestas nacionales) y que entonces el presupuesto no era válido. En fin, que mi paga extra de Navidad se va a ir directa al bolsillo del señor mecánico, para que se la gaste bien en sus merecidas vacaciones. Consecuencia directa: este año no hay Reyes en la casa de Tindriel, pero os quiero igual (bueno, si os empeñáis os haré un dibujito en un folio, como les hacía a mis padres de pequeña). Y después de semejante panorama, he saltado a otro igual de desolador: 200 euros (más o menos) por cambiar las ruedas traseras del coche de mi madre. Y hora y media esperando en un bar de mala muerte (tomando más café del que mi delicado estómago soporta) porque fuera hacía un frío de mil demonios. Todo unido a una cierta preocupación por los destrozos que podría haber causado Ulysses tras más de 24 horas solo en casa (al final no ha roto nada, sólo estaba hambriento y mimoso). Así pues, el de ayer fue un día de roturas y gastos: el dentista, la noticia de las ruedas del coche de mi madre, el ordenador familiar, el embrague de mi coche y, por lo que mi madre casi se echa a llorar, la finalización de la paletilla de jamón serrano que tenían mis padres (a lo que se unió la noticia de que este año, en el trabajo de mi padre, no habría cesta de Navidad). Un desastre. Aunque con cosas buenas, claro. Las risas, que no faltaron. El nuevo DVD de mi colección: Harry Potter & the Prisoner of Azkaban, que me regalé tras lo de la muela. Los mimos de Ulysses al verme, y, sobre todo, los abrazos de Athair mientras yo me desesperaba. Una última cosa: pasadlo muy bien este puente, disfrutad de las vacaciones y no dudéis de que os echaré de menos. Besos mil.