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martes, 11 de enero de 2005

Mañana de compras

Hoy he descubierto que necesitaba con urgencia un bolso multiusos grande. Los dos móviles, el iPod, el PocketPC, la radio del coche, las gafas de sol y las de ver, la cartera, el neceser y la Gameboy habían excedido la capacidad de cualquier bolso que hay en mi casa, salvo alguna excepción no ponible todos los días. El caso es que, acuciada por las estrecheces de mis complementos, he decidido internarme en lo que creía iba a ser la selva de las rebajas. Pero nada más lejos de la realidad. Las tiendas estaban vacías, la ropa (normalmente amontonada de mala manera en estas fechas) colgaba pulcra de sus perchas. Eso sí, las colas para pagar eran interminables. Y creo haber descubierto por qué he estado 15 minutos en una de ellas, cuando sólo éramos 5 para pagar. Dado que las tiendas están vacías, las dependientas han recibido órdenes de tomarse las cosas con muuucha calma y no estar nunca más de una en caja. Así, aunque la tienda esté desierta, la cola da sensación de que hay mucha gente que se lo está llevando todo, en un burdo intento de incitar a los viandantes a entrar y arrasar con todo antes que el resto. Burdo e infructuoso intento. Por otro lado, he hecho una serie de descubrimientos mitad inquietantes mitad agradables. El primero, en una de mis tiendas preferidas, hasta ahora (y no por el suceso sino porque cada vez me gusta menos su ropa). Paseando entre sus estantes, buscando un bolso, he descubierto el traje. En realidad ya lo había visto meses atrás, pero su precio (38 euros) me habían hecho desistir. Sin embargo, el descuento era tal (50%), que hoy he decidido que igual sí merecía la pena comprarme un vestido que, aunque me iba a poner pocas veces, se acercaba mucho al traje chino que llevo años buscando. Sin mucha fe me he acercado al lugar de donde colgaban los ejemplares y ¡sorpresa! quedaba una talla 38. La mía. Feliz cual perdiz me he ido al probador para descubrir que, sorpresa sorpresa, ¡¡¡me quedaba grande!!! ¿Quiere decir eso que he regresado a la talla 36. Espero, por el bien de mi armario, que no. Aunque igual ahora sí puedo meterme en aquel traje negro que me compré a los 19 años... El otro descubrimiento ha sido el inquietante. Y es que, en vez de comprarme un sujetador, me he comprado una obra de ingeniería sólo comparable a la torre Eiffel. En serio. La prueba es que he estado 6 minutos de reloj (lo he medido) metida en el probador intentando averiguar cómo narices se abrochaba. Y, por supuesto, una clase de orgullo y terrible verguenza me impedía salir y preguntar. Al final, lo he conseguido. Y sí, como premio me lo he comprado, porque además de tener una nueva prenda, tengo un puzzle y un reto: ir rebajando el tiempo de ponerlo y quitarlo, cual atleta entrenándose para los Juegos Olímpicos. Y sí, me he comprado el bolso. Negro, grande, multiusos y con paraguas a juego (o eso o lo he robado sin darme cuenta). ¡Ah! y me han invitado a otro cumpleaños el sábado, al que tampoco me apetece ir, pero al que no puedo faltar. Así pues, el intento de Imperator de reunirnos en El Laberinto se va a quedar, al menos por mi parte, en imposible tentación. Al menos si no duráis hasta las mil allí dentro...