<$BlogMetaData$>

lunes, 3 de enero de 2005

De oveja negra a ojito derecho

Es curioso como cambian las cosas, como cuando menos te lo esperas, y sin hacer tú nada conscientemente, el mundo da un giro y pasas de ser ninguneada a ser la estrella de la fiesta. Hoy he descubierto que en mi familia ha pasado algo así. Tanto en la materna como en la paterna, lo cual me tiene desconcertada. Con la familia de mi padre nunca me he llevado mal. Pero tampoco especialmente bien. Era algo sutil, normalmente, salvo en Reyes, cuando mi prima recibía una montaña de regalos y el resto, una mucho más modesta, en orden descendente de aprecio, o lo que fuera. Sí, yo era la que menos tenía, pero tampoco me importaba demasiado. Las razones de todo eso eran algo especiales. Yo era la única de los nietos que procedía de una familia normal. Dos de mis primos eran hijos padres divorciados, y el tercero era hijo de un matrimonio no oficial. Pero hace unos años las cosas empezaron a cambiar. Uno de mis primos se hizo mayor, y se fue a Italia, aunque luego regresó. El otro chico se descentró un poco, y ahora anda dando tumbos por el mundo, y dando algún que otro disgusto. Luego está mi hermano, del que no vamos a hablar. Y mi prima, la verdadera causante de mi ascenso de estatus. Ella era una chica muy maja, muy atenta con todos y muy querida por todos. Pero hace dos años decidió casarse con su novio. Por lo civil, sí, pero a la antigua usanza. Bien, aunque extrañada, toda la familia aceptó la idea. Hasta que llegamos a la boda y nos enteramos de que todo era un auténtico montaje: la boda real se había celebrado esa mañana, y nadie de la familia, ni siquiera su madre o su hermanastro, habían sido invitados. Esta circunstancia, y algún desplante más desde entonces (cada vez más graves), la han relegado a persona non grata dentro de la familia, o de casi todos. El caso es que yo llevo toda la tarde recibiendo llamadas de mis tías para preguntarme qué quiero por Reyes. Y ahora, cuando se me ha ocurrido una idea y he llamado me he llevado una sorpresa: mi tía, que tiene varios ejemplares de eso que he pedido se ha ofrecido a regalármelo, sin que eso cuente como mi regalo de Reyes. Una tontería, sí, pero completamente inaudito. Al parecer, ahora sí soy merecedora de grandes regalos y atenciones. La verdad, ya no me importa (quizás cuando tenía 4 años lo hubiera recibido con más alborozo). Y más cuando sé que yo no he hecho nada para ganarme ese estatus. Pero, tranquilos, tampoco voy a despreciar la oportunidad que se me brinda de que mi familia confíe en mí, de sentirme integrada como una más, con los mismos derechos. (Nota: esta reflexión no significa que nunca me haya sentido querida, sólo un poco oveja negra Con la familia de mi madre la historia es parecida. Una prima predilecta y yo, a su sombra. Luego ella empieza a cometer desplantes y yo asciendo poco a poco. Hasta que, estas Navidades, redimo mi mayor pecado: haber dicho que no tenía interés en casarme por la Iglesia. ¿Cómo? Mirando un catálogo de trajes de novia con cierto interés, comentando y señalando opciones. Al final, claro, se desataron las especulaciones, y mis supuestos planes pasaron a ser la comidilla de la cena de Nochebuena, por encima de la boda de otra prima, que se celebrará en noviembre. Y ahora, más de lo mismo, llamadas telefónicas preguntando qué compran para Reyes. Alucinante. En otro orden de cosas, hoy he recibido una llamada telefónica algo triste, del chico del piano. La verdad, me ha dejado un pelín tocada. Nada grave, por supuesto, pero hay noticias que nunca son buenas, y no importa quién las dé. La verdad, me gustaría hacer más de lo que puedo, que, ahora mismo, es nada.