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lunes, 3 de enero de 2005

Ya estoy de vuelta en el trabajo, tras 10 días de absoluta desconexión. Esperaba un día tranquilito, pero me equivoqué, como siempre pasa. He tenido tanto trabajo que, en un momento de la mañana, mi compañera y yo hemos comentado, medio en broma medio en serio, que a ese paso mañana cerrábamos la revista y así teníamos el resto de la semana libre. No caerá esa breva, pero estaría bien. Además no está mi jefe, lo que acelera bastante el ritmo de trabajo y crea un clima mucho más agradable. El año empezó mal, luego mejoró bastante a lo largo de la madrugada del primer día y hoy, a día 3, la vida recupera el ritmo normal. Empezó mal porque, nada m´s terminar las campanadas, mi madre se echó a llorar por segunda vez en la noche. Y yo me fui de la cena familiar con muy mal cuerpo, y bastante preocupada por ella. Luego, dos horas casi para llegar a nuestro destino. Y allí las cosas mejoraron mucho. Cierto que me rallé en un par de momentos de la noche, pero pasó pronto y sin consecuencias. En definitiva, una buena noche y una agradable mañana que me tuvo postrada en el sofá todo el día siguiente. La vuelta a la rutina por un lado me deprime, aunque otra parte de mí lo agradece. Tener tantas horas al día libres y llenarlas de chorradas y visitas a tiendas atestadas de gente también agota. La vida vuelve a la normalidad, tras un exquisito intermedio. Y con ella, regresan los buenos y los malos momentos cotidianos. Esas cosas que molestan y escuecen de vez en cuando y que estas fiestas habían apartado de mi vista con un gesto generoso. Sí, hay nubes en el horizonte. Las mismas que dejé cuando empezó el respiro navideño. Quizás alguna nueva. Pero, sin esforzarme demasiado, también distingo los rayos del sol que ayudará a disiparlas. Gracias 2004 porque, a pesar de los malos momentos, me ayudaste a recuperar, y entender, la esperanza.