<$BlogMetaData$>

jueves, 17 de febrero de 2005

Batallas (post para iniciados)

Cada día nos enfrentamos a millones de demonios personales que intentan hacernos más complicada la vida. A algunos de ellos les tenemos ganada la partida de antemano, porque hemos sabido anular su poder con estrategias propias. Otros se empeñan en ponernos la zancadilla cada jornada y cada vez se esconden tras nuevas máscaras, lo que hace más difícil pelear con ellos. A veces caemos, otras simplemente tropezamos, otras conseguimos no perder pie. Y son esas las importantes, las que deben hacernos querer seguir luchando. A veces luchar contra esos demonios es complicado, y doloroso. Otras nos parece que paseemos plácidamente por un jardín tranquilo. En ocasiones, da miedo que aparezcan, y nos quedamos parados en el camino, sin atrevernos a internarnos en un bosque que, quizás, nos depare sorpresas más que agradables. Por ejemplo, yo tengo miedo a volar. No me gustan los aviones. Me da pánico. Mientras dura el trayecto estoy en tensión, y cuando llego a mi destino suelo estar echa polvo tras la ingente cantidad de adrenalina gastada. Sé que ese miedo está ahí, que el maldito demonio aparecerá todas las veces que quiera subirme a un avión. Y, sin embargo, cada vez que he tenido ocasión de viajar, no he dudado un instante. Sí, es posible que lo pase mal 1, 2, 3, 14 horas. Pero lo que obtengo después me compensa una y mil veces ese mal rato. Hace 3 años hice algo que, hasta entonces, consideraba impensable. Subirme a un avión yo sola para viajar a una ciudad desconocida en la que nadie me esperaba. Lo pasé muy mal en el avión, para qué negarlo. Y al llegar, sólo pensaba “¿qué narices hago yo aquí? Esto va a ser horrible, lo voy a pasar fatal”. Pude haber cambiado el billete de avión, pero no lo hice. Luché contra el demonio y le gané. El resultado, ya lo sabéis. Me enamoré de esa ciudad, pasé una semana maravillosa paseando por sus calles, tomando pintas de cerveza con periodistas a los que dos horas antes no conocía de nada (y a los que si volviera a ver no reconocería). Y, con el tiempo, ese viaje me acercó a la persona de la que estoy totalmente enamorada. ¿Quién sabe? Quizá si no hubiera hecho ese viaje las cosas hoy serían muy distintas. A veces, como ahora, esos miedos nos impiden hacer cosas que estamos deseando hacer. Pensamos que, por un momento de sufrimiento, no merecen la pena los cientos de maravillosas y divertidas horas pasadas en muy buena compañía, compartiendo algo que es importante (por lo que implica de momento de desconexión, de situación de ocio, de compartir vivencias, tiempo e intereses...). Hace unos años vivía dominada por cientos de pequeños demonios que se empeñaban en tirarme del pelo, ponerme la zancadilla, empujarme por las escaleras... Un día me desperté del sopor que yo misma me había inducido y recuperé el control de mi vida. Peleé, no siempre de forma limpia, y gané. Algunos quedan por aquí, pero son los menos y cada vez son más flojos. Hace un año, el día que pude contemplar orgullosa el campo de batalla, me prometí algo: que el miedo no volvería a decidir por mí, que no me impediría hacer lo que quisiera. Nadie dijo que luchar contra los demonios fuera tarea fácil, ni que se pudiera hacer con un número de bajas tendente a cero. Pero si algo tengo claro es que con ganas de vencer y el apoyo de los que te quieren, siempre es mucho más fácil. Caeremos algunas veces, qué duda cabe. Pero tengo la misma certeza de que volveremos a levantarnos, cada vez más fuertes, cada vez más débiles ellos. Porque a los diablillos no hay que darles tregua, ni cederles ningún campo de batalla, porque los jodíos se presentan en muchos, y vencer en uno es avanzar terreno en otros. Y para el futuro, para nuestro futuro (personal y profesional), es muy importante no dejar que nos dominen. No abandones, no lo hagas. Sigamos luchando juntos contra ellos y venzámosles, porque no se merecen otra cosa. Cojámonos de la mano y sigamos el camino que hemos escogido, enfrentándonos a ellos. Y recordando, cada vez que uno caiga, que lo más importante es que nos queremos.