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martes, 1 de febrero de 2005

La gente es buena. Mis hormonas, no

Llevo unas semanas algo baja de ánimo, y sin razones concretas que lo justificaran. La verdad, era incapaz de explicar por qué me sentía así, e incluso a mí algunas de mis reacciones me parecían exageradas. Intentaba arreglar las cosas, y sólo conseguía que fueran peor. Un desastre, vamos. Y ayer, a eso de las diez de la noche, empecé a vislumbrar una teoría. Puede sonar a chorrada, pero no lo es. Creo que buena parte de mi estado de ánimo se debe a una nueva descompensación hormonal. ¿Y por qué? Bueno, porque además del tema del estado de ánimo están algunos síntomas físicos: migrañas bastante fuertes y continuadas en el tiempo, cansancio y tendencia a dormirme en cada esquina, temblores, sentir frío aun cuando yo estoy ardiendo (o incluso cuando duermo con pijama de franela, calcetines de lana, chaqueta gorda de punto y edredón nórdico) y mareos. Así pues he llamado al ginecólogo y se lo he contado. Y parece que esta vez, va a ser que sí. El martes de la próxima semana voy, hasta entonces, esperar. Eso sí, mi ánimo ha mejorado bastante desde ayer, que alegra ésto de saber que no te estás volviendo loca ni nada parecido. Y son los mareos los que hoy me han hecho darme cuenta de que hay gente buena en el mundo. Subía las escaleras del metro (las mecánicas) esta mañana cuando me he empezado a encontrar mal. Muy mareada. Y claro, he intentado subir las escaleras andando, para ver si así tardaba menos, y he estado a un tris de tener una de mis famosas caídas por las escaleras del metro. El tris han sido los providenciales reflejos de un señor que me ha cogido por detrás y me ha sujetado hasta que hemos llegado al final de la escalera, y los del chico de al lado que me ha sujetado por el brazo derecho. Luego, manteniéndome agarrada, me ha hecho sentarme y descansar, mientras él (el que me ha agarrado por detrás) le encargaba a los de Seguridad que fueran a por un par de azucarillos. Una vez recuperada, me ha acompañado hasta la puerta del trabajo, muy preocupado por si no debería irme a mi casa. En fin, un encanto. Pero también los de Seguridad, que han tardado muy muy poco en traer el azúcar; y la señora mayor que se ha acercado a preguntar y ha rebuscado en su bolso para ver si tenía algún caramelo que darme... En fin, una escena en la que mis descontroladas hormonas se han empeñado en darme el día, y que ha fracasado gracias a que había buena gente a mi alrededor. Estas cosas también animan.