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lunes, 24 de mayo de 2004

12.45 Un día más Un día más (título de una preciosa canción del musical Los Miserables) con una entrada más que, lo siento, se alejará de la tónica habitual que estaban tomando las anteriores. Aunque no del todo. Primero la mala leche, luego, las cosas buenas. Lo malo – Mi portátil, al que voy a mandar a tomar viento fresco. Después del paso de cierto virus, el portátil quedó tocado. Al principio, una vez instalado el parche de seguridad, no parecía nada, la verdad. Pero poco a poco fui descubriendo que sí era. Lo mejor llegó la pasada semana, cuando ya no conseguía abrir programas y, sobre todo, no podía mover archivos, carpetas ni iconos en el escritorio de Windows. Resuelta a acabar con mis problemas, decidí reinstalar el Sistema Operativo y pasar de todo. Ayer lo hicimos Kilmenir y yo, con un rotundo fracaso en nuestro balance tras largas horas de trabajo y reinicio de la máquina. Ahora puedo mover carpetas y demás, pero el virus sigue ahí (me desconecta el ordenador de Internet) y, lo mejor, el Office ha desaparecido, pero no puedo reinstalarlo. Con Mac no pasan estas cosas... – Los problemas con el banco, ya solucionados, con el inconveniente de haber tenido que recurrir a la bolsa de aire que tengo por si caigo. Aunque, claro, para eso está ¿no? – La mala leche matutina que me ha entrado en la estación de metro de Sol. Imaginad un vagón de metro, sus puertas se abren y empieza a salir gente del interior. Cuando sólo queda uno por salir, yo adelanto un pie para entrar. Todos sabéis cómo son las puertas del metro, dos personas en direcciones opuestas no tienen por qué tocarse ¿no? Bueno, pues hoy he descubierto que la teoría es falsa. Cuando intentaba entrar un señor mayor (“anciano” como el mismo se ha llamado) era el que quería salir. Anciano sí, pero desvalido no, y débil aún menos. Su edad no le ha impedido darme una paliza en toda regla, mientras me abroncaba a gritos por mi actitud de falta de respeto a los demás. Normalmente soy una persona tranquila, y creo que bastante educada con los demás. Si voy sentada en el metro y entra una persona mayor, siempre le cedo mi sitio. Pero no hay cosa que más me fastidie que los que se aprovechan descaradamente de su condición para hacer cosas que están mal y salir indemnes de ellas. Pero a lo que iba, la movida. El caso es que cuando intentaba entrar, él ha decidido que no debía hacerlo, que estaba mal, y en vez de limitarse a maldecir de palabra, ha decidido pasar a la acción. Primero me ha clavado su codo derecho en la zona baja de la tripa (más o menos a la altura de mi ovario derecho) y ha aprovechado el apoyo para empujarme, de forma que me he clavado el filo de la puerta en toda la espalda. Luego, mientras intentaba recuperarme, ha debido pensar que no había sido suficiente y me ha arreado un paraguazo en plena rodilla derecha, que tengo jodida desde la noche del sábado. Ahí se me han saltado las lágrimas y a punto he estado de cruzarle la cara, pero no lo he hecho, y si no lo he hecho es, precisamente, porque era una persona mayor. Y sí, todo esto regado con frases a voz en grito sobre la actual actitud de la juventud y demás lindezas. Yo, con cara de alucinada me he limitado a mirarle y, mientras me frotaba la rodilla, soltar un “joder”. Lo peor, la mayor humillación, ha sido luego, al entrar en el vagón y sentarme. Por supuesto todo el mundo estaba mirándome, la mitad han girado la cara para no enfrentarse a mí. La otra mitad, ha seguido en sus trece, apuntando hacia mí. Lo mejor, que mientras negaban con la cabeza, chasqueaban la lengua de forma reprobatoria. ¡A mí! ¡Me señalaban como culpable a mí! Han sido las 4 paradas más largas de mi vida. – Algunas entradas de algunos blogs, que me hacen preocuparme por quienes las ecriben. Que me hacen pensar qué podría hacer yo para evitarlas la próxima vez. Pero en las que, esto es lo bueno, ahora sé (o creo saber) yo no soy la protagonista. – Absurdas ocultaciones de la realidad que, a veces, me hacen preguntarme si tengo un cartel en la frente que dice idiota. Decepciones que llevo lo mejor que puedo, intentando convencerme de que, en realidad, no son por mi culpa. Lo bueno – Kilmenir y su ayuda técnica. No sirvió de mucho, pero fue un encanto al acercarse a casa y pasar allí la tarde. – Impe y Rapun. Las conversaciones telefónicas, las ofertas de ayuda, el cariño. Gracias chicos, sois de lo mejor. – Earendil y la conversación del sábado noche. Gracias niño. – FaHhS y Tomber. Por las risas, el buen humor y los malos chistes. Os echaré de menos cuando os vayáis a la tierra de Bush. – Athair, por el fin de semana. Por las conversaciones, los besos y los mimos. Por no pegarme el sábado cuando (a las 5 de la mañana) me puse a gritar por mi rodilla. Por estar ahí. Por recordarme la importancia del pasado y lo maravilloso que puede ser el futuro, si trabajas en él. Por creerme y saber que lo intento. Y porque me has hecho recuperar algo de lo que era hace un año, la mejor parte, y las ganas de reescribir lo que dije el 31 de enero de 2003: Athechuzos. Divertidos, cariñosos, borrachos, planificadores de desastres que siempre acaban con risas. Animadores de la tristeza. Divertimento de cada mañana y cada tarde. Juegos, adivinanzas, comprensión noctámbula. Una vez que se entra, nadie quiere salir. Y yo menos que nadie. Paladines. Falquián, que me ha hecho interesarme por la historia de Thalesia, por su búsqueda y su amor. Y que ahora no quiero que se case. Otro paladín, menos conocido, que se ha hecho cargo de mi seguridad, jurando por su vida que no me dañarán. No creo que lo consiga, pero es tan bonito pensar que al menos lo va a intentar.