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miércoles, 1 de septiembre de 2004

17.50 Empiezo a notar cansancio. Del tipo más peligroso: el mental. Mi cabeza lleva un tiempo sin parar (de hecho, ¿ha estado quietecita alguna vez?) y no consigo desconectar de lo que me rodea y me preocupa. Ni dentro ni fuera del trabajo. Y no tengo nada claro que vaya a conseguir desenchufar en un plazo relativamente largo. Ni aunque se acerquen mis merecidas vacaciones. Me cansan, hoy más que antes, algunas actitudes y opiniones que veo a mi alrededor. Me cansa luchar cada día contra ellas, intentar derribar los muros que se van levantando. Y cada día me cuesta más. Tanto, que me estoy sorprendiendo en actitudes que no me gustan nada. Me cuesta luchar contra esquemas establecidos, contra ideas preconcebidas, contra miedos, rechazos y demás. Me cuesta llegar a casa y seguir luchando. Me cuesta encontrar la fuerza para dar cabezazos contra paredes en un intento por derribarlas. Me cuesta tener un día regular y ser todo lo cariñosa que debería con Ulises. Me cuesta empezar a quejarme y no poder terminar, porque las palabras se me queden agazapadas en la garganta. Me cuesta no tener autoridad, o encontrar el valor para hacer valer mis opiniones y mis deseos. Estoy cansada de intentar entender cosas que no entiendo. De justificar acciones, u omisiones. De hablar y, a veces, sentir que lo estoy haciendo con un muro. Necesito sentarme, parar un rato. Descansar y recuperar fuerzas. Necesito recuperar la confianza que, poco a poco, he ido perdiendo en mí misma, en mi lugar en el mundo. Necesito tantas cosas ahora mismo, que ni siquiera sé cómo y dónde empezar a buscarlas...