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jueves, 13 de enero de 2005

Interrogantes

Tengo la cabeza llena de preguntas desde hace un par de días. Millones de posibilidades giran de forma caótica dentro de mi cráneo, chocando unos con otros, elevando mi desconcierto y mi incertidumbre. Los “y si” pueblan mis reflexiones de estos días, pero no del tipo “si hubiera hecho”, “si hubiera dicho”. No, esos no llevan a nada, salvo a la frustración y a los autorreproches. No, mis “y si” son esas opciones que se abren cundo una premisa resulta ser cierta, o cuando se perfila como tal (ejemplo tonto: “y si me pongo el pantalón azul... ¿qué camisa le pega más?”). Por supuesto, todas esas premisas no son buenas, algunas distan mucho de ese calificativo. Y todo eso me obliga a pensar si realmente las cosas son lo que debieran, o lo que me gustaría, o si lo estoy enfocando bien. Y pienso sobre ello, y me planteo si debo arreglarlo, y cómo. Y qué debo cambiar en mí para lograr una cierta paz interior. Y de dar tantas vueltas acabo mareada, completamente desorientada. Y mientras, la vida sigue y yo sólo quiero gritar que se pare todo. Pero no lo hago, y nada para. Y mi deseo de bajarme del tren aumenta, pero no veo que haga ninguna parada. A veces creo que necesito alejarme del paisaje, meterme en una cueva para, como Rapunzell, meditar y salir transformada. Pasar de gusano a mariposa, con alas para volar que me permitan bordear los obstáculos, con colores nuevos que me permitan camuflarme y escapar de mis enemigos. Hay días en que ese deseo es más fuerte, y sé que encerrarme en mi casa no basta para lograrlo. Porque aunque necesito tranquilidad, no la encontraré entre esas paredes. El martes deseé coger el coche y perderme en el mundo, desaparecer unos días, los suficientes. Lo malo es que no sé cuántos serían, y no creo que en mi trabajo entendieran que necesito un tiempo para reorganizarme. Para redefinir prioridades y estrategias. Sospecho que, después de todo, voy a tener que hacerlo aquí. Y sospecho que eso sólo lo hará más difícil. Pero debo hacerlo, lo necesito. Porque hay cosas que han cambiado y que yo no he asimilado correctamente. Porque el mundo no es lo que creía, lo que he querido ver, y necesito adaptarme a esa luz que ahora, gracias a que me han abierto los ojos, sí veo.