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lunes, 24 de enero de 2005

Intenso fin de semana, lleno de montañas rusas emocionales y de largas horas dedicadas a la reflexión y a la autoexploración. Sigue habiendo puntos negros, curvas peligrosas que no me atrevo a coger a mucha velocidad, y que recorro casi con los ojos cerrados. Pero al menos avanzo. He descubierto unas cuantas cosas de mí que no me gustan un pelo, otras que creía desaparecidas y que solo aguardaban en un recodo del camino. Y otras, que sin ser realmente malas, desde luego no me serán útiles. Como, por ejemplo, mi dejadez en aspectos laborales. Hoy tenía lugar el relevo en la dirección de esta revista. Ha venido la plana mayor y yo, ante el armario, me preguntaba a las 9 de la mañana si debería arreglarme o no. Pues bien, no lo he hecho. Y he sido la única de toda la redacción. También he sido la única que no consideraba los discursos como algo a lo que hubiera que ir. Simplemente eran algo más en la agenda del día. ¿Malo? No del todo. ¿Molesto? Un poco. ¿Perjudicial para mi futuro laboral? Mucho. En estos días me he preguntado muchas veces qué quería hacer. Y no encuentro respuesta satisfactoria. tampoco para la pregunta “¿dónde podría aplicar mis conocimientos/virtudes/puntos fuertes?”. Me enfado conmigo misma, y me entristezco, porque a los 27 años no estoy donde me gustaría y lo peor es que no sé dónde me gustaría estar. Estamos en invierno. Tiempo de hibernar. De hacer balance. Otras cosas van mejor. Y me alegran las mañanas.