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lunes, 21 de febrero de 2005

Literatura, sueños y polvo

Tengo la mesa del trabajo llena de cosas. Un taza repleta de bolígrafos de todos los colores, una agenda del año pasado plagada de convocatorias y citas, varios DVDs que no veré jamás (si puedo evitarlo), CDs con documentación sobre películas y exposiciones, diccionarios, un par de cuadernos y una pequeña montañita de libros. De hecho son 7. Uno sobre periodismo, traído de casa; una novela negra, para mi padre; Otro titulado El tiempo de Shakespeare, para ampliar mis escasos conocimientos (que este año estoy ampliando) sobre Literatura inglesa. Los tres títulos restantes son Fantasmas en peligro, Potilla y el ladrón de gorros y Hermano Lobo. Lo que estos tres títulos tienen en común es más de lo que parece. A saber, los tres me los han enviado de la editorial y todos se engloban en esa amplia categoría normalmente denominada Literatura infantil. Y es este cúmulo de coincidencias la que me anima a escribir este post. Como todos sabéis leo desde que era muy pequeña. En Preescolar nos enseñaron a leer con las típicas cartillas que incluían frases tan ingeniosas como “Mi mamá me mima mucho” o “Mi papá fuma en pipa”. Frases que yo aprendí a desentrañar mucho antes que mis compañeros gracias a las noches pasadas, linterna en mano, bajo las sábanas de mi cama, en un intento por entender lo suficiente como para leer alguno de los volúmenes que ya poblaban mi casa. Gracias a que mis padres fueron razonables con esta manía mía, pronto empecé a atesorar una biblioteca propia. En ella se incluían cómics (Superman, Spiderman, El hombre enmascarado, Titín, Astérix, Lucky Luke...). Ésto contra la opinión de mi madre y apoyada por mi padre, que cada vez que me ponía mala (y antes de que abrieran un funesto videoclub en su lugar de trabajo) me traía un par de cómics para que me entretuviera. Cuando me cambiaron de colegio descubrí nuevos horizontes gracias a dedicar las horas de recreo a labores de bibliotecaria ayudante. Y con eso, abandoné la lectura de cómics y de libros “para niños”. Empecé con la colección de Alfaguara (que luego sacaron como coleccionable de quioscos) y con otra, creo que de Anaya, que recopilaba grandes obras de la Literatura Universal (y que yo no calificaría como “para niños”). Así, abandoné libros como La nariz de Moritz o La hija del espantapájaros por Crimen y Castigo, Drácula o Estudio en escarlata. A los 10 años, en mi librería habitual, me llevé un señor libro titulado Grandes obras de la Literatura inglesa, que contenía 3 obras de Shakespeare, Ivanhoe y un par de novelas de Dickens. Lo devoré ante la atónita mirada de mis padres. El caso es que hasta hace poco más de un año, y salvo honrosas excepciones (tipo Harry Potter), no había dedicado un segundo de mi tiempo de lectura en lo que yo (erróneamente) calificaba de “literatura de segunda”. Esto incluía no sólo la Literatura infantil, sino también la fantástica, la de humor, la de terror (con Stephen King tuve un idilio que duró un par de años) y, por supuesto, los cómics. Y ahora parece que esté recobrando el tiempo perdido. Aproximadamente una estantería de mi casa está llena de cómics y Literatura infantil y juvenil, amén de libros de esas otras clasificaciones relegadas. Ahora mismo estoy leyendo Hombres de armas y releyendo Sandman. En la lista de espera están, entre otros, American Gods, Pirómides y unos cuantos cómics de Hellblazer. Y entre mis recientes lecturas: Neverwhere, Imágenes en acción, Soho Black, Humo y espejos, Corazón de tinta, Hellboy, Spiderman y algo de Hellblazer. Por supuesto, sigue habiendo en mis estanterías libros serios. Pero algunos por leer acumulan polvo desde hace unos meses, sin que mi mirada haya parado siquiera en ellos. Quiero leerlos, pero a la hora de la verdad acabo eligiendo a los otros. Y tengo la sensación de que de pequeña quise ser mayor y ahora de mayor quiero ser pequeña, o disfrutar de todo aquello a lo que renuncié en su día. Quizás, simplemente, es que he leído demasiada literatura seria y tengo la sensación de que se repite, y me aburre. Algo que antes casi nunca ocurría y que ahora pasa cada vez con más frecuencia. Bueno, hay algunos autores que nunca decepcionan, claro. Y como no decepcionan de vez en cuando vuelvo a ellos, leo un poco, pico de aquí y de allí cosas leídas ya muchas veces, y sigo interesada en saber más de ellos. Y es ese ánimo de saber más el que me ha hecho dejar de posponer una búsqueda que había aplazado ya demasiados años. Bueno, eso y una especie de resquemor conmigo misma por no haberlo intentado nunca. Y por haberme dado por vencida demasiado pronto. Y mientras buscaba pensaba “¡Qué tontería! Si seguro que no hay nada que me interese. Aunque claro, así mejor, que podré justificarme”. Hace muchos años, cuando empecé la universidad, soñaba con viajar a otro país y hacer allí algún curso. Como siempre he tenido el listón un poco alto no me valía cualquier cosa, no señor. Mis metas estaban en tres universidades muy determinadas, a saber: Cambridge, Oxford y Harvard. Pero eso fue cuando era más joven y elitista. Años después descubrí a un autor del que nunca había oído hablar. Y me enamoré de sus escritos, de él, y de su ciudad, antes de haberla visto. Y cuando la vi... Bueno, ya lo sabéis todos. Así que pensé que tampoco podía descartar su Universidad, centenaria, y con una buena reputación a sus espaldas. No, allí no tienen Periodismo, así que irme de erasmus estaba fuera de toda opción. Por eso y porque ya estaba licenciada, claro. Pero un postgrado... El caso es que pasó el tiempo y yo dejé que ese sueño se cubriera de polvo. De vez en cuando me lamentaba, pero como tampoco había hecho nada por él era u lamento bastante hipócrita y autocompasivo. Una mierda de lamento, vamos. Y hoy he investigado qué cursos de postgrado hay, cuánto duran, cuánto cuestan, cuáles son los requisitos de entrada y cuáles son sus programas. ¡Je! Ahora me pregunto por qué lo he hecho, y si de verdad pensaba que no iba a encontrar nada que me gustara. Claro, en la ciudad de Joyce, en la Universidad de Joyce... ¿cómo iba a ver algo relacionado con él? ¡Qué tontería! Pues sí, hay dos cursos muy interesantes: Anglo Irish Literature (6 meses de duración, en tres de los cuales hay cuatro horas semanales sobre Joyce, además de otras interesantes asignaturas) y Creative Writing (6 meses dedicados a escribir, escribir y escribir). Veo los cursos, y veo mi vida hoy por hoy y casi me arrepiento de haber hecho la búsqueda. ¿Por qué? Porque sé que me falta el valor para hacer la elección que me gustaría. O que creo que me gustaría. Pero también sé que si dejo que el polvo se asiente de nuevo sobre ese sueño ya no habría nadie a quien culpar más que a mí. Es mi elección, pero preferiría no tener que hacerla.