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martes, 8 de marzo de 2005

Conversación con Imperator

Ayer comí con mi emperador preferido, y fue una comida interesante. Entre otras cosas hablamos sobre su postura de no ver telediarios, no leer periódicos y, en general, no hacer ningún caso a los medios de comunicación. Si bien me parece una postura muy sana, debo reconocer que yo no podría hacerlo. Criada en una casa donde la información era tema de conversación habitual en las comidas (y sigue siéndolo), estar al tanto de las noticias marcaba la diferencia entre poder participar en las conversaciones. Y no solo con mis padres, también con las visitas. No sé por qué, pero en general yo siempre he sido una niña muy buena. De bebé, mis padres salían de cañas conmigo en el cochecito, porque nunca lloraba. Si tenía sueño simplemente me dormía. Y si me aburría era capaz de entretenerme sola. Así que les acostumbré bien (o mal) y cuando tenían cenas en casa de amigos, me llevaban con ellos. Comía todo lo que me ponían en el plato, nunca me ponía ñoña y, cuando aprendí a leer, si me aburría mucho pedía permiso para levantarme de la mesa y leer alguno de los libros que estuvieran en las casas. Así, por ejemplo, descubrí a Emile Zola a la tierna edad de 8 años. Poco a poco empecé a participar en las conversaciones de los mayores. Planteando dudas, dando mi propio punto de vista (muy ingenuo) y escuchando con atención. Debido a las profesiones de mis padres, las conversaciones solían versar sobre dos temas: Arte y actualidad. Para documentarme sobre el primero, mi madre me llevaba a todos los museos de Madrid, a los de aquellas ciudades que visitábamos y, por supuesto, a cualquier exposición que se inaugurara. Para el segundo tema, leía los periódicos, acompañaba a mi padre a su trabajo en los días de fiesta escolar (o cuando estaba pachucha), veía los telediarios y jamás me perdía un Informe Semanal. Hoy, obviamente, algunas de esas costumbres perduran, aunque otras las he ido perdiendo (ahora grabo los reportajes de IS que me interesan si sé que no voy a poder verlos). No soy más feliz por ello, pero tampoco más desgraciada, y la edad, la práctica, y mis estudios me hacen ser capaz de valorar las noticias desde distintos puntos de vista. Además, sigo compartiendo algunas de esas cenas o aperitivos con amigos de mis padres, y me gusta poder participar en las conversaciones y sentir que se me escucha, que los que están allí creen realmente que yo tengo algo que decir. Aunque no estén de acuerdo. Por supuesto, esta rutina se ha convertido en parte de mi trabajo, en un hábito que me ha hecho más fácil aprobar la carrera, encontrar un trabajo y, en ocasiones, ser una persona a tener en cuenta en éste.