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martes, 8 de marzo de 2005

Quejas, cansancio, repeticiones (Ladrillo de verdad, y no como los de Pucela)

Mi querida Rapunzell ha escrito dos post muy interesantes (cosa normal en ella, por otro lado) que me han hecho pensar mucho (esto tampoco es raro) y que me han animado a escribir este post (ésto sí es más raro). Sé que va a quedar largo (intuición, le llaman) y posiblemente no tenga mucho que ver con lo que ella ha querido decir, pero aquí queda. Rapunzell habla de algo muy importante, el derecho a la queja. Y sus consecuencias. Y yo, que soy tan ególatra como cualquiera, también he decidido aplicar lo que cuenta a mi persona. De la actitud de Rapunzell. Lo primero que quiero dejar claro es que de todas las personas que conozco ella es a la que menos quejas he escuchado. Porque Rapunzell no se queja. No. Ella cuenta lo que ocurre, lo que le ocurre. Y lo hace con una mezcla de desapasionamiento y entereza que admiro. ésto no quiere decir que no le afecte, en absoluto. Lo que quiere decir es que sabe que está ahí, que le afecta de determinada manera y que tienen unos caminos para evitar que eso sea así. Cuando Rapunzell abre la boca para contarte una de sus quejas lo hace tras varias horas de trabajo e introspección. Ella ya conoce el mapa del problema. Es decir, cuando ella dice “estoy cansada”. Significa exactamente eso, que está cansada. Nada más, y nada menos. No significa “estoy agotada y no me puedo levantar del sofá porque me duele la uña del dedo gordo del pie derecho porque además la vida es una puta mierda y el destino un cabronazo que me ha mandado un golpe con el pico de la mesa mientras me carga con más cosas de las que puedo soportar”. Y este ejemplo es aplicable a todo. Pero es que además hablar con ella es un gustazo. De sus quejas y de las tuyas, porque te va a escuchar y luego va a ayudarte a buscar soluciones. Incluso cuando está hablando de ella, porque ver a una persona que dice “estoy cansada porque duermo 4 horas diarias y las otras 20 las dedico a conseguir aquello que me he propuesto, por lo que aunque estoy cansada estoy feliz por seguir adelante y cumplir mi palabra” ayuda mucho cuando la que estás cansada eres tú. Dicho ésto, pasemos al siguiente punto. De las consecuencias de las quejas. Rapunzell cuenta en su blog una anécdota universitaria. Y hace una doble lectura/aprendizaje de ella. Yo hago una tercera. Existen dos tipos de personas en esto de las quejas. Las que lo hacen continuamente, y las que no. A las primeras llega un momento que dejas de escucharlas, porque siempre dicen lo mismo. En cualquier conversación con ellos puedes limitarte a asentir con la cabeza y murmurar intermitentemente un “pobre”, “ya veo” o un “Pufff”. El éxito está asegurado. ¿Por qué nadie habla mal de esas personas? esta pregunta, bastante razonable dado que jamás habremos oído a nadie decir que Fulanita o Menganito es un pesado, parte de una premisa falsa. La gente sí sabe que son pesados, la cuestión es que nos han acostumbrado tanto, que la queja forma parte de ellos, nos preocupamos si no ven siempre el vaso medio vacío y, lo más importante, hemos dejado de prestarles atención, de escucharles, de tener en consideración sus problemas. El segundo tipo de personas es más sospechosa. Nunca les hemos visto hacer otra cosa que no sea apretar los dientes y continuar, así que cuando se derrumban la gente suele pensar que, en realidad, no es para tanto. ¿Por qué? Pues porque si han aguantado hasta aquí es casi seguro que pueden seguir aguantando. De hecho, si se quejan ahora es porque Menganita/Fulanito lo está pasando mal y su queja sólo quiere recuperar sobre ellos la atención perdida. ¡Ah!, ¿que nunca han sido el centro de atención? Bueno, pues igual es que tienen celos de quien sí lo es y actúan por egolatría. Dentro de este grupo hay un agravante: los que no se quejan, sino que constatan un hecho pero no parecen apesadumbrados por ello. Esos son los peores, porque mienten descaradamente. Que parece que era el caso de Rapunzell. A ésos se les puede llamar exagerados, débiles y cascarrabias. Si llegabas a un examen y alguien te preguntaba “¿cómo estás?” y contestabas “cansada porque he dormido 3 horas. Me quedé despierta repasando”, pero lo hacías con la sonrisa que da el saber que lo llevas bien preparado, la gente pensaba que habías dormido como un tronco, que habías tenido mucha suerte (cuando finalmente aprobabas) y que sólo querías fingir que tenías sus mismos problemas para aprenderte las interminables listas de, en mi caso, los nombres científicos de casi todas las especies animales conocidas por el hombre. De respuestas absurdas. –”Yo, en tu lugar, intentaría no comportarme como si estuviera cansada y me divertiría un poco”. –”Anima esa cara que no puede ser para tanto”. –”Deja de quejarte porque estás cansada y sal de juerga este viernes” (a pesar de que tienes que, por ejemplo, pasar la mañana del sábado en la Facultad cuidando dos perras enfermas, asistir a un seminario sobre cetáceos y preparar dos prácticas para el lunes, un examen para el martes y un trabajo de Estadística para el miércoles). Caso real, lo juro. Existe un extenso catálogo de respuestas y consejos que no solo rayan el absurdo, es que además en ocasiones son insultantes. Le gente cree que cuando haces algo bien es porque el espíritu santo te ha iluminado, no porque hayas dedicado buena parte de tu tiempo y tus energías a prepararte para ello. Así pues, no existen sacrificios. Y si no existen sacrificios, las quejas son idiotas. Ergo... Hetoo hablaba no hace mucho de la mediocridad, y de cómo la gente suele aspirar a ella. No puedo estar más de acuerdo con ella. Pero ¿qué ocurre cuando tú no eres como los demás? ¿Qué ocurre cuando quieres hacer algo realmente bien? Pues que tienes que trabajar en ello. Y la gente no entiende que, igual, prefieras no salir el fin de semana y dediques ese tiempo a ese objetivo. Menos aún si ese objetivo no da dinero o beneficios rápidos de cualquier tipo. Así pues, si estás cansado lo mejor que puedes hacer es descansar y olvidar tus propósitos respecto a conseguir acabar un trabajo/ sacar buenas notas/ aprobar la carrera/ ser buen jugador de tenis... ¡Ah! ¿Que quieres conseguirlo realmente? ¿Para qué, si eso no lleva a ningún sitio y da igual si tienes un 5 o un 10? Vale, ¿que quieres sacar un 10? Entonces no te quejes, porque estás haciendo eso porque te da la gana y, automáticamente, ese deseo elimina la opción de que dormir 4 horas te canse igual que a los demás. Conclusión. Hay muchas más cosas que quisiera decir y explicar (pero que no haré porque ésto se está alargando demasiado), como el recriminable hecho de que no me importe en exceso escuchar las quejas de los demás. Porque es la pura verdad. Eso sí, existen grados. En unos casos es hábito adquirido en mi adolescencia, en la que me acostumbré a escuchar interminables ristras de quejas y a servir de hombro, porque siempre era mejor considerado que abrir la boca para hablar yo también. es lo que tiene haber sido la rara del grupo. Ese entrenamiento me ha servido de mucho, y si alguien quiere desahogarse sabe dónde estoy. A mí no me causa ningún problema, y si consigo que esa persona se sienta mejor después de hablar, mejor que mejor. Pero si eres mi amigo es que además me interesa realmente lo que te ocurra, por qué ocurre y cómo te sientes. Te escucharé igualmente, pero además intentaré buscar soluciones contigo o, si veo que la queja es repetitiva y cíclica, te diré (después de que hayas soltado el último sapo): “Muy bien, bonita, pero ésto ya me lo sabía. El tiempo de quejarse sentada en el sofá ha pasado, pongamos manos a la obra”. Y sí, considero que todo el mundo tiene derecho a la queja de sofá durante un tiempo, que varía en función de la gravedad de la queja. Quedan cosas en el tintero. Quizás otro día.