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jueves, 23 de junio de 2005

Rayos, truenos y centellas

Existen distintos tipos de miedos. Están los serios, los que pueden complicarte la vida, los que pueden hacer que te quedes sin hacer cosas que realmente te gustaría. Y luego están los pequeños miedos, los cotidianos, que, lejos de constituir una gran barrera, lo cierto es que te complican un poco la existencia. Dentro de esta última clase, yo incluyo mi disgusto por los truenos. Me gustan las tormentas, me gusta cuando el agua cae con fuerza, limpiándolo todo, o intentándolo. Me gustan los relámpagos, esos hilos de plata recortados sobre un fondo ciertamente oscuro. Me gusta el olor de las calles anunciando lo que vendrá. Pero temo a los truenos, al sonido en sí. Cada vez que veo un relámpago lo disfruto, mientras mi cuerpo se tensa esperando al estruendo que me sobresaltará, y que hará que quiera meterme bajo las sábanas, o bajo la mesa, cada vez.

En estos momentos mi salón se ilumina de color plata intermitentemente. Espero. Tarda en llegar, pero ahí está, como siempre. Esta vez ha sonado aún más fuerte...

Así que no puedo dormir. No sólo por la tormenta, claro. Mi cabeza se ha puesto, o más bien no ha dejado de funcionar, y aquí estoy. No gano nada, pero el sueño se ha ido. Y, encima, cada pocos segundos me miro los brazos, donde un brote de alergia está haciendo de las suyas. No va bien. Me pica, y el hielo sólo calma cuando está pegado a la piel. Tendré que tomarme una pastillita, pero mañana tengo que estar pronto en Madrid y no quisiera quedarme dormida. Supongo que, al final, la tomaré, y me dormiré tan alerta que me levantaré incluso antes de lo que realmente necesito. Mejor.

Y sigo pensando.

Sigo dándole vueltas a las cosas que he aprendido esta semana, estos días, que han sido muchas. No siempre agradables, no siempre tristes. Pero que son siempre, de un modo u otro, verdad.

A Ulises no le importa el calor. Tiene necesidad de compañía y ha elegido mi regazo, donde dormita y ronronea tranquilo. Me gustaría ser él ahora mismo. Sin miedo, sin alergia, sin preocupaciones. Con sueño, un regazo donde reposar y unas caricias en la tripa...

No puedo dormir. Va a ser una noche muy larga, lo sé. Y hay ciertas ideas que no me puedo sacar de la cabeza. Ciertas sensaciones que están ahí, me guste o no, y que me obligan a pensar, porque nunca he sido de las que las dejan de lado. Por poco que me gusten, por poco que, a priori, me aporten. Siempre aprendes cosas. A veces, que tú tienes razón, por encima de opiniones mucho más respetadas. Otras, que no la tienes. Las más, que las cosas no son como esperabas, ni de lejos. Que lo que opinan los demás no es lo que tú esperabas que creyeran. Unas pocas lo que te queda es un regusto amargo en los labios, o la sensación de estar comportándote como una imbécil, o la frustración de no poder dar marcha atrás, de no poder explicar bien las cosas a un interlocutor que te escuche de verdad, sin el prejuicio de su experiencia actuando de filtro implacable contra todas tus palabras. Fuera, la tormenta sigue. En la superficie, la alergia continúa. Dentro... la tristeza va ganando terreno. Creo que es la hora de irme a dormir. A veces, pensar mucho en algo, sobre todo a ciertas horas, no ayuda a ver las cosas más claras. Hoy es una de esas ocasiones.