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martes, 6 de julio de 2004

13.00 Miscelánea Ayer firmé la compra de mi nueva casa. Y la hipoteca, claro. Me dijeron que me sentiría eufórica, y no fue así, en ningún momento. Como norma, los nervios pueden conmigo y ayer no fue una excepción. Recuerdo que salí del notario sintiéndome mucho más pesada que cuano entré. Hasta se me doblaba la espalda sin querer. Luego, entré en lo que va a ser mi nueva morada. Estaba vacía. Tanto que daba sensación de desolación. Y la única habitación con muebles estaba tan llena que asustaba. Al final tuve que empezar a tomar decisiones sobre ellos, y parece que la cama de invitados desaparece. Pero siempre habrá un futón. Y dos sofás. También habrá dos mesas de estudio. La esperanza, le llaman. Aunque igual es solo cabezonería y no me doy cuenta. O quizás hoy estoy algo más sensible. Pero me cuesta no estarlo, de verdad. Llevo lichando contra un horrible diablillo desde el sábado, pero no se va el tío, ni con cubos de aceite hirviendo. Nada de lo que preocuparse. Creo. Faltan pocas cosas por comprar. Detallitos como 3 lámparas, los focos del salón, la freidora y las cosas para Ulises, al que recogeré el lunes si Cassandra no dice lo contrario. También tengo que llamar a los de la luz, el gas, el agua, el teléfono... Pero me da tanta pereza empezar... Creo que lo haré mañana. Eso si no encuentro una excusa mejor para posponerlo. Mi querida progenitora quiere empezar la mudanza el sábado a las nueve de la mañana. Hora a la que tendré que empezar a hacer cajas, porque hasta entonces no tendré sitio en mi casa. Y luego habrá fiesta, espero. Aunque no tengo ni comida ni bebida que ofrecer. ¿Será fiesta hobbit? Depende de vosotros. El diablillo dice que siga escribiendo, pero no lo voy a hacer. Me llevo mis miedos y malos rollos a otro sitio donde sí tienen cabida. Aquí solo hay una cosa importante: Ulises y yo ya tenemos casa. Aunque él llegue más tarde.