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viernes, 11 de junio de 2004

14.10 Exigencias Algunas veces he reconocido, aquí y en persona (en círculos más reducidos), que en ocasiones me paso de auto exigente. Quizás, sólo quizás, parte del sentimiento incontrolable de vergüenza que puede llegar a invadirme se deba a esto. No lo sé. Pero sí sé que el tema del ser demasiado exigente conmigo sigue siendo un problema. Alguien me dijo ayer que, lo que ocurría era que no era lo suficientemente buena y generosa conmigo. Supongo que quería decir lo mismo, y tenía razón. Pero me cuesta un poco cambiar ciertos chips... La autoexigencia tiene su lado bueno y su lado malo, como todo. Lo bueno es que tiendo a esforzarme más por las cosas, en un intento de no fracasar. Lo malo es que me enfado conmigo con más frecuencia de la que es admisible. Me molesta profundamente no hacer las cosas bien, meter la pata (con la gente o con las cosas), cometer fallos tontos (estos los llevo fatal, desde luego). Pero hay algo que me saca mucho más de quicio que todo lo anterior. Quizás porque considero que es una mezcla de todo ello: me odio cuando hago esas cosas de forma consciente. No soporto saber que no tengo que hacer algo, que tengo que callarme ciertas cosas (por buenas razones) y al final lo acabo soltando. Lo peor es que las razones para hacerlo nunca son ni la mitad de buenas de las que tengo para callarme. Y entonces, según lo estoy haciendo, me abofetearía para ver si así, de una vez, aprendo de mis propios errores. El resultado es que me enfado conmigo misma, y que lo pago con los que me rodean, generalmente con aquellos con los que he metido la pata. Me siento tan avergonzada de haber fallado en mi intento, que no puedo mirarles a la cara. Me escondería debajo de una manta (una sábana en verano) y no saldría hasta que se nos hubiera olvidado a todos. Pero, sobre todo, no quiero ver a esas personas hasta que yo no sea capaz de pensar que, en el fondo, no ha sido tan grave. Esta reacción es algo que me ocurre desde siempre, y que me acompaña donde voy. Hoy día sigo siendo capaz de sentirme fatal, y muy cabreada, por algo que solté hace años. Lo sé, tengo que cambiarlo, pero me está resultando más difícil que, por ejemplo, ser algo más accesible y más abierta. Aún así, conservo la esperanza de poder hacerlo. Por otro lado, las buenas noticias: mañana me reencontraré con Harry&Co., y luego, me espera una tarde-noche de abrir cajas y sonrisa. Lo otro, que es casi definitivo, si firmo la compra de la casa (toquemos madera) me compraré, o adoptaré, un gato. Preferiblemente negro/gris, cuyo nombre ya tengo elegido. Se admiten apuestas (Shelob y Athair no, que ya lo saben).