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lunes, 21 de junio de 2004

11.45 Dublín Reloaded Hay ciudades de las que uno se encapricha, y otras de las que se enamora sin remisión. Para mí, Dublín es de las segundas. Es una ciudad fea, sin muchos cines y donde el alcohol cuesta lo mismo que un diamante; pero aún así, tiene algo. Llegué el viernes, tal y como estaba previsto. Con el estómago del revés por los nervios, también tal y como estaba previsto. Bajé del autobús ya en O’Connell y sin mirar atrás puse rumbo al James Joyce Center. Sí, ¿qué se le va a hacer? No podía esperar más. Y me alegro tanto... Primero porque lo echaba de menos, la verdad. Y segundo, por las cosas que allí pasaron: - Entrevista a Seamus Heaney para la televisión. Tema de conversación, Joyce y su mundo. Divertida, tierna y muy muy interesante escucharla sentada en las escaleras. - Leer el Ulysses en versión original, a través de un facsímil del manuscrito. Genial. - Volver a ver al sobrino.... pero esta vez no salté a su cuello... - Asistir a una lectura dramatizada donde los actores eran 5 adolescentes de Sarasota (Florida), con aparato y un acento horrible... Casi no me enteré de nada, pero fue divertido. - Gastarme un pastón en la tienda, para alegría del sobrino, y desesperación de la cajera, a la que no cuadraban las cuentas. Luego, paseo por Dublín y sus callejuelas intentando volver a disfrutar de dos maravillosos cuadros. Una lástima no poder hacerlo esta vez. Y, comprada la entrada que me permitiría disfrutar de una gran película (no apta para no iniciados), rumbo al hostel donde se suponía que nos íbamos a alojar. No fue posible, así que nos dieron habitación en un hotel. Ganamos con el cambio. Sí. Pude ver Bloom en pantalla grande, versión original, y rodeada de extraños dublineses. Una pareja se fue en medio de la proyección, no se enteraban de nada. Y salí encantada, feliz por tener en mi mochila el DVD de la película. Y la Banda Sonora... Vuelta al hotel, ducha rápida, parada para comprar un abrigo a prueba de lluvias y vuelta a la puerta del cine, a esperar a Athair. Allí, fui abordada por un dublinés que quería invitarme al cine el sábado, a pesar de tener novio. Sesión nocturna de Harry Potter. Sigo pensando que es muy buena. A la mañana siguiente, pocos planes y mucha ilusión. Todo el día caminando, recorriendo calles y descubriendo escondrijos. Recordando historias, escuchando los sonidos de una ciudad viva, mucho más que la última vez que fui. Y me dio una sorpresa, la quinta temporada de Sex and the city, entera. No muy larga, pero intensa, y que ahora descansa del viaje a mi estantería. Los recuerdos, y los años pasados se nos echaron encima en forma de tienda, y de amigos. Compañía muy agradable para la noche del sábado, que, junto al carísimo alcohol destilado, me hizo perder mi vergüenza y farfullar un par de frases en inglés con Athair delante (sin él escuchando ya lo había hecho antes). Conversaciones sobre cine, HP, Joyce, el trabajo de periodista, las figuritas, Terry Pratchett... Promesas de viajes y ofertas de bienvenidas acunadas por el alcohol. Salir a fumar permitía varias cosas, la mejor, las conversaciones absurdas con absolutos desconocidos cuyo único interés en común era exhalar el humo. Y todo fue así. No hubo grandes visitas, ni caminatas por conocer monumentos. No era necesario. Cada uno guardaba un trozo de Dublín en él, y jugamos a recuperarlo, juntos, intentando crear otro hueco nuevo, para esta visita. Fue divertido, fue tierno y, a veces, dio miedo. Pero fue genial. Ahora, inundada por la nostalgia y la rutina que empieza a rodear mis días, la sonrisa se me escapa entre los labios cada vez que pienso en cruzar el río Liffey, bajo la lluvia, pisando una pequeña placa en el suelo que me recuerda porqué fui allí la primera vez...