13.45
Sentimientos de amistad y amor
Quizás porque necesito contar muchas cosas muy distintas hoy he decidido escribir varias entradas. Una más ligera, la anterior, otra más seria, ésta, quizás luego siga con más. Leed las dos con la prevención que implica mi estado hormonal, no vaya a ser que se me vaya la mano con la forma, que el fondo lo tengo muy claro.
El sábado fue un buen día, a pesar de todo. Y la noche del viernes también, claro. Puede que yo no tuviera muy buen ánimo, pero las reuniones sociales a las que asistí me permitieron no sólo mejorarlo, sino darme cuenta de algunos errores que aún no había podido subsanar. De algunos fallos que se seguían cometiendo a mi alrededor. Y, sobre todo, de lo que yo sentía por los asistentes. Quizás lo que menos explicación necesite sea lo del viernes. Athe, Hetoo, beor: gracias por estar allí, por hacer de una noche que se anunciaba triste, y llena de recuerdos y remordimientos, algo muy agradable.
Pero lo del sábado... eso es muy diferente.
Aquella noche el calor y el cariño estaban allí, entre nosotros, de una forma que era casi física, atrapable entre los dedos. Y era tan agradable... Recuerdo que hubo un momento en que os miré a todos y casi lloro de alegría, porque estabais allí, cuando yo más lo necesitaba.
Se habló mucho aquella noche de la amistad, del cariño, de los athechuzos... Nada que no se haya hablado otras veces, pero quizás entonces yo estaba más sensible.
Pero no, no lo creo. Porque lo sigo pensando hoy, y lo seguiré pensando mañana... Sois todos tan especiales, tan capaces de abriros a los demás, y dejar que los demás entren...
A mí, que durante toda mi vida he huido de eso, me provocáis envidia, y ternura. Pocas ganas de haceros daño, y muchas de pegar una paliza a quien ose intentarlo...
Sois especiales. Algunos tenéis siempre una palabra amable, otros tenéis la palabra justa en los labios. La mirada de otros pocos es capaz de expresar tanto como algunas caricias inesperadas de unos cuantos. La capacidad de escuchar, de estar ahí aunque no te apetezca. La generosidad, el deseo de pensar siempre lo mejor de todos, sean quienes sean. La capacidad de sorprenderse, la sed de aprender...
Aquella noche pude entender por qué os quiero tanto, y por qué me queréis vosotros a mí. Pude gozar de vuestra confianza, metiéndome en conversaciones íntimas y ajenas. Me sentí enrojecer más de una, y más de dos veces.
Rapun me habló como hacía mucho que no ocurría. Pero no tenía razón en todo. Me habló de lo que yo había logrado en estos años, del cambio que había sufrido, para bien, de mi salida del hoyo en el que me metí solita. Y lo hizo como si fuera sólo mérito mío. Pero no es así, mi niña. Nada más lejos de la realidad.
Cuando ella y yo nos conocimos yo era, ciertamente, otra persona. Mucho más asustada, mucho más metida en unos muros que no pensaba derribar jamás. Y lo hice. No sé qué mecanismo se puso en marcha dentro de mí, pero sí sé cuál fue el detonante. Y cuál ha seguido siendo el combustible que me ha hecho seguir por ese camino. Habéis sido vosotros, chicos. Poco a poco, como ocurren estas cosas.
Me enseñasteis que no debía tener miedo a sentir con intensidad, a reír con fuerza y a levantarme por las mañanas con una sonrisa. Aprendí que, si se elegía bien el quién no importaba que me abriera, que otros miraran en mi interior. Que vosotros no os ibais a asustar, y que si alguien lo hacía, no merecía la pena que me preocupara por ello.
El sábado fui consciente de que os gusto así, como soy ahora. Y de que a mí también me gusta. Descubrí que os preocupáis por mí, aunque no siempre se encuentre el mejor camino para demostrarlo. Que incluso están pendientes de mí gente que no hubiera pensado. Y desde aquella noche sólo tengo un deseo, no decepcionar. Ni a vosotros ni a mí. Porque ha costado mucho derribar los muros. Nos ha costado mucho a todos, y no merece la pena volver a levantarlos. En eso reside la amistad.
Hay, además, otra cosa que sé desde el sábado. Me lo dijo Kilmenir, un buen hombro del que empiezo a pensar que he abusado un poco. La idea la tenía, no sabía cómo hacerlo, y él me ayudó a encontrar el camino. Hay algo que debí decir hace ya mucho tiempo, cuando supe que era así, que no cambiaba con el tiempo. Cuando fui lo suficientemente valiente para reconocérmelo a mí misma, y debí reconocerlo ante los demás. Ante alguien en especial. Ante ti, Athair.
Porque aunque se terminó en febrero de hace un año, y atravesamos malos momentos, hubo cosas que, afortunadamente, nunca cambiaron. Porque sus posts me llenaban de ternura y esperanza: por seguir adelante cada día y porque, quién sabe, quizás alguno, el más simple, iba por mí.
Durante un año casi no me atreví a mirarte a los ojos. Era tanto el dolor... en los tuyos y en los míos... Y ese fue el error, no mirarte, y no mirarme. No pedir un cambio de butaca en un estreno; devolver una entrada deseada, no por el espectáculo, sino por la compañía; no aceptar un café que sabía dulce y no amargo. Cerrar puertas, poner candados a las ventanas, tapiar con hormigón los resquicios.
El día que salí del agujero negro en el que había convertido mi vida, supe que debía decírtelo. Fue tan dulce tu comentario... Y seguí parada. Intentando derribar unas barreras que, como el tiempo demostró, sólo podía derribar tu mirada. Sólo una pregunta, un proyecto largamente acariciado que pronto se hará realidad.
Deseaba tanto que aquella noche aparecieras por nuestro refugio que rompí las reglas y te pregunté. Esa noche o nunca, pensaba. tenía la excusa perfecta para pedir una segunda oportunidad, e intuir tu respuesta. Y si decías no... bueno, si decías no, sabía que tendría que olvidarte. Pero no lo hiciste. No sé si supiste ver en mí lo que aún no te había dicho, o la curiosidad fue más fuerte que tus prevenciones.
De eso hace dos meses. Las cosas han cambiado, a mejor. Tú no eres el mismo, y yo tampoco. Pero eso no es malo, en absoluto es malo. Ha habido síes y noes en este tiempo. Unos esperados, otros igual menos, pero no importa. Hay tiempo. Sigues poniendo un nudo en mi estómago. Sigo descubriéndome sonriendo a solas, sólo por recordar tu voz.
martes, 15 de junio de 2004
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