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jueves, 30 de septiembre de 2004

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Pues bien, yo debo ser hombre muchas, muchas veces, porque no hago más que tropezar en el mismo, o, mejor dicho, mismos sitios. Continuamente. Y, al final, me quedo mirando el teléfono con cara de gilipollas, que es lo que empiezo a pensar que creen aquellos con los que hablo. Antes no me enfadaba, fíjate tú qué tonta, solo me disgustaba. Me llevaba un buen berrinche, me echaba toda la culpa y seguía esforzándome al máximo. Pero ahora, no sé por qué, no puedo. Ahora sí me enfado. Y mucho. Conmigo y con ellos. Conmigo por seguir dándome leches contra la pared. Con ellos, por la forma de tratarme. Ya no sé si es que estoy cansada, soy más objetiva con la distancia y me doy cuenta de más cosas o, simplemente, que he cambiado. Sea lo que sea, no me gusta. No es que fuera feliz con mis berrinches de antes, pero al menos tenía algo que ahora ya no sé si tengo. Bueno, empiezo a pensar que nunca lo tuve, todo sea dicho, pero mientras pensaba que existía, eso me ayudaba a tirar hacia delante. También es cierto que ahora tengo otras cosas, otras personas que me apoyan, que me han demostrado su amistad pasara lo que pasara. Quizás sea que esas personas han hecho que eleve el listón de la amistad. Pufff... mejor lo dejo, que me estoy levantando dolor de cabeza...