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domingo, 5 de septiembre de 2004

13.30 Ulises contempla la vida en la calle, sentado sobre las obras completas de Mariano José de Larra y la Obra periodística Andrés de Almansa y Mendoza. De los altavoces de mi ordenador salen las notas, genialmente engarzadas, del Requiem de Mozart. Mi obra preferida. Joyce carraspea desde la estantería, instándome a que coja sus páginas de nuevo. El sofá, indolente, espera que caiga sobre él, sabiendo que allí pasaré el resto del día. La tele espera mi mirada, decidida a concederme mi deseo: no pensar en nada. Sobre la mesa, el cuaderno emborronado ayer, que me confirma que es difícil escribir algo peor que lo de anoche. Mis dedos bailan sobre el teclado, dejándose llevar, más rápidos que mi cerebro. Hay muchas cosas que me gustaría decir, pero no sé cómo hacerlo. Mejor será que las calle. Al menos de momento. El viento agita los árboles que hay frente a mi casa. Mi casa. Unas veces querida y otras, las más, odiada. ¿Cómo pude equivocarme tanto? El mundo está ahí fuera, la vida pasa frente a mis cristales. Y yo la miro transcurrir, hoy sin ganas de dejarme llevar por la marea. Las conversaciones dejan mal sabor de boca. Un sabor salado en mis entrañas. El deseo de volver atrás y cambiar tantas cosas... No importa si yo me caigo por el camino. No importa si me desollo las rodillas cada vez. Pero sí si se lo hago a otros. Llevo toda mi vida esperando que lleguen cosas que no llegan. Que ocurran cosas que no suceden. Y ya me he cansado de esperar. Camino, pero agarrada a la barandilla de la propia supervivencia. Porque soy lo único que voy a tener toda mi vida. Dura lección aprendida a golpes. No soy tan independiente como a veces me gustaría, ni tanto como pueda parecer en otras ocasiones, pero soy lo único con lo que he podido contar siempre. Incluso en los malos momentos. Hay cosas que jamás le he contado a nadie, como todos. Y otras que igual nunca comparto. Pero es que sigue doliendo, muchos años después, la incomprensión materna. La escasa voluntad a entender el miedo, la humillación, la vergüenza, el dolor, el odio, el asco. Ulises ha cambiado las páginas de unos periodistas muertos, por los brazos de una cuyo corazón sigue latiendo. Las melodías del genio que siempre fue niño se han agotado por hoy. Mis dedos están cansados, es hora de dejar de pensar. Al menos, de momento. P.D. Para terminar, una buena noticia (que no todo van a ser pensamientos dictados por las hormonas), al menos para mí y, casi seguro, para el Capi: El 15 de septiembre sale a la venta, por fin en DVD, Dublineses. Ah, y que quede claro, estoy bien.