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lunes, 4 de octubre de 2004

11.51 Pesadillas A veces las pesadillas no se terminan cuando despiertas. A veces, abrir los ojos sólo sirve para darte cuenta de que, en realidad, el mal sueño ha sido realidad en algún momento. Aunque las personas sean distintas. A veces, levantarte bañada en sudores fríos, con la garganta atrapada por la angustia y las lágrimas pugnando por salir es sólo un indicio de cómo va a ser tu día. Eso es, exactamente, lo que me ocurrió ayer. E hice justo lo contrario de lo que debía: quedarme en casa luchando con unos monstruos que no querían irse. Y que, aún hoy, no tengo claro que se hayan ido. Realmente las imágenes tienen mucho más poder del que creíamos. Los sueños, los proyectos, las buenas intenciones quedan entonces en nada. La impotencia te puede y, mires donde mires, sólo ves oscuridad. Y pocas salidas. En esos momentos te dejas vencer por la adversidad, y todo es más grande y más negro de lo que lo ha sido en los últimos años. El día pasa, los ojos, hinchados, se secan. Y ya no sabes por qué has estado llorando. O por quién. Me gustaría reescribir la historia, mi historia. No dejar que las capas de mierda salpicaran a otros, ser la persona que querría ser, y que otros querrían que fuera. Pero no lo soy. Y lo único que puedo hacer es pedir perdón por ello. Por no acercarme a vuestras (a tus) expectativas. Por no ser siempre fuerte, dura. Por depender de algunas cosas más de lo que debiera. Por dejarme vencer en una lucha que debí ganar hace ya tiempo. Hoy no sé lo que he soñado, y lo prefiero así. Sólo espero haberme ganado el derecho a otra oportunidad, a vuestra (a tu) confianza, tantas veces traicionada,a vuestra mano, para salir, una vez más, de esta pesadilla. Aunque, la verdad, ni siquiera yo podría reprocharle a nadie que no quisiera estar.