<$BlogMetaData$>

domingo, 24 de abril de 2005

¿Quién dijo que la vida fuera justa?

Ésta es una de esas preguntas que, pronunciadas en serio, me han parecido siempre falsas y muy peligrosas. Suelen ir siempre precedidas de una queja del tipo “Eso no es justo” y, en mi opinión, implican desvincularse completamente de alguna decisión que se haya podido tomar. Tomemos como ejemplo un supuesto diálogo entre contratador y aspirante a un puesto: Contratador: Sí, ya sabemos que su CV es de lo mejor que nos ha llegado en los últimos años, que su experiencia previa podría ser muy útil para la empresa y que su perfil se ajusta a las mil maravillas a los requisitos que solicitábamos. Pero aún así el puesto no será suyo. En cambio, contrataremos a Menganito, recién licenciado sin experiencia, más zote que ninguno y con menos ganas de trabajar que una lagartija puesta al sol pero que, curiosamente, es el sobrino predilecto del presidente. Aspirante: Pero, pero... Pero si saben todo eso de mí y de Menganito, ¿cómo es que le van a contratar? ¿Se da cuenta de la injusticia que esa decisión supone? Contratador: Sí, claro que sí, pero ¿quién dijo que la vida fuera justa? La vida ni es justa ni es injusta. La vida es lo que cada uno hace con ella. Las decisiones que toma, los caminos que decide seguir, las prioridades que se marca... La vida es el producto de la interacción entre seres vivos integrados en una misma sociedad. Y hablo de sociedad como grupo muy pequeño. Al fin y al cabo, las decisiones que tome un japonés sobre si coge el coche o no para ir a trabajar me afectan muy poco, y muy indirectamente (olvidémonos por un momento de la capa de Ozono y la emisión de gases contaminantes). Sin embargo, si mi vecino del tercero decide coger el coche una mañana más borracho que una cuba y coincidiendo con mi hora de salida de casa sí puede afectarme directamente, hasta el punto de que mis posibilidades de tener un accidente se multiplican. Si después de chocar contra mí y romperme un brazo por su decisión de ignorar el peligro que él mismo suponía, mi vecino me dijera aquello de “¿Quién dijo que la vida fuera justa?” se estaría ganando una cantidad ingente de papeletas en la rifa “¿A quién suelto una leche hoy?”. Todos los días tomamos decisiones. Todos los días realizamos actos que, de una forma u otra, afectan a los que nos rodean. Todos los días somos responsables de hacer nuestra vida, y la de los demás, más o menos justa. Ya es hora de que seamos conscientes de ello. Ya es hora de que la gente empiece a asumir que sus actos tienen consecuencias, y que, de algún modo, éstas también tienen que asumirlas. Bonita reflexión para una tarde de domingo en la que miles de posibilidades giran en mi cabeza causándome una gran confusión mental. Sé que se acerca un tiempo de decisiones para mí. De elecciones que tendrán consecuencias, y con las que tendré que apechugar. Ojalá el mundo se diera cuenta de que las cosas afectan a más personas de las que creíamos, y de formas que ni siquiera sabíamos que fueran posibles. Quizás, si la utopía fuera real, la vida sería algo más justa.