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miércoles, 13 de julio de 2005

De agujeros negros y otros misterios

Existe la fundada creencia de que la lavadora es algo así como un agujero negro para los calcetines. Irremediablemente atraídos hacia su núcleo, miles de parejas han sido separadas en lo mejor de su vida, dejándonos a todos con miles y miles de calcetines solitarios que nunca más hemos podido volver a ponernos. Algunas teorías defienden que, en realidad, los desaparecidos no son tales, sino que simplemente son transformados en otra cosa: generalmente pelusas que se esconden bajo la cama, formando gremios (de espías, asesinos, ladrones...) y planeando un golpe de Estado en la casa... Afortunadamente puedo afirmar que mi lavadora no es de esas traidoras que te dejan sin ropa. En el año que llevo en la nueva casa sólo he perdido un calcetín, y fue porque se me cayó al tenderlo y ha sido imposible recuperarlo. Sin embargo, mi casa tiene su propio agujero negro. Se trata del armario. Más concretamente de la segunda balda del armario de mi cuarto. Y tiene sus propios objetivos: camisetas. Y cuanto más me gusten, mejor. Hace un año se dio el primer caso, que achaqué a mi despiste o a causas ajenas... Pero hoy no he podido negar la evidencia. Hace una semana, justo antes de irme de vacaciones, decidí que debía comprarme algo de ropa, aprovechando aquello de las rebajas. Me compré un par de camisetas, entre ellas un polo negro de manga corta muy normalito, pero muy mono. Me lo llevé a la playa, donde no pude ponérmelo ya que el día que lo quise estrenar mi espalda y mis brazos quemados se negaban a nada que no fuera algodón, y bien sueltito. Así que lo volví a meter en la maleta y lo saqué al llegar a Madrid. Como no había sido usado, lo puse en su sitio: la segunda balda del armario. De eso hace 3 días. Hoy, al ir a ponérmelo, he descubierto que no estaba. Ni rastro de él. Nadie ha entrado en mi casa. Sé perfectamente lo que me he puesto estos días y, sin embargo, la camiseta no está... Y hablando de misterios, lo que me acaba de pasar... Estaba yo tan tranquila en mi mesa, navegando por Internet, cuando ha sonado el teléfono. El fijo. Lo he cogido y era una mujer preguntando por Pepi. Le he dicho que se había equivocado y hemos colgado. Poco después ha vuelto a sonar el teléfono. Y allí estaba ella de nuevo. Como era la segunda vez le he preguntado que a qué número llamaba y... ¡me lo ha dado bien! Quiero decir, era mi número de teléfono. Solo que aquí no vive ninguna Pepi... Yo sigo alucinada. Y apostaría a que la señora también... Pero el misterio más grande de todos, el que más me preocupa, es saber a qué hora voy a salir mañana y pasado del trabajo, teniendo en cuenta que aún no hemos hecho nada de la revista. Bueno, miento, 6 páginas de 106...