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viernes, 21 de octubre de 2005

Rutina

Abro los ojos. El despertador aún no ha sonado, pero los maullidos y arañazos de Ulises en la ventana de me han despertado, solo a medias. Abro la puerta de la cocina y le dejo salir. Cierro la puerta de mi habitación y vuelvo a la cama. Aún hay tiempo. Media hora después las noticias inundan mis oídos, pero mi cerebro no las procesa. Apago la radio y bostezo, mientras me voy levantando de la cama. Con los ojos pegados, reviso las ofertas de empleo que esa noche han llegado a mi correo. Nada emocionante, pero aún así envío un par de CV, sabiendo que, esta vez, tampoco me van a seleccionar. Cierro el correo y apago la pantalla del ordenador. Me ducho, me visto y me voy al metro. Por delante tengo una hora de viaje en transporte público, y desde Anansi Boys no encuentro ningún libro que me enganche de verdad. Llego al trabajo, compro una lata de Fanta mientras mi ordenador arranca y me siento en mi silla, dispuesta a leer artículo tras artículo. Con suerte, unas 9 horas después estaré saliendo por la puerta. Si no, me habré pasado el día pidiendo que haya trabajo, que vaya rápido, y que pueda estar en casa antes de las doce de la noche. Llego a casa, acaricio a Ulises mientras compruebo las descargas de la mula . Veo algo en la tele (preferiblemente algo que me acabe de descargar), juego con Ulises. Me voy a la cama. Y mientras mi vida pasa a mi alrededor, espero. Cosas que no llegan nunca, cosas que no han de llegar. Que me alegrarían el día, o la semana, o el mes. Cosas que espero desde hace tiempo y que cada vez espero menos. Estoy cansada. Me duermo algo triste. Y vuelta a empezar.