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miércoles, 9 de noviembre de 2005

Crisis creativa

Esta noche, en un esfuerzo sin precedentes, he intentado ver la televisión. Seguir algo que pusieran y que no estuviera pregrabado en alguno de los miles de CD y DVD que hay por mi casa. No he sido capaz. Me importan tres pimientos los problemas de Steven Seagal o Lydia Bosch en su papel de periodista con escrúpulos persiguiendo asesinos neuróticos. Y menos aún los desquiciantes diálogos de una serie sin sentido en la que los actores no saben ni hacer bien aquello por lo que les pagan. He descubierto que la serie de la antes mencionada contenía un aliciente que podría haberme interesado hace unas semanas (Asier Etxeandia), pero sospecho que ha abandonado la serie para siempre. Así que al final he apagado la caja tonta y me he dedicado a rascarle la barriga a Ulises, que siempre es más productivo. También he pensado en si de verdad antes las series eran mejores o simplemente nos lo parecen por la distancia con la que las recordamos. la verdad es que quitando Los Fraguel y alguna otra serie de dibujos animados, no recuerdo nada especialmente interesante de unos años a esta parte (vale, rectifico: CSI, El Ala Oeste de la Casa Blanca y Gilmore Girls). Y lo que recuerdo, o he visto últimamente (el otro día conseguí ver el último capítulo de V, que me perdí en su momento) son cosas que preferiría olvidar que algún día existieron. Pero si las series eran malas, los anuncios eran peor. Decenas de tintes que prometen devolver a tu cabello un aspecto que nunca tuvo. Anuncios de champús anticaspa con los que no sabes si vomitar o salir a la calle gritando "¡Está nevando, está nevando!". Por no hablar de uno de parches saciantes que tiene el dudoso honor de haber conseguido que la sola aparición de kilos y kilos de bombones no me haya hecho querer meterme un chute de antihistamínicos seguido de una buena ración de chocolate. Y eso sin olvidar a los desquiciantes chiquiprecios, grcias a los cuales he pensado seriamente en exiliarme de este país y pedir la nacionalidad de, por ejemplo, Ucrania, sólo por no tener que avergonzarme cuando los oigo gritar "¡España, España!". El resto, ni los recuerdo. Creo que, ahora mismo, solo se salvan dos creaciones publicitarias: el de Amstel (¡qué se le va a hacer si las ardillas de peluche me parecen muy monas y graciosas!) y los de Ikea, con un sueco de los más extraño que baila claqué mientras te vende unos colchones. Hubo una época en la que la publicidad me atraía mucho, grababa los anuncios que más me habían gustado y los especiales que una extinta cadena privada de televisión ponía cada vez que se celebraba un festival. pero creo que ahora mismo no sería capaz de soportarlo. ¿Se puede saber qué está pasando? ¿Dónde están todos aquellos creativos que hace años creaban auténticas obras de arte? ¿Están trabajando en el Burguer King o acaso son los que vemos cada mañana en las colas del INEM? ¿O simplemente se han vuelto gilipollas? O, lo que es más preocupante aún, ¿nos habremos vuelto todos gilipollas y por eso hacen publicidad para tontos? Y para rematarme la noche he descubierto que no puedo jugar al Civilization IV. Al parecer los creadores del juego tienen algún tipo de aversión (justificada o no) a cierto tipo de tarjetas gráficas de las que, por supuesto, mi ordenador es un orgulloso propietario (como tantos otros miles). Así que no puedo jugar. Internet está lleno de foros de gente que busca soluciones, sin encontrarlas, y de otros muchos a los que les gustaría tener a los creadores delante para dejarles muy clarita su opinión. Y sigo sin saber cuándo sale el juego de Harry Potter y el Cáliz de Fuego para PS2... Para dos cosas buenas que hay que podían quitarme más aún de la tele y la crisis creativa, y no los consigo... Sniff. Mientras, me tendré que conformar con Fahrenheit (que tenemos a medias), Spyro y, en cuanto Rapun termine con él, Pesadilla Antes de Navidad. Lo que sea antes de aguantar una nueva sesión de televisión de hoy (con o sin anuncios).